lunes, 22 de agosto de 2011

Pequeñas Lindas Mentirosas

Prólogo
Como Empezó Todo

Maria Noguera enterró su cara en el césped de su mejor amigo Samir Combs.
 —Delicioso, —murmuró.
— ¿Estas oliendo la hierba? —Gicelle Tiapa llamó desde detrás de ella, empujando la puerta del carro Volvo de su mamá, cerrándola con el brazo largo y pecoso.
—Huele bien. —Maria apartó el pelo de color rosa a rayas y aspiró el aire caliente del final de la tarde. —Al igual que el verano.
Gicelle se despidió diciendo adiós a su mamá y se detuvo a subir el jeans azul que colgaba de sus delgadas caderas. Gicelle había sido una nadadora competitiva,
desde la liga Ranilla*, e incluso a pesar que ella se veía genial en un Speedo, nunca llevaba nada ajustado o remotamente lindo como el resto de las niñas de su clase de séptimo grado. Eso era porque los padres de Gicelle insistían en que un carácter bien construido se lograba de dentro hacia fuera. (Aunque Gicelle estaba bastante segura de que ser obligada a ocultar sus pequeñas camisetas de “Las chicas irlandesas lo hacen mejor” en la parte de atrás de su cajón de ropa interior no era exactamente ganancia de carácter).
— ¡Ustedes! —Samir hizo una pirueta a través del patio delantero., su cabello corto tipo militar era negro y el seguía vistiendo su pantalon de jockey enrollado hacia arriba del equipo de Hockey después de la fiesta de fin-de-año-esa
tarde. Samir era el único de séptimo grado que había conseguido entrar al equipo de JV* y llegaba a casa con los aventones que le daban los chicos mayores de la escuela de adolescentes Juan de Urpin, que criticaban a Jay-Z por cherokees* y quienes rociaban a Samir con perfume antes de bajarse en el frente para que no oliera a los cigarrillos que todas habían estado fumando.
— ¿De qué me estoy perdiendo? —llamo Yulexi Gonzales, deslizándose a través
de una brecha en el cerco de Sam para unirse a las demás. Yulexi vivía al lado.
Pasó su larga cola de caballo, lisa y Negro-oscuro por encima del hombro y tomó un trago de su botella morada Nalgene. Yulexi no había logrado entrar al JV con Sam en el otoño, y tuvo que jugar en el equipo de séptimo grado. Ella había estado metida en el hockey de campo por un año para perfeccionar su juego, y las chicas sabían que había estado practicando bateos en el patio trasero antes de que llegara. Yulexi odiaba cuando alguien era mejor que ella en cualquier cosa. Especialmente Samir.
— ¡Espérenme!
Ellas se volvieron para ver a Kelimar Hernandez saliendo del Mercedes de su mamá. Ella tropezó con su bolso de mano y agitó sus brazos regordetes salvajemente. Desde que los padres de Kelimar se habían divorciado el año pasado, ella había estado ganando peso y usando su ropa vieja. A pesar de que Sam rodó los ojos, el resto de las chicas pretendieron no notarlo.
Eso es lo que los mejores amigos hacen. Samir, Maria, Yulexi, Gicelle, y Kelimar se encontraron el año pasado cuando sus padres las ofrecieron para trabajar los sábados por la tarde en la unidad de caridad de la escuela Juan de Urpin, todos a excepción de Yulexi, quien se ofreció voluntariamente. Por si o no Samir sabía de las otras cuatro, las cuatro sabían sobre Samir. El era perfecto de buen parecer, ingenioso, inteligente. Popular. Las chicas querían besar a Samir, y los Chicos - incluso las mayores- querían ser el. Así que
la primera vez que Sam se rió de una de las bromas de Maria, preguntó a Gicelle algo sobre la natación, dijo a Kelimar que su camisa era adorable, o comentó que la caligrafía de Yulexi era más ordenada que la suya, no podían dejar de sentirse,
así… deslumbradas. Antes de Sam, las chicas se habían sentido como los jeans de mamá de talle alto con pliegues, - torpes y visibles por todas las razones equivocadas - pero entonces Sam las hizo sentir como la más perfecta adaptación de Stella McCartney que nadie podía permitirse.
Ahora, más que un año más tarde, en el último día del séptimo grado, no eran sólo mejores amigos, eran los chicos de Juan de Urpin. Mucho había ocurrido para hacerlo de esa manera. Cada fiesta de pijamas que tenían, cada viaje de campo,
había sido una aventura. Incluso el salón de clases había sido memorable cuando
estaban juntos. (Leer una nota caliente de la capitana del equipo varsity a su tutor
de matemáticas por el megáfono era ahora una leyenda en Juan de Urpin). Pero
había otras cosas que todos querían olvidar. Y había un secreto del que no podían
incluso hablar. Sam, dijo que los secretos eran los que mantenían unida su amistad de cinco mejores amigos por la eternidad. Si es que era cierto, que iban a ser amigos de por vida.
—Estoy tan contento de este día ha terminado, —gimió suavemente Samir antes empujar suavemente a Yulexi de vuelta a través de la brecha en la cerca. —A tu granero.
—Estoy tan contenta de que el séptimo grado haya terminado —dijo Maria, como ella, Gicelle, y Kelimar seguían a Samir y Yulexi hacia el reformado granero convertido en la casa de huéspedes donde la hermana mayor de Yulexi, Karen,
había vivido durante sus años junior y senior de alta escuela. Afortunadamente, se
había graduado recientemente y se dirigía a Praga este verano, por lo que era suyo por la noche. De repente se oyó una voz muy chillona.
 — ¡Samir! ¡Hey, Samir! ¡Hey, Yulexi!
Samir se dirigió a la calle. —No Voy, —susurró.
—No es, —Yulexi, Gicelle, y Maria tardaron en llegar.
Kelimar frunció el ceño. «Por Dios».
Este era un juego que Sam había robado a su amigo, Alex, que estaba en el
último año en Juan de Urpin. Alex y sus amigos lo jugaban en las fiestas de
después de los partidos de la escuela cuando querían conseguir chicas. Ser el
último en decir "no voy" significaba que tenias que entretener a la chica fea de la
noche, mientras tus amigos llegaban a besuquearse con sus amigas calientes - lo
que significa, en esencia, que eras tan cojo y poco atractivo como ella. En la versión de Sam, las chicas llamadas "no es" siempre era alguna fea, no cool, o una desafortunada cerca de ellas.
Esta vez, "no es" fue para Julia Ñambre - una idiota de abajo de la calle cuyo pasatiempo favorito era tratar de hacerse amiga de Yulexi y Samir - y sus dos amigas , Yuletzi Guzman y Maria Carpavire. Yuletzi era la chica que
hackeaba el sistema informático de la escuela y luego le decía al director cómo mejorar su seguridad, y Maria Carpavire iba a todas partes con un yo-yo - no digo más. Las tres miraron a los chicos desde el centro del tranquilo, suburbio por la carretera. Julia estaba sobre su patineta Razor, Yuletzi sobre una bicicleta de montaña negra, y Maria a pie con su yo-yo, por supuesto.
— ¿Quieren venir a ver Factor Miedo? —Julia llamó.
—Lo siento —Samir sonrió tontamente.
—Estamos muy ocupados. Yuletzi frunció el ceño.
 — ¿No quieren ver cuando se comen los insectos?
— ¡Qué asco! —Yulexi susurró a Maria, que entonces comenzó a fingir que estaba comiendo los piojos invisibles del cuero cabelludo de Kelimar como un mono.
—Sí, me gustaría que pudiéramos. —Samir ladeó la cabeza. —Hemos estado
planeando esta pijamada por un tiempo ahora. ¿Pero tal vez la próxima vez?
Julia miró a la acera. —Sí, está bien.
—Nos vemos. —Samir se dio vuelta, poniendo los ojos, y las otras chicas hicieron
lo mismo.

Cruzaron por la puerta posterior de Yulexi. A su izquierda estaba el patio vecino
de Sam, donde sus padres estaban construyendo un mirador con veinte asientos
para sus picnics prodigios al aire libre.
—Gracias a Dios los trabajadores no están aquí, —dijo Sam, mirando a una
excavadora amarilla.
Gicelle se puso tensa. —¿Te han estado diciendo cosas otra vez?
—Tranquila allí, asesina, —dijo Samir. Las demás se rieron.
A veces llamaban a Gicelle “asesina”, como el pitbull personal de Sam. A Emily solía parecerle gracioso, también, pero últimamente no se reía con ellas.
El granero estaba justo delante. Era pequeño y acogedor y tenía una gran ventana que daba a la laberíntica granja de Yulexi, que tenía su propio molino de viento.
Aquí en Valle Guanape Anzoategui, un pequeño suburbio cerca de veinte millas de Barcelona, tenías más probabilidades de vivir en una granja con veinticinco cuartos, o una casa de campo con piscina con mosaicos de azulejos y bañera de hidromasaje, como la casa de Yulexi, que en una casa prefabricada McMansion.
Valle Guanape olía a lilas y hierba cortada en el verano y a limpia nieve y a estufas de leña en el invierno. Estaba lleno de exuberantes, pinos altos, hectáreas de fincas rústicas de tipo familiar, y unos simpáticos zorros y los conejitos. Tenía fabulosos centros comerciales, polígonos de la época colonial y parques para los cumpleaños, las graduaciones, y solo porqué quisimos- hacer-una-fiesta. Y los chicos eran magníficos en Valle Guanape, brillantes, sanos, justo en la manera como salido de un catálogo de Abercrombie. Esta era la línea principal de Valle Guanape. Estaba llena de linajes antiguos, nobles adinerados, y prácticamente antiguos escándalos. Al llegar a la granja, los chicos escucharon risitas próximas desde el interior. Alguien chilló — ¡te dije que ya basta!
—Oh Dios, —se quejó Yulexi. — ¿Qué están haciendo aquí?
Cuando Yulexi se asomó por la cerradura, vio a Karen, su remilgada y apropiada, excelente-en-todo hermana mayor, y Leo Vasquez, su novio, luchando en el sofá. Yulexi dio una patada a la puerta con el tacón de su zapato, obligándola a abrirse. El establo olía a musgo y un poco palomitas de maíz
quemadas. Karen se volvió.
—Que… —preguntó ella. Entonces se dio cuenta de las demás y sonrió. —Oh,
hey chicos.
Los chicos le echaron un ojo a Yulexi. Constantemente se quejaba de que Karen
era una súper venenosa, por lo que estaban siempre sorprendidas cuando
Karen parecía amable y dulce.
Leo se levantó, se desperezó y sonrió a Yulexi. —Oye.
—Hola, Leo, —Yulexi respondió con una voz mucho más brillante. —Yo no sabía
que estabas aquí.
—Sí lo sabías. —Leo sonrió con coquetería. —Tú estabas espiándonos.
Karen reajusto su largo cabello negro y su cintillo de seda negra, mirando a su
hermana. —Entonces, ¿qué pasa? —preguntó ella, un poco acusadora.
—Es sólo… yo no tenía intención de espiarlos… —Farfulló Yulexi. —Pero se
suponía que esta noche tendría el lugar.
Leo juguetonamente golpeó a Yulexi en el brazo. —Yo estaba jugando contigo, —
bromeó. Un parche de color rojo se deslizó hasta su cuello. Leo tenía un desordenado cabello castaño, ojos color avellana de ensueño, y unos totalmente trabajados músculos del estómago.
—Wow, —dijo Sam en voz demasiado alta. Todas las cabezas se volvieron a ella. — Karen, tú y Leo hacen la pareja del Kuh-yoo-test. Nunca te lo dije, pero siempre lo he pensado. ¿No te parece, Yulexi?
Yulexi parpadeó. —Um, —dijo en voz baja.
Karen miró por un segundo a Sam, perpleja, y luego se volvió hacia Leo.
— ¿Puedo hablar contigo afuera?

Leo bebió toda su Corona mientras las chicas miraban. Ellas sólo bebían super
secretamente de las botellas de los gabinetes de licor de sus padres. Dejó la botella
vacía abajo y les ofreció una sonrisa de despedida mientras seguía afuera a
Karen.
—Adiós. —Hizo un guiño antes de cerrar la puerta detrás de él.
Samir se desempolvó las manos. —Otro problema resuelto por Sam C. ¿Vas a
darme las gracias ahora, Yulexi?
Yulexi no respondió. Ella estaba demasiado ocupada mirando por la ventana
delantera del establo. Las luciérnagas habían empezado a encenderse en el cielo
purpúreo. Kelimar se acercó a la taza abandonada y a las palomitas de maíz, tomó un puñado grande. —Leo es tan caliente. Él es incluso, más caliente que Raul.
Raul Ackard era uno de los más lindos chicos de su grado y el tema de las fantasías constante de Kelimar.
— ¿Sabes lo que escuché? —Sam preguntó, dejándose caer sobre el sofá.
 —A Raul le gusta mucho las chicas que tienen un buen apetito.
Kelimar se iluminó. —¿En serio?
—No. —Samir resopló.
Relimar dejó caer lentamente el puñado de palomitas de maíz de regreso a la taza.
—Por lo tanto, Chicas, —dijo Sam. —Ya sé la cosa perfecta que podemos hacer.
—Espero que no sea desnudarnos de nuevo. —Gicelle se rió. Habían hecho eso un mes antes - en un frío - y aunque Kelimar se había negado a desnudarse
más allá de su camiseta y sus bragas del día de la semana, el resto de ellas habían corrido un campo de maíz cercano sin un ápice encima.

—A ti te gusto eso un poco demasiado, —murmuró Sam. La sonrisa se esfumó de
los labios de Gicelle. —Pero no, estaba reservando esto para el último día de
escuela. Aprendí a hipnotizar a la gente.
— ¿Hipnotizar? —Yulexi repitió.
—La hermana de Claudia me enseñó, —respondió Sam, mirando a las fotos
enmarcadas de Karen y Leo sobre la chimenea. Su novia de la semana, Claudia, tenía el mismo color arena en el pelo como Leo.
— ¿Cómo lo haces? —Kelimar preguntó.
—Lo siento, me hizo jurar el secreto, —dijo Sam, se volvió alrededor.
— ¿Quieren ver si funciona?
Maria frunció el ceño, tomando asiento en una almohada lavanda en el piso.
—Yo no lo sé...
— ¿Por qué no? —Los Ojos de Sam parpadeaba a un títere de cerdo relleno que se asomaba del bolso púrpura de jersey de Maria. Maria estaba siempre llevando cosas raras - animales de peluche, páginas arrancadas al azar de las novelas antiguas, postales de los lugares que ella nunca había visitado.
— ¿La hipnosis te hace decir cosas que no quieres decir? —preguntó Maria.
— ¿Hay algo que no nos puedes decir? —Sam respondió. —Y ¿por qué sigues
trayendo ese títere de cerdo a todas partes? —El apuntó a la misma.
Maria se encogió de hombros y apretó el cerdo relleno de su bolso.
—Mi papá me dio a Pigtunia en Alemania. Ella me aconseja en mi vida amorosa.
—Metió la mano en el títere.
— ¡Estás empujando la mano hacia su trasero! —Sam chilló y Gicelle comenzó a reír. — Además, ¿por qué quieres llevar por ahí algo que tu papá te dio?
—No es gracioso, —espetó Maria, azotando la cabeza para hacer frente a Gicelle.

Todo el mundo estuvo en silencio durante unos segundos, y las chicas se miraban
sin comprender la una a la otra. Eso venía ocurriendo mucho últimamente: Una
persona - por lo general Sam - decía algo, y alguien más se enfadada, pero todo el
mundo era demasiado tímido para decir que estaba pasando.
Yulexi rompió el silencio. —Ser hipnotizado, um, eso suena algo falso.
—Tú no sabes nada al respecto, —dijo Samir rápidamente.
—Vamos. Podría hacérselo a todas de una sola vez.
Yulexi recogió el borde de su falda. Gicelle soplaba aire a través de sus dientes.
Maria y Kelimar se miraron.
Sam estaba inventando siempre cosas para intentar – el último verano, ellas
fumaron semillas de diente de león para ver si tenían alucinaciones, y el pasado
otoño habían ido a nadar a Pecks Pond, a pesar de que un cadáver fue descubierto una vez allí, pero la cosa era, que a menudo no quería hacer las cosas que Samir las obligaba a hacer. Todas amaban a Sam hasta la muerte, pero a veces la odiaban también, por dar órdenes alrededor y por el hechizo que había lanzado sobre ellas.
A veces, en la presencia de Sam, no se sentías reales, exactamente. Se sentían un poco como muñecas, con Sam organizando todos sus movimientos. Cada una
deseaba que, sólo una vez, alguna tuviera la fuerza para decirle a Sam no.
—¿Por favoooor? —Sam preguntó. —Gicelle, tú quieres hacerlo, ¿verdad?
—Um. . . —la voz de Gicelle Tembló. —Bueno…
—Lo haré yo, —Kelimar saltó.
—Yo también —dijo Gicelle rápidamente después.
Yulexi y Maria a regañadientes asintieron con la cabeza. Satisfecha, Samir apagó
todas las luces con un chasquido y encendió varias dulce velas aromáticas de
vainilla que estaban sobre la mesa de café.
Entonces el se apartó y tarareó.

—Muy bien, todo el mundo, simplemente a relajarse, —coreó el, y las chicas se
organizaron en un círculo sobre la alfombra. —Los latidos de su corazón se
desaceleran. Piensen en cosas tranquilas. Voy a contar de cien hasta uno, y en
cuanto yo toque a todas, estarán en mi poder.
—Espeluznante. —Gicelle se rió con voz trémula.
Samir comenzó.
—Cien. . . noventa y nueve. . . noventa y ocho…
Veintidós. . .
Once. . .
Cinco. . .
Cuatro. . .
Tres. . .
Le tocó la frente a Maria con la parte gordita de su pulgar. Yulexi descruzó las
piernas. Maria torció su pie izquierdo.
—Dos…—Poco a poco tocando a Kelimar, a continuación, Gicelle, y luego se trasladó hacia Yulexi. —Uno.
Los ojos de Yulexi se abrieron antes de que Samir pudiera alcanzarla.
Se levantó de un salto y corrió hacia la ventana.
—¿Qué estás haciendo? —Sam dijo en voz baja. —Estás arruinando el momento.
—Está muy oscuro aquí dentro. —Yulexi se acercó y abrió las cortinas.
—No —Samir bajó los hombros. —Tiene que estar oscuro. Así es como funciona.
—Vamos no lo hace. —Las cortinas estaban pegadas; Yulexi gruñó sacándolas libre.
—No. Lo hace.

Yulexi puso las manos en sus caderas.
—Lo Quiero más claro. Tal vez todas lo quieren.
Samir miró a las otras. Todas ellas aún tenían los ojos cerrados.
—No siempre tiene ser en la manera que tu lo deseas, sabes.
Samir ladró una risa. —¡Ciérralas!
Yulexi puso los ojos. —Dios, toma una píldora.
—¿Crees que debo tomar una píldora? —Samir demandó.
Yulexi y Samir se miraron por unos pocos momentos. Ellos tenían una de esas
peleas ridículas en las que discutían por que si el color miel parecía demasiado descarado, pero en realidad era otra cosa por completo. Algo de alguna manera más grande.
Finalmente, Yulexi señaló la puerta. —Vete.
—Está bien. —Samir se dirigió afuera.
—¡Bien! —Pero después de pasar unos segundos, Yulexi la siguió. El aire de la
tarde azulada estaba en calma y no había ninguna luz encendida en la casa
principal de su familia. Todo estaba en silencio, también - aunque los grillos se
callaron - y Yulexi podía oírse respirar. —¡Espera un segundo! —Exclamó
después de un momento, cerrando de golpe la puerta detrás de ella. —¡Samir!
Pero Samir se había ido.
Cuando escuchó el portazo, Maria abrió los ojos. —¿Sam? —llamó. —¿Chicos? —No hubo respuesta.
Miró a su alrededor. Kelimar y Gicelle sentadas como bultos en la alfombra, y la
puerta estaba abierta. Maria se movió hacia el porche. No había nadie allí. Se acercó de puntillas al borde de la propiedad de Sam. Los bosques estaban en frente de ella y todo estaba en silencio.

—¿Sam? —susurró. Nada. —¿Yulexi?
En el interior, Kelimar y Gicelle se frotaron los ojos.
—Acabo de tener el más extraño, —dijo Gicelle.
— Quiero decir, supongo que era un sueño.
—Fue muy rápido. Samir estaba cayendo en un profundo pozo de bienestar, y ahí
estaban todas estas plantas gigantes.
—¡Ese fue mi sueño también! —Kelimar dijo.
—¿Lo fue? —preguntó Gicelle.
Kelimar asintió con la cabeza.
—Bueno, más o menos. Había una gran planta igual. Y creo que vi a Samir también. Tal vez su sombra, pero definitivamente era el.
—Whoa, —Gicelle dijo en voz baja. Se miraron entre sí, sus ojos muy abiertos.
—¿Chicas? —Maria dio un paso atrás por la puerta. Estaba muy pálida.
—¿Estás bien? —preguntó Gicelle.
—¿Dónde está Samir? —Maria arrugó la frente. —¿Y Yulexi?
—No lo sé, —dijo Kelimar.
En ese momento, Yulexi estalló de nuevo en la casa.
Todas las chicas saltaron. —¿Qué? —preguntó ella.
—¿Dónde está Sam? —Kelimar preguntó en voz baja.
—No lo sé —susurró Yulexi. —Pensé. . . No sé.
Las chicas se quedaron en silencio. Todo lo que podían oír eran las ramas de los
árboles deslizándose por las ventanas. Sonaba como si alguien estuviese raspando sus largas uñas contra un plato.
—Creo que quiero ir a casa, —dijo Gicelle

A La mañana siguiente, todavía no habían tenido noticias de Samir.
Las chicas se llamaban entre sí para hablar, una llamada de cuatro vías en esta
ocasión en lugar de cinco.
—¿Crees que el este enojado con nosotras? —Kelimar preguntó.
—El parecía todo extraño en la noche.
—El esta probablemente donde Wilianny, —dijo Yulexi. Wilianny era una de las amigas de Sam del hockey sobre césped.
—¿O tal vez con Richard, ese chico de campo? —Maria ofreció.
—Estoy segura de que esta en algún lugar divirtiéndose, —dijo Gicelle en voz baja. Una por una, ellas recibieron llamadas de la señora Combs, preguntando si
habían oído hablar de Sam. Al principio, las chicas todas, lo cubrieron.
Era la regla no escrita: Habían cubierto a Gicelle cuando se paso de las 23:00 su
toque de queda de fin de semana, habían endulzado la verdad para Yulexi cuando pidió prestado el abrigo de lona de Ralph Lauren de Karen y, accidentalmente, lo había dejado en el asiento de un tren, y así sucesivamente. Pero cuando cada una le colgaba a La señora Combs, una sensación amarga se sentía en el estómago.
Algo se sentía terriblemente mal.
Esa tarde, la señora Combs llamó de nuevo, esta vez en estado de pánico. Ya
por la noche, los Combs habían llamado a la policía, y a la mañana siguiente
había coches de policía y furgonetas de los noticieros acampando en el
normalmente prístino jardín delantero de los Combs. Era el sueño húmedo de
un canal de noticias local: un chico rico, perdido en una de las más seguras ciudades de clase alta en el país.
Kelimar llamó a Gicelle, tras ver la primera noche a Sam en las Noticias.
— ¿Te entrevistó la policía hoy?
—Sí—murmuró Gicelle.
—A mí también. Tu no les dijiste acerca…—Ella hizo una pausa.
—La cosa de Gabriela, ¿verdad?
—¡No! —Gicelle se sobresaltó.
—¿Por qué? ¿Crees que saben algo?
—No… no podrían, —Kelimar susurró después de un segundo.
—Nosotras somos las únicas que lo sabemos. Las cuatro. . . y Samir.
La policía interrogó a las chicas, con practicidad interrogaron a todo el mundo el
Valle Guanape, desde el instructor de gimnasia de segundo grado de Sam hasta al tipo que le había vendido una vez Marlboros en Wawa. Era el verano antes de octavo grado y las chicas se supone que deberían coquetear con los chicos mayores en fiestas en la piscina, comiendo maíz en los otros los patios traseros, e ir de compras todo el día en el centro comercial King James. En lugar que estaban llorando a solas en sus camas con dosel o mirando sin expresión a sus paredes cubiertas de fotos. Yulexi se volvió una compulsiva con la limpieza diaria, revisando lo que su pelea con Sam realmente trataba, y pensando cosas que sabía acerca de Sam que ninguna de las otras sabía. Kelimar pasaba muchas horas en el suelo de su dormitorio, escondiendo bolsas de Doritos vacíos bajo su colchón. Gicelle no podía dejar de obsesionarse con una carta que había enviado a Sam antes de desaparecer, y si alguna vez Sam la había conseguido. Maria se sentaba en su escritorio con Pigtunia. Poco a poco, las chicas empezaron llamarse unas a otras con menos frecuencia. El mismo pensamiento cazándolas a las cuatro, pero no tenían nada que decirse unas a otras.
El verano se convirtió en el año escolar, que resultó en el próximo verano. Todavía sin Sam. La policía continuó la búsqueda - pero en voz baja. Los medios de comunicación perdieron interés, moviéndose para obsesionarse con un Homicidio
Triple en el Centro de la ciudad. Incluso los Combs se fueron de Valle Guanape
dos años y medio después de que Samir desapareció. En cuanto a Yulexi, Maria,
Gicelle, y Kelimar, algo cambió en ellas, también. Ahora bien, si pasaban por la
antigua calle de Sam y miraban a su casa, no entraban en el modo de lloriqueo instantáneo. En su lugar, comenzaron a sentir algo más.
Alivio. Claro, Samir era Samir. El era el paño de lágrimas, El único que deseabas alguna vez llamando a tu enamorado para descubrir cómo se sentía acerca de ti, y
la palabra final sobre si tus jeans nuevos hacían ver tu trasero grande. Pero las chicas también tenían miedo de el. Sam sabía más de ellas que ninguna otra, incluyendo las cosas malas que querían enterrar - justo como un cuerpo. Era horrible pensar que Sam podría estar muerto, pero… si el lo estaba, al menos sus secretos estaban a salvo. Y ellas lo estuvieron. Durante tres años, de todos modos.

Capítulo 1
Los Nuevos en La Casa de Samir

Finalmente alguien compró la vieja casa de los Combs —dijo la
madre de Gicelle Tiapa. Era sábado en la tarde, yla Sra. Tiapaestaba
sentada en la mesa de la cocina, bifocales posados en su nariz,
haciendo sus cuentas con calma.
Gicelle sintióla Coca-Colade vainilla que estaba bebiendo burbujear en su nariz.
—Creo que otro chico de tu edad se mudó allí —continuóla Sra. Tiapa.—Yo iba a llevar esa cesta hoy. ¿Tal vez quieres hacerlo en mi lugar? —apuntó hacia la
monstruosidad de celofán sobre el mostrador.
—Dios, mamá, no —replicó Gicelle. Desde que se había retirado de la enseñanza en la escuela primaria el año pasado, la madre de Gicelle se había convertido en la no oficial Dama Wagon de bienvenida en Valle Guanape, Anzoategui. Ella reunió un millón de cosas al azar -frutos secos, esas cositas de goma que se utilizan para tener frascos abiertos, pollos de cerámica (la mamá de Gicelle estaba obsesionada con los pollos), una guía de posadas de Valle Guanape, y otras cosas- en una gran cesta de mimbre de bienvenida. Ella era un prototipo de madre suburbana, menos porla SUV. Ellapensaba que estas eran ostentosas y consumidoras de gasolina, así que ella conducía un Oh-tan-práctico Volvo en su lugar.La Sra. Tiapase levantó y pasó los dedos por el cabello de Gicelle dañado por el cloro.
— ¿Te molesta mucho ir allí, cariño? ¿Tal vez debería enviar a Marielys?
Gicelle miró a su hermana Marielys, quien era un año mayor y descansaba cómodamente en el La-Z-Boy en el estudio viendo H2o sirenas del mar.
Gicelle sacudió la cabeza. —No, está bien. Yo lo haré.

Claro, Gicelle se quejó un poco y ocasionalmente rodó los ojos. Pero la verdad era, que si su mamá lo pedía, Gicelle haría todo lo que tenía que hacer. Ella era una casi calificación-A, cuatro veces campeona del estado en nado mariposa y una súper obediente hija. Seguir las reglas y solicitudes era fácil para ella.
Además, en el fondo ella quería una razón para ver la casa de Samir otra vez. Si
bien, parecía que el resto de Valle Guanape había empezado a pasar de la desaparición de Sam desde hace tres años, dos meses y doce días, Gicelle no. Incluso ahora, no podría mirar el anuario de séptimo grado sin querer acurrucarse como un balón. A veces en días de lluvia, Gicelle todavía releía las viejas notas de Sam, que guardaba en una caja de zapatos Rs21 debajo de su cama. Ella incluso mantenía el par de corduroys de Citizens que Sam le prestó en una percha de madera en su armario, aunque ahora eran demasiados pequeños para ella. Había pasado los últimos años en soledad en Valle Guanape anhelando otro amigo como Sam, pero eso probablemente no iba a suceder. El no había sido un amigo perfecto, pero con todo y sus defectos, Sam era bastante difícil de reemplazar.
Gicelle se enderezó y cogió las llaves del Volvo del gancho al lado del teléfono
. —Vuelvo en un rato —dijo mientras cerraba la puerta del frente detrás de ella.
Lo primero que ella vio cuando arrancó hacia la vieja casa victoriana de Samir al
final de la frondosa calle fue una enorme pila de basura en la cuneta y con un gran letrero de ¡GRATIS! visible, ella se dio cuenta que esas eran las cosas de Samir reconoció el blanco, viejo y mullido cobertor de corduroy de Sam. Los Combs se habían mudado lejos hacía ya nueve meses. Al parecer, habían dejado algunas cosas atrás.
Ella aparcó detrás de una gigante camioneta de Bekins y salió del Volvo. —Whoa
—susurró, tratando de evitar que su labio inferior temblara. Bajo la silla, allí había muchas pilas de libros mugrientos.
Gicelle llegó hasta allí y miró los lomos. The Red Badge of Courage, The Prince and the Paupper. Ella recordaba haberlos leído en la clase de ingles dela Sra. Silvaen séptimo grado, hablaban sobre simbolismo, metáforas, y desenlace. Allí habían más libros en la parte de abajo, incluyendo algunos que solo lucían como viejos cuadernos. Cajas cerca a los libros; estaban marcadas como ROPA DE SAMIR y VIEJOS PAPELES DE SAMIR. Asomándose de una caja había una cinta azul y roja. Gicelle tiró un poco de ella. Era una medalla de natación de sexto grado que ella había dejado en la casa de Samir un día cuando habían celebrado su triunfo.
—¿Quieres eso?
Gicelle levantó la mirada. Estaba frente a un chico alto y delgado con piel color
leonado, y salvaje cabello rizado negro-castaño. El chico llevaba una guardacamisa amarilla cuya tira se deslizaba de su hombro. La medalla de natación se deslizó de sus manos y golpeó contra el césped.
—Um, no —dijo, luchando por levantarla.
—Puedes tomar cualquier cosa. ¿Miras el letrero?
—No, de verdad, está bien.
El chico extendió su mano. —Juan Chafardeth. Me mudé aquí.
—Yo... —las palabras de Gicelle se obstruyeron en su garganta.
—Soy Gicelle, —ella finalmente habló, tomando la mano de Juan y sacudiéndola. Se sentía realmente formal sacudir la mano de un chico. Gicelle no estaba segura de que ella hubiera hecho eso antes. Se sintió un poco confusa. ¿Quizás no había comido suficiente Confleik de Kellocks para el desayuno?
Juan señaló las cosas sobre el césped.
—¿Puedes creer que toda esas estupideces estaban en mi nueva habitación? Tuve que sacarlas todas yo solo. Eso apesta.
—Sip, todo esto pertenecía a Samir —Gicelle prácticamente susurró. Juan se
inclinó a revisar algunos de los libros de bolsillo. El empujó la tira de su top de vuelta a su hombro. —¿Es un Amigo tuyo?
Gicelle hizo una pausa. ¿Es? ¿Quizás Juan no había escuchado sobre la
desaparición de Sam? —Um, el era. Hace algún tiempo. Al igual que de muchos otros chicos que viven por aquí —explicó Gicelle, omitiendo la parte sobre el
secuestro o muerte o cualquier cosa que debió haber sucedido y que ella no
soportaría imaginar. —En séptimo grado. Yo voy al onceavo ahora en el Juan de Urpin. —La escuela empezaba después de ese fin de semana. Así que disminuía la práctica de natación, que significaba tres horas diarias de vueltas de nado. Gicelle ni siquiera quería pensar sobre eso.
—¡Yo también voy a Juan de Urpin! —Juan sonrió. Ella se dejó caer en la vieja silla de Samir, y las ballestas chirriaron. —Mis padres hablaron en el vuelo hasta aquí de cuan afortunado soy de haber entrado en Juan de Urpin y cuan diferente será de mi escuela en Puertola Cruz. Apuestoa que aquí no tienen comida Mexicana, ¿verdad? O, al menos, verdadera y buena comida Mexicana, como comida de Cali-Mexican. Solíamos tenerla en nuestra cafetería y mmm, era tan buena. Voy a tener que ir a Taco Bell. Sus gorditas me hacen querer vomitar.
—Oh —Gicelle sonrió. Este chico de verdad hablaba mucho.
—Sip, la comida de ese tipo apesta.
Juan saltó de la silla. —Esta debe ser una extraña pregunta desde que apenas te conozco, pero, ¿podrías ayudarme a llevar el resto de estas cajas hasta mi habitación? —El indicó hacia unas cuantas cajas de Crate & Barrel situadas cerca
a la camioneta.
Los ojos de Gicelle se agrandaron. ¿Llevarlo a la vieja habitación de Samir? Pero
sería totalmente grosero si se reusara, ¿no? —Um, seguro —dijo temblorosamente.
El vestíbulo aún olía a jabón las Llaves  —sólo como era cuando los
Combs vivían allí. Gicelle se detuvo en la puerta y esperó a que Juan le
diera instrucciones, incluso aunque ella sabía que encontraría con los ojos
vendados la vieja habitación de Sam al final de de la sala de arriba. Las cajas de
mudanza estaban por todas partes, y dos galgos larguiruchos italianos* ladraron
desde detrás de una puerta en la cocina.
—Ignóralos —dijo Juan, subiendo las escaleras hacia su habitación y empujando
la puerta abierta con su cadera.
Wow, luce igual, pensó Gicelle mientras entraba en la habitación. Pero la cosa era,
que no era lo mismo: Juan había puesto su cama tamaño matrimonial en una esquina diferente, tenía una enorme pantalla plana de computador en su escritorio, y había colocado pósters por todas partes, cubriendo la vieja cenefa de Samir. Pero algo se sentía igual, como si la presencia de Samir estuviera aún flotando allí.
Gicelle se sintió mareada y confusa y se inclinó contra la pared para apoyarse.
—Ponla en cualquier lugar —dijo Juan. Gicelle trató de ponerse en pie, puso la caja al pie de la cama, y miró alrededor.
—Me gustan tus pósters —dijo. La mayoría de ellos eran de bandas: Wisin y Yandel, Daddy Yankee, Gwen Stefani en un uniforme de animadora.
—Amo a Gwen —añadió.
—Sip —dijo Juan. —Mi novia está totalmente obsesionada con ella. Su nombre es
Jessica. Ella es de Puertola Cruz, de donde soy yo.
—Oh. Yo también tengo novio —dijo Gicelle. —Su nombre es Julio.
—¿Sí? —Juan se sentó en su propia cama. —¿Cómo es?
Gicelle trató de evocar a Julio, su novio de cuatro meses. Lo había visto hace dos días —ellos habían visto el DVD de Crepusculo en la casa de ella. La mamá de Gicelle estaba en la otra habitación, por supuesto, casualmente molestando, preguntando si ellos necesitaban algo. Ellos habían sido buenos amigos por un tiempo, el mismo tiempo desde que estaban en el equipo de natación. Todos sus compañeros de equipo decían que ellos deberían salir, así que lo hicieron. —Él es genial. —¿Por qué ya no eres amigo del chico que vivía aquí? —preguntó Juan.
Gicelle puso su cabello negro oscuro detrás de sus orejas. Wow. Así que Juan de
verdad no sabía sobre Samir. Sin embargo, si Gicelle empezaba a hablar de Sam,
empezaría a llorar, lo que sería extraño. Ella apenas conocía a éste chico Juan
. — Crecí apartada de todos mis viejos amigos de séptimo grado. Todos cambiaron mucho, supongo.
Esa era una subestimación. De las otras mejores amigas de Gicelle, Yulexi se había convertido en una exagerada versión de su ya híper-auto perfecto yo; la familia de Maria de repente se había mudado a Islandia el otoño después de que Sam hubiera desaparecido; y la adorable y tonta Kelimar se había convertido totalmente en poco tonta y no adorable y ahora era una antipatica total. Kelimar y su nueva mejor amiga, Julia Ñambre, se habían transformado completamente el verano entre el octavo y el noveno grado. La mamá de Gicelle recientemente había visto a Relimar entrar en Wawa, la tienda local de conveniencia, y le dijo a Gicelle que Kelimar lucía “demasiado como esa chica Paris Hilton.”.
—Yo sé cómo es crecer apartado —dijo Juan subiendo y bajando en su cama
mientras se sentaba. — ¿Cómo es mi novia? Ella está tan asustada de que la vaya a abandonar ahora que estamos en diferentes costas. Ella es como un bebé grande.
—Mi novio y yo estamos en el equipo de natación, así que nos vemos todo el
tiempo —dijo Gicelle, buscando un lugar para sentarse también. Tal vez demasiado tiempo, pensó.
— ¿Nadas? —Preguntó Juan. El miró a Gicelle y de arriba abajo, que hizo que
Gicelle se sintiera un poco extraña.
 —Apuesto a que eres verdaderamente buena. Tienes buena espalda.
—Oh, no sé— Gicelle se sonrojó y se inclinó contra el escritorio blanco de madera.
—¡De verdad! —sonrió Juan. —Pero... si eres una gran deportista, ¿eso significa
que me matarías si fumo un poco de hierba?
—¿Qué, ahora? —los ojos de Gicelle se agrandaron.
— ¿Qué pasa con tus padres?
—Ellos están en el supermercado. Y mi hermano, él está en algún lugar, pero a él
no le importará— Juan metió las manos bajo el colchón por una lata de Altoids.
Abrió la ventana que estaba al lado derecho de su cama, sacó un porro y lo
encendió. El humo ondeó en el patio e hizo una nube brumosa alrededor de un
gran árbol de roble.
Juan inhaló de nuevo el porro. — ¿Quieres?
Gicelle nunca había tratado de fumar en su vida, ella siempre pensó que sus padres lo sabrían de alguna manera, como por el olor de su cabello o forzándola a orinar en un cubo o algo. Pero como Juan ponía el porro graciosamente en sus labios cereza escarchados, lucía sexy. Gicelle quería verse así de sexy también.

—Um, bien —Gicelle se deslizó más cerca de Juan y tomó el porro. Sus manos se
tocaron y sus ojos se encontraron. Los de Juan eran verdes y un poco amarillos,
como los de los gatos. Las manos de Gicelle temblaban. Ella se sentía nerviosa, pero puso el porro en su boca y dio una diminuta calada, como si estuviera sorbiendola Coca-Colade vainilla con una pajita.
Pero eso no sabía comola Coca-Colade vainilla. Se sentía como si sólo inhalara un tarro de especias podridas. Ella la cortó con una tos como de hombre viejo.
—Whoa —dijo Juan, tomando de nuevo el porro. — ¿Primera vez?
Gicelle no podía respirar y sólo sacudió su cabeza. Respiró un poco más, tratando de obtener aire en su pecho. Finalmente sintió el aire en sus pulmones de nuevo. Mientras Juan giraba su brazo, Gicelle vio una gran y blanca cicatriz descendiente en su muñeca. Whoa. Parecía un poco como una serpiente albina sobre su piel bronceada. Dios, ella probablemente ya estaba drogada.
De repente allí había un fuerte ruido metálico. Gicelle saltó entonces escuchó el
ruido otra vez. —¿Qué es eso? —dijo.
Juan tomó otra calada y sacudió la cabeza. —Los trabajadores. Estamos aquí hace un día y mis padres ya han empezado las renovaciones. —Sonrió. —Estás
totalmente asustada, como si pensaras que los policías estuvieran viniendo. ¿Has
estado en una redada antes?
—¡No! —Gicelle explotó en risas; ese era un pensamiento tan ridículo. Juan sonrió
y exhaló. —Debería irme —Gicelle dijo con tono áspero.
La cara de Juan cayó. —¿Por qué?
Gicelle arrastró los pies fuera de la cama.
—Le dije a mi mamá que sólo pararía por unos minutos. Pero te veré en la escuela el martes.
—Bien —dijo Juan — ¿Quizás podrías enseñarme todo por aquí?
Gicelle sonrió. —Seguro.

Juan sonrió y dijo adiós moviendo tres dedos.
— ¿Sabes cómo encontrar el camino de salida?
—Eso creo —Gicelle dijo mirando una vez más la habitación de Sam, er, de Juan, y entonces caminó hacia las escaleras demasiado-familiares.
No fue hasta que Gicelle sacudió su cabeza afuera en el aire libre, pasó por todas las viejas cosas de Samir en la cuneta, y se subió de vuelta al auto de sus padres, que ella vio la cesta de bienvenida en el asiento trasero. No puede ser, pensó, dejando la canasta entre la vieja silla de Samir y sus cajas de libros. ¿Quién necesita una guía de Valle Guanape, de cualquier manera? Juan ya vive aquí.
Y Gicelle de repente estaba feliz de que el lo hiciera.

Capítulo 2
Las Chicas de Australia (y Finlandia) son fáciles

Oh, Dios mío,árboles. Estoy tan feliz de ver grandes y frondososárboles.
El hermano de quince años de Maria Noguera, sacó su cabeza de la ventana del Outback de la familia como un Goldfen Retriever. Maria; sus padres,
Emma y Ramon —ellos querían que sus hijos los llamaran por sus nombres— y Roilan estaban manejando de vuelta del Aeropuerto Internacional de Barcelona. Se habían bajado de un vuelo de Sidney, Australia. El papá de Maria era un profesor de historia del arte, y la familia había pasado los últimos dos años en Australia mientras él ayudaba en la investigación para un documental de televisión sobre el arte escandinavo. Ahora que ellos estaban de vuelta, Roilan estaba maravillándose por el escenario local de Valle Guanape. Y eso significaba… Cada. Única. Cosa. El mesón de piedra de la era 1700 que vendía jarrones de cerámica ornamentada; las vacas negras mirando sin decir nada al auto detrás de una cerca de madera en la carretera; el centro comercial estilo villa de Nueva Inglaterra que había aparecido desde que se habían ido. Incluso el sórdido Dunkin’ Donuts de veinticinco años.
— ¡Hombre, no puedoesperara tener una Coolatta! —Roilan gorgoteó.
Maria gimió. Roilan había pasado un par de años solo en Australia -él reclamaba que todos los Australianos eran “estúpidos que montaban pequeños caballos”- pero Maria había florecido. Un nuevo comienzo había sido lo que necesitó
todo el tiempo, así que estaba feliz cuando su papá hizo el anuncio de que su familia se mudaría. Ese fue el verano después de la desaparición de Samir, y las chicas empezaron a apartarse, dejándola sin ninguna amiga real, sólo una escuela
llena de personas que había conocido desde siempre. Antes de que dejara Oceania, Maria a veces veía a los chicos de lejos, intrigada, pero luego miraba hacia otro lado. Con su inquieto cuerpo de bailarina de ballet, cabello lacio negro, y labios sensuales, Maria sabía que era linda. Las personas siempre lo decían, ¿pero por qué ella no había tenido una cita en el séptimo grado, entonces?
Una de las últimas veces que había estado con Yulexi -uno de los más incómodos momentos juntas ese verano después de que Sam desapareció- Yulexi le dijo a Maria que probablemente tendría muchas citas si sólo tratara de encajar un poco más. Pero Maria no sabía cómo encajar. Sus padres habían impuesto en su cabeza que era un individuo, no una seguidora del rebaño, y debería ser ella misma. El problema era que Maria no estaba segura de quien era Maria. Desde que tenía once años, había tratado con la punk Maria, la artística Maria, la filme de documental Maria y, antes de que se mudaran, había incluso tratadola Mariaideal de Valle Guanape, la que monta caballo, la que viste camisetas Polo, la chica de bolso que era todo lo que los chicos de Valle Guanape amaban, pero todo lo que no era Maria. Afortunadamente, ellos se mudaron a Australia dos semanas después de ese desastre, y en Australia, todo, todo,todocambió.
Su padre obtuvo la oferta de trabajo en Islandia después de que Maria empezara el octavo grado, y su familia hizo las maletas. Sospechaba que lo habían dejado
rápidamente por el secreto de su padre que sólo ella -y Samir Combs.
Había jurado no pensar sobre eso otra vez al minuto en que el avión despegara, y después de vivir en Sidney por algunos meses, Valle Guanape se convirtió en un recuerdo lejano. Sus padres parecían caer de nuevo enamorados e incluso su hermano totalmente provincial aprendió a hablar islandés y francés. Y Maria cayó enamorada… algunas veces, de hecho. ¿Así que, qué si los chicos de Valle Guanape no les gustaba la rareza de Maria? Los Australianos -ricos, mundanos, y fascinantes Australianos- seguro lo hicieron. Y al instante en que se mudaron allí, conoció a un chico llamado Arturo. Tenía diecisiete años, un DJ, tenía tres ponis y la más bella estructura ósea que ella nunca había visto. Se ofreció a llevarla a las islas de Australia, y luego, cuando vieron un murmullo y éstos dejaron una gran nube de vapor, él la besó. Después de Arturo fue Alex, a quien le gustaba jugar con su viejo títere, Pigtunia -la que aconsejaba a Aria sobre su vida amorosa- y le dio la mejor fiesta toda la noche en el puerto. Se sentía adorable y sexy en Australia. Allí, se convirtió en Maria la australiana, la mejor Maria hasta ahora. Encontró su estilo -uno entre bohemio y hipster girl, con un montón de capas, botas con cordones, y vaqueros APC, que compró en un viaje a París- leyó a filósofos franceses, viajó en el Eurail, con sólo un anticuado mapa y un solo cambio de ropa interior. Pero ahora, cada visión de Valle Guanape desde la ventana del auto, le recordaba el pasado que quería olvidar. Allí estaba el Ferra’s Cheesesteaks, donde pasó horas con sus amigas de la escuela. Allí estaba el club country de la piedra cerrada, sus padres no pertenecían, pero había ido con Yulexi una vez; sintiéndose atrevida, Maria había caminado hacia su amor platónico, Ericxon Castro y le preguntó si quería compartir un sándwich de helado con ella. Él la rechazó con frialdad, por supuesto.
Y allí estaba el sol, la línea de árboles, la carretera donde Samir Combs solía vivir. Mientras el auto se detenía en el cuarto símbolo de pare, Maria miró fijamente; podía verla, la segunda casa de la esquina. Allí había un montón de basura en la
acera, pero por otra parte, la casa estaba tranquila y en silencio. Podía verla sólo un momento antes de cubrir sus ojos. En Australia, los días pasaban y casi podía
olvidarse de Sam, de sus secretos, y de lo que había sucedido. Había estado de
vuelta en Valle Guanape por menos de diez minutos, y Maria prácticamente podía
escuchar la voz de Sam en cada recodo de la calle y veía su reflejo en la ventana de cada casa. Se hundió en su asiento, tratando de no llorar. Su padre continuó por unas cuantas calles, hasta detenerse en su vieja casa, de un posmoderno marrón oscuro con una sola ventana cuadrada, justo en el centro, una decepción enorme después de la casa adosada frente al mar azul desteñido de
Australia. Maria siguió a sus padres dentro y entraron en habitaciones separadas.
Escuchó a Roilan contestar su móvil afuera y giró sus manos hacia el brillante polvo flotando en el aire.
— ¡Mamá! —Roilan corrió hacia la puerta del frente—. Hablé con Edwin, y dice que las primeras pruebas de lacrosse son hoy.
— ¿Lacrosse? —Emma salió del comedor—. ¿Ahora?
—Sí —dijo Roilan—. ¡Yo voy! —Corrió por las escaleras hacia su vieja habitación.

--- ¿Maria, cariño? —La voz de su madre la hizo volverse
—. ¿Puedes llevar a Roilan a la práctica?
Maria dejó escapar una pequeña risa.
— ¿Um, mamá? No tengo mi licencia.
— ¿Y? Conducías todo el tiempo en Sidney. El campo de lacrosse sólo está a un
par de millas, ¿no? Lo peor que puede pasar, es que golpees una vaca. Solamente espera hasta que él haya terminado.
Maria se detuvo. Su madre ya sonaba agotada. Escuchó a su papá en la cocina abriendo y cerrando gabinetes y farfullando en voz baja. ¿Podrían sus padres amarse aquí como lo hacían en Australia? ¿O podrían las cosas volver a ser como solían ser?
—Bien —murmuró. Dejó sus maletas en el pasillo, agarró las llaves del auto, y se deslizó en el asiento delantero. Su hermano se subió a su lado, asombrosamente vestido con su equipo. Golpeó la red de su palo entusiasmadamente, le dio una conocedora y malvada sonrisa.
— ¿Feliz de volver?
Maria solamente suspiró en respuesta. Todo el camino, Roilan tuvo sus manos presionadas contra la ventana del auto, gritando cosas como, “¡Allí está la casa de
Caleb! ¡Derribaron la rampa de skate!” y “¡La popo de las vacas huele igual!” En el vasto, y bien cortado campo de práctica, ella apenas había detenido el auto cuando Roilan abrió la puerta e inmediatamente salió.
Se deslizó de nuevo en el asiento, mirando hacia el techo, y respiró. “Emocionadade volver,” murmuró. Un globo aerostático flotaba serenamente a través de las nubes. Solía ser tan placentero verlos, pero hoy ella no estaba centrada en eso, cerró un ojo, y pretendió aplastar el globo entre su pulgar e índice.
Un montón de chicos en camisetas blancas de Nike, pantalones cortos holgados, y
gorras de béisbol volteadas caminaban lentamente cerca de su auto hacia la casa en el campo. ¿Ves? Todos los chicos de Valle Guanape eran copias exactas. Maria parpadeó. Uno de ellos incluso estaba vistiendo la misma camiseta Nike dela Universidadde Valle Guanape que Ericxon Castro, el chico del sándwich de helado que amaba en octavo grado, solía llevar. Miró el ondulado cabello negro del chico. Espera. ¿Ese era… él? Oh Dios. Era él. Maria no podía creer que estuviera llevando la misma camiseta que vestía cuando tenía trece años. Probablemente lo hacía por suerte o alguna otra extraña superstición de deportista.
Ericxon la miró de soslayo, entonces, caminó hacia su auto y golpeó en la ventana. Ella la bajó.
—¿Eres esa chica que se fue al Polo Norte, Maria, cierto? ¿Eras la amiga de Sam C? — Noel continuó.
El estómago de Maria se desplomó.
—Um —dijo.
—No, hombre —Mancio Yanez, el segundo chico más caliente en Valle Guanape, vino detrás de Ericxon—. Ella no se fue al Polo Norte, fue a Australia. Ya sabes, de donde es esa modelo Svetlana. ¿La que se parece a Kelimar?
Maria se frotó la parte trasera de su cabeza. ¿Kelimar? ¿KelimarHernandez?
Un silbato sonó, y Ericxon metió la mano en el auto y tocó el brazo de Maria.
— ¿Te vas a quedar y mirarás la práctica, cierto, Australia?
—Uh…ja— dijo Maria.
— ¿Qué es eso, un gruñido australiano de sexo? —rió Mancio.
Maria rodó los ojos. Estaba muy segura de quejaera el finlandés parasí, pero por
supuesto, estos chicos no sabían eso.
—Que se diviertan jugando con sus bolas. —Sonrió con cansancio.
Los chicos se empujaron entre ellos, entonces, se alejaron, golpeando sus palos de lacrosse de aquí para allá incluso antes de llegar al campo. Maria miró por la ventana. Cuan irónico. Esta era la primera vez que había coqueteado con un chico en Valle Guanape —especialmenteEricxon— y a ella incluso no le importó.
A través de los árboles, podía distinguir la aguja que pertenecía a la capilla dela Unefa, la pequeña escuela liberal de arte donde su padre enseñaba. En la calle principal dela Unefahabía un bar, Piedra Azul . Se enderezó y miró su reloj. Dos
treinta. Éste debería estar abierto. Podía ir y tomar una cerveza o dos y tratar de
divertirse. Y oye, quizás la cerveza podría hacer que los chicos de Valle Guanape lucieran bien.

* * *
Los bares en Sidney olían a cerveza recién hecha, madera vieja, y cigarrillos franceses, Piedra Azul olía a una mezcla de cuerpos muertos, perros calientes podridos y sudor. Y Valle Guanape como todo lo demás en Valle Guanape, le traía recuerdos: Una noche de viernes, Samir Combs había desafiado a Maria a ir a
Piedra Azul y ordenar un Screaming Orgasm. Maria había esperado en la fila detrás de unos chicos ricos de universidad, y cuando el bravucón no le permitió entrar, ella se quejó, “Pero mi Screaming Orgasm está allí.” Entonces, se dio cuenta de lo que había dicho y huyó hacia sus amigas, que estaban agachadas detrás de un auto en el aparcamiento. Todos rieron tan fuerte que tuvieron hipo.
—Amstel —dijo al barman después de cruzar los paneles de vidrio de la puerta
delantera, aparentemente allí no necesitaban un bravucón a las dos treinta de un
sábado. El barman la miró con duda pero entonces puso una cerveza en frente de
ella y se alejó. Maria tomó un gran sorbo. Sabía suave y aguada. La escupió de
vuelta en el vaso.
—¿Está todo bien aquí?
Maria se giró. A tres taburetes estaba un tipo con cabello rubio desordenado y ojos
azul hielo como de un perro siberiano. Estaba mirando algo en un pequeño vaso.
Maria frunció el ceño.
—Sí, olvidé cómo sabía la cerveza aquí. He estado en Oceanía por dos años. La cerveza es mejor allá.
— ¿Oceania? —El tipo sonrió. Tenía una hermosa sonrisa—. ¿Dónde?
Maria sonrió de vuelta.
—Sidney.
Sus ojos se iluminaron.
—Una vez pasé unas noches en Sidney en mi camino a Ámsterdam. Allí había
una gran y sorprendente fiesta en el puerto.
Maria puso sus manos alrededor del vaso de cerveza.
—Sí —dijo, sonriendo—. Ellos tienen las mejores fiestas allá.
—¿Estuviste allá para las luces del norte?
—Por supuesto —respondió Maria—. Y el sol de medianoche. Teníamos esas increíbles reuniones en verano… con la mejor música —Ella miró a su vaso—.
¿Qué estás tomando?
—Scotch —dijo él, ya señalando al barman—. ¿Quieres una?
Ella asintió. El hombre corrió los tres taburetes hacia ella. Tenía unas manos lindas con largos dedos y uñas ligeramente rotas. Llevaba un pequeño botón en su chaqueta de pana que decía, ¡LAS MUJERES INTELIGENTES VOTAN!
— ¿Así que vivías en Australia? —sonrió de nuevo—. ¿Igual que un año de estudio en el exterior?
—Bueno, no —dijo Maria. El barman pusola Scotchfrente a ella. Tomó un gran trago de cerveza. Su garganta y pecho inmediatamente crepitaron
—. Yo estaba en Australia porque…
Se detuvo.
—Sí, era mi, uh, año en el exterior. —Permitiendo que pensara lo que él quisiera.
—Genial —asintió—. ¿Dónde estuviste antes de eso?
Se encogió de hombros.
—Um… aquí en Valle Guanape —sonrió y rápidamente agregó—. Pero me gustó estar allá, es mucho mejor.
Él asintió.
—Yo estaba totalmente deprimido de venir a Venezuela después de
Ámsterdam.
—Lloré todo el tiempo de vuelta a casa. —Admitió Maria, sintiéndose ella misma — su nueva y mejorada yo australiana— por primera vez desde que había regresado. No sólo era ella hablando con un lindo e inteligente chico sobre Oceania, sino que éste debería ser el único chico en Valle Guanape que no conocía a su Maria de Valle Guanape, la extraña amiga de un chico desaparecido
—. Así que, ¿vas a la escuela aquí? —preguntó.
—Ya me gradué. —Se limpió la boca con una servilleta y encendió un Camel. Le
ofreció a ella uno del paquete, pero sacudió la cabeza—.
Ahora hago algo de enseñanza.
Maria tomó otro trago de su Scotch y se dio cuenta de que ya se había acabado.
Wow.
—Me gustaría enseñar, creo. Una vez que termine la escuela. O eso, o escribir obras.
—¿Sí? ¿Obras? ¿Cuál es tu especialidad?
—¿Um, Inglés? —El barman puso otra Scotch en frente de ella.
—¡Eso es lo que estoy enseñando! —él dijo. Mientras lo decía, puso su mano en la rodilla de Aria. Estaba tan sorprendida que retrocedió y casi bota su bebida. Él alejó su mano. Ella se sonrojó.
—Lo siento —dijo, un poco avergonzado—. Soy Jorge, por cierto.
—Maria. —De repente su nombre sonaba gracioso. Soltó una risita, perdió el equilibrio.
—Whoa. —Jorge agarró su brazo para estabilizarla.
Tres Scotches después, Maria y Jorge habían establecido que ambos habían conocido al mismo viejo marinero barman en el bar Borg en Australia, que amaban la forma en que bañarse en la laguna azul rica en minerales los hacía sentir somnolientos, y realmente les gustó el olor a huevo podrido de azufre en las aguas termales. Los ojos de Jorge eran muy azules y por un momento Maria quiso preguntar si él tenía novia. Ella se sentía cálida por dentro y muy segura de que no era sólo porla Scotch.
—Tengo que ir al baño —dijo Maria.
Jorge sonrió.
— ¿Puedo ir?
Bueno, eso responde a la pregunta de la novia.
—Quiero decir, uh…—él frotó la parte trasera de su cuello—. ¿Fue eso demasiado de mi parte? —preguntó, mirando bajo sus cejas fruncidas.
Su cerebro zumbó. Liarse con un extraño no era algo que realmente hiciera, al menos no en Venezuela. ¿Pero no había dicho que quería serla Mariaaustraliana? Se levantó y tomó sus manos. Ellos se miraron todo el camino hacia el baño de mujeres de Piedra Azul. Allí había papel higiénico sobre todo el piso y olía incluso peor que el resto del bar, pero a Maria no le importó. Mientras Jorge la levantó sobre el lavamanos y ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura, todo lo que podía oler era su esencia -una combinación de Scotch, canela, y sudor- y nunca algo había olido tan dulce.
Como decían en Australia o en donde quiera,ja.

Capítulo 3
El Primer Prendedor de Kelimar

Y aparentemente ¡estaban teniendo sexo en la habitación de los padres
de Wilmelys! Kelimar Hernandez miró fijamente a su mejor amiga, Julia Ñambre, a través de la mesa. Era dos días antes de que la escuela comenzara y estaban sentadas en la terraza del café inspirado en Francia, Rive Gauche, en el centro comercial Sol y Mar
Mancio, tomando vino tinto, comparando Vogue con Teen Vogue, y contando
chismes. Julia siempre conocía la mejor basura de las personas. Kelimar  tomó otro sorbo de vino y notó a un tipo de unos cuarenta y tanto mirando lascivamente
hacia ellas. Un normal Humbert Humbert*, pensó Kelimar, pero no lo dijo en voz
alta. Julia no comprendería la referencia literaria, pero sólo porque Kelimar era la
chica más solicitada en Juan de Urpin no quería decir que estuviera por encima de
probar los libros de lectura recomendada para el verano en Juan de Urpin de vez
en cuando, especialmente cuando estaba acostada a lado de su piscina con nada
para hacer. Además Lolita parecía deliciosamente sucio. Julia se giró alrededor para ver a quién estaba mirando Kelimar. Sus labios se curvaron hacia arriba en una traviesa sonrisa. —Deberíamos deslumbrarlo.
—¿A la cuenta de tres? —Los ojos ámbar de Kelimar se ensancharon. Julia asintió. A la de tres, las chicas lentamente levantaron el dobladillo de sus ya por-las-nubes minis, enseñando sus pantys. Los ojos de Humbert se sobresaltaron y derribó el vaso de Pinot sobre la entrepierna de sus caquis. —¡Dios Mio! —gritó antes de salir disparado hacia el baño.
—Lindo —dijo Julia. Tiraron sus servilletas sobre sus ensaladas sin comer y se prepararon para marcharse.

Se habían hecho amigas el verano entre octavo y noveno grado, cuando ambas
habían sido echadas de las pruebas para animadoras de primer año de Juan de Urpin. Juraron que entrarían al equipo al año siguiente, decidieron perder toneladas de peso –así podrían ser las lindas y alegres chicas que los chicos arrojaban al aire. Pero una vez que consiguieron ser flacas y magníficas, decidieron que animar había pasado y que las animadoras eras perdedoras, entonces nunca se molestaron en volver a hacer la prueba para entrar al equipo.
Desde entonces, Kelimar y Julia compartían todo, bueno, casi todo. Kelimar no le había dicho a Julia cómo había perdido peso tan rápidamente. Era demasiado grotesco como para hablar de eso. Mientras que una dura dieta de semillas de fruta era sexy y admirable, no había nada, nada glamoroso sobre comer una tonelada de comida mantecosa, grasienta y de preferencia llena de queso y luego vomitar todo eso. Pero Kelimar estaba por sobre ese pequeño mal hábito por ahora, entonces realmente no importaba.
—Sabes que ese tipo había metido la pata —susurró Julia, reuniendo las revistas en un montón.
— ¿Qué va a pensar Raul?
—Se reirá —dijo Kelimar.
—Uh, no pienso eso.
Kelimar se encogió de hombres.
—Podría. Julia resopló.
 —Si, deslumbrando a extraños va bien con una promesa de virginidad.
Kelimar miró hacia abajo a sus tacos morados Michael Kors. La promesa de virginidad. Kelimar era increíblemente popular, tenía un extraordinariamente
Caliente novio, Raul Ackard -el chico que había deseado desde séptimo grado- que se había estado comportando un poco extraño últimamente. Él siempre había sido el Sr. All-American Boy Scout*- mientras era voluntario en su antiguo hogar y sirviendo pavo a los sin casa en el Día de Acción de Gracias –pero anoche, cuando Kelimar, Raul, Julia, y un puñado de otros chicos pasaban el rato en el jacuzzi de cedro de Mancio Yanez, encubiertamente bebiendo Coronas (marca de cerveza), Raul había tomado un mando de All-American Boy Scout. Había anunciado, un poco orgullosamente, que había firmado una “promesa” de virginidad y había prometido no tener sexo antes del matrimonio. Todos, Kelimar incluida, habían estado demasiado atontados para responder.
—Él no hablaba en serio —dijo Kelimar con seguridad. ¿Cómo podría haberlo hecho? Un puñado de niños firmaban la promesa; Kelimar calculaba que sólo era una tendencia pasajera, como esos brazaletes de Lance Armstrong o Yogalates*.
— ¿Tú crees? —Julia sonrió con satisfacción, apartando su largo flequillo fuera de sus ojos. —Vamos a ver qué sucede en la fiesta de Ericxon el próximo viernes.
Kelimar apretó sus dientes. Parecía como si Julia se estuviera riendo de ella.
— Quiero ir de compras —dijo, levantándose.
— ¿Qué te parece Tiffany’s? —preguntó Julia.
—Sensacional.
Dieron un paseo por la nueva sección de lujo del centro comercial Sol y Mar Mancio, que tenía un Burberry, un Tiffany’s, un Gucci, y un Coach; olía al último perfume de Michael Kors; y estaba abarrotado de chicas lindas de-regreso-a-preparatoria con sus bellas mamás. En un viaje de compras a solas hace unas semanas atrás, Kelimar había visto a su antigua amiga Yulexi Gonzales deslizándose un nuevo Kate Spade, y recordaba cómo ella solía hacer una orden especial de una temporada entera que valía la pena de bolsos de hombro de nylon desde Barcelona. Kelimar se sintió divertida por saber ese tipo de detalles sobre alguien de la cual ya no era amiga. Y mientras veía a Yulexi examinando las valijas Kate Spade de cuero, Kelimar se preguntó si Yulexi estaba pensando lo que ella estaba pensando: esta nueva ala del centro comercial era justo el tipo de lugar que Sam Combs hubiera amado. Kelimar a menudo pensaba en todas las cosas que Sam se había perdido – la fogata de regreso a casa el año pasado, la fiesta de karaoke de Paola Flamez para sus dulces dieciséis en la mansión de su familia. Pero ¿la cosa más grande que Sam se había perdido? El cambio de imagen de Kelimar, por supuesto –y lo que ella había hecho fue como un cañonazo. A veces, cuando Kelimar daba vueltas en frente de su espejo de cuerpo entero, pretendía que Sam estaba sentado detrás de ella, criticando sus conjuntos de la forma en que solía hacerlo. Kelimar había desperdiciado tantos años siendo una gorda y pegajosa perdedora, pero las cosas eran tan diferentes ahora. Ella y Julia se dirigieron hacia Tiffany’s; estaba lleno de vidrio, cromo, y luces blancas que hacían que los impecables diamantes brillaran incluso más. Julia merodeaba alrededor de las vitrinas y entonces levantó las cejas hacia Kelimar.
— ¿Tal vez un collar?
— ¿Qué hay sobre un encantador brazalete?
—Perfecto.
Caminaron hacia la vitrina y miraron el encantador brazalete de plata con un prendedor en forma de corazón. —Tan lindo —suspiró Julia.
— ¿Interesadas? —Preguntó una elegante dependienta mayor.
—Oh, no lo sé —dijo Kelimar.
—Te viene bien. —La mujer abrió la vitrina y tanteó alrededor por el brazalete.
— Está en todas las revistas.
Kelimar le dio un codazo a Julia. —Pruébatelo tú.
Julia lo deslizó en su muñeca. —Es verdaderamente hermoso. —Entonces la mujer se giró hacia otro cliente. Cuando lo hizo, Julia deslizó el brazalete fuera de su muñeca y lo metió dentro de su bolsillo. Al mismo tiempo, Kelimar apretó sus labios y le hizo señas a otra dependienta, una chica de cabello rubio-miel que usaba brillo labial color coral.
— ¿Puedo probarme ese brazalete de ahí, el con el amuleto redondo?
— ¡Seguro!— La chica abrió la vitrina. —Tengo uno de esos para mí.
— ¿Qué hay sobre los aros a juego, también?— Kelimar los señaló.
—Por supuesto.

Julia se había movido hacia los diamantes. Kelimar sostuvo los aros y el brazalete en sus manos. Juntos, eran $350. Repentinamente, un enjambre de chicas japonesas abarrotaron el mostrador, todas señalando a otro brazalete con un amuleto redondo en la vitrina de vidrio. Kelimar examinó el techo en busca de cámaras y las puertas por detectores.
—Oh, Kelimar, ¡ven a ver el Lucero! —gritó Julia.
Kelimar se detuvo. El tiempo se hizo más lento. Deslizó el brazalete en su muñeca y luego lo movió más arriba dentro de su manga. Atoró los aros en su monedero color cereza con las iniciales Louis Vuitton grabadas. El corazón de Kelimar golpeaba con fuerza. Esta era la mejor parte de tomar cosas: la sensación de anticipación. Se sentía toda agitada y viva.
Julia señaló con la mano un anillo de diamante hacia ella.
— ¿No se vería bien en mí?
—Vamos. —Kelimar agarró su brazo. —Vamos a Coach.
— ¿No te quieres probar alguno? —Julia puso mala cara. Ella siempre paraba después de que sabía que Kelimar había hecho el trabajo.
—Nah —dijo Kelimar. —Los bolsos están gritando nuestros nombres. —Sentía la cadena de plata del brazalete presionando gentilmente en un brazo. Tenía que conseguir salir de ahí mientras las chicas japonesas todavía estaban haciendo alboroto alrededor del mostrador. La dependienta no había vuelto a mirar en su dirección.
—Bien —dijo Julia dramáticamente. Tomó el anillo -sosteniéndolo por sus diamantes, lo que incluso Kelimar sabía que se suponía no debías hacer- de regreso a la dependienta. —Esos diamantes son muy pequeños —dijo. —Lo siento.
—Tenemos otros —intentó la mujer.
—Vamos —dijo Kelimar, agarrando el brazo de Julia. Su corazón martilleaba mientras hilaban su camino por Tiffany’s. El amuleto tintineó en su muñeca, pero mantuvo su manga tirada hacia abajo. Kelimar era una experimentada profesional en esto –primero había sido el dulce suelto en la tienda abierta las veinticuatro horas Wawa, luego CDs de Tower, luego camisetas de bebé de Ralph Lauren –y se sentía más grande y más poderosa cada vez. Cerró sus ojos y cruzó el umbral, preparándose a sí misma para que las alarmas se dispararan.
Pero nada pasó. Estaban fuera.
Julia apretó su mano. — ¿Conseguiste uno también?
—Por supuesto. —Movió el brazalete alrededor de su muñeca. —Y estos. —Abrió el monedero y le mostró a Julia los aros.
—Oh por Dios. —Los ojos de Julia se ensancharon.
Kelimar sonrió. A veces se sentía tan bien superar a tu mejor amiga. No queriendo traer mala suerte, se alejó rápidamente de Tiffany’s y escuchó por si alguien las venía persiguiendo. El único ruido, sin embargo, era el borboteo de la fuente y una versión de Muzak de — ¡Oops! I Did It Again*.
Oh sí, lo hice, pensó Kelimar.

Capítulo 4
Yulexi Camina por las Tablas

Cariño, no debes comer mejillones con las manos. No está bien.
Yulexi Gonzales miró a través de la mesa a su madre, Nancy, que nerviosamente deslizaba sus manos a través de su perfectamente destacado cabello rubio cenizo. —Lo siento —dijo Yulexi, tomando el ridículamente pequeño tenedor para comer mejillones.
—Realmente no creo que Karen deba estar viviendo en la casa de la ciudad con todo ese polvo. —La Sra. Gonzalesdijo a su esposo, ignorando la disculpa de Yulexi.
Carlos Gonzales rodó su cuello. Cuando él no estaba ejerciendo la abogacía, estaba montando bicicleta furiosamente en todos los caminos de Valle Guanape con apretadas y coloridas camisetas y pantalones, agitando el puño al pasar a los autos. Todo ese ciclismo le daba un dolor crónico en sus hombros.
— ¡Todo ese martilleo! No sé cómo ella consiguió terminar sus estudios — continuóla Sra. Gonzales.
Yulexi y sus padres estaban sentados en el Moshulu, un restaurante a bordo de un barco en el puerto de Puertola Cruz, esperando para que la hermana de Yulexi,
Karen, los encontrara para cenar. Era una gran cena de celebración porque
Karen se había graduado de la licenciatura en UCV un año antes y había
entrado enla Escuelade Negocios Penn Wharton. La casa del centro de la ciudad de Caracas estaba siendo reformada como un regalo de sus padres para Karen.

En sólo dos días, Yulexi estaría empezando su tercer año en Juan de Urpin y tendría que entregarse al calendario del año lleno: cinco AP’s*, capacitación en liderazgo, campaña de organización de caridad, la edición del anuario, audiciones de drama, practicas de hockey, y enviar solicitudes lo antes posible para el programa de verano, ya que todos sabían que la mejor manera de lograr entrar en Iv* era entrar en uno de sus campamentos de verano pre-College. Pero había una cosa que Yulexi había esperado este año: mudarse al granero remodelado que estaba en la parte trasera de la propiedad de su familia. Conforme con sus padres, este era el camino perfecto para prepararla para el College
— ¡Solo mira cómo había funcionado con Karen! Decían. Pero Yulexi estaba feliz de seguir los pasos de su hermana en este caso, ya que ellos la condujeron a la tranquila y luminosa casa de huéspedes donde Yulexi escaparía de sus padres y sus constantes ladridos de labradoodles.*
Las hermanas tenían una tranquila y larga rivalidad en la que Yulexi había perdido siempre: Yulexi había ganado el Premio Presidencial al Estado Físico cuatro veces en la primaria; Karen lo había ganado cinco. Yulexi obtuvo el segundo lugar en el concurso de geografía del séptimo grado, Karen obtuvo el primero. Yulexi estaba en el comité del anuario, en todas las obras de la escuela, y estaba tomando cinco clases AP este año; Karen había hecho todas estas cosas en su tercer año además de trabajar en la granja de caballos de su madre y entrenaba para la maratón de Caracas por la investigación de la leucemia. No importaba cuan altos eran los GPA* de Yulexi o cuantas actividades extra-curriculares ella pusiera en su horario, nunca estaría cerca del nivel de perfección de Karen.
Yulexi tomó otro mejillón con sus dedos y lo metió en su boca. Su papá amaba ese restaurante, con esos oscuros revestimientos de manera, gruesos tapetes orientales, y el embriagador olor de mantequilla, vino tinto, y aire salado. Sentados entre mástiles y velas, se sentía como si pudieras saltar sobre la borda hacía el puerto. Yulexi miró haciala Riveraal gran burbujeante acuario en Puertola Cruz, Un barco enorme de fiesta decorado con luces navideñas flotaba junto a ello. Alguien disparó juegos artificiales amarillos frente a la cubierta. Ese bote estaba teniendo más diversión del que el de ello estaba teniendo.
— ¿Cuál es el nombre del amigo de Karen? —su madre murmuró.
—Creo que es Nelson —Yulexi dijo. En su cabeza, ella añadió, al igual que las aves flacas.
—Ella me dijo que él estaba estudiando para ser doctor. —Su madre dijo
.— En UVC
—Claro que sí —Yulexi dijo con voz cantarina. Masticó un pedazo de concha de mejillón e hizo una mueca de dolor. Karen estaba trayendo a su novio de dos meses a cenar. La familia todavía no lo conocía -él había estado visitando a su familia o algo así- pero los novios de Karen eran todos iguales: guapos como de libros de texto, de buenos modales, jugadores de golf. Karen no tenía una pizca de creatividad en su cuerpo y claramente buscaba la misma predecibilidad en sus novios.
— ¡Mamá! —una familiar voz llamó detrás de Yulexi.
Karen se abalanzó al otro lado de la mesa y dio a sus padres un gran beso. No había cambiado desde la secundaria: su cabello negro risado-cenizo estaba cortado en puntas hasta su barbilla, no llevaba maquillaje excepto por un poco de base, y vestía un desaliñado vestido amarillo de cuello cuadrado, una chaqueta de color rosa con perlas de botones, y los zapatos de tacón kitten casi lindos.
— ¡Cariño! —su madre gritó.
—Mamá, papá, aquí está Nelson —Karen puso la mano en alguien a su lado.
Yulexi trató de mantener su boca cerrada. No había nada de flaco, como pájaro, o libro de texto en Nelson. Él era alto y larguirucho y vestía una bellamente cortada camisa Thomas Pink. Su cabello negro estaba cortado en un estilo largo, enmarañado y desaliñado. Tenía piel hermosa, altos pómulos, y ojos almendrados. Nelson sacudió las manos de sus padres y se sentó en la mesa. Karen le preguntó a su mamá algo sobre a dónde enviar la cuenta del fontanero, mientras Yulexi esperaba ser presentada. Nelson pretendió estar realmente interesado en el descomunal vaso de vino.
—Soy Yulexi —ella dijo finalmente. Se preguntó si su respiración olía a mejillones. —La otra hija —Yulexi asintió hacia el otro lado de la mesa —La que ellos mantienen en el sótano.
—Oh —Nelson sonrió. —Genial.
¿Era ese un acento británico el que escuchó?
— ¿No es extraño que ellos no te han preguntado una sola cosa sobre ti?
—Yulexi señaló a sus padres. Ahora ellos estaban hablando sobre contratistas y la mejor manera para usar en el suelo de la sala.
Nelson se encogió de hombros, y entonces susurró, —Un poco —él guiñó.
De repente, Karen agarró la mano de Nelson. —Oh, mira ya la has conocido — dijo ella
—Sí —sonrió él— No me dijiste que tenías una hermana.
Claro que ella no lo había hecho.
—Así que, Karen —la Sra. Gonzalesdijo— Papi y yo estamos hablando sobre dónde deberías quedarte mientras las renovaciones pasan. Y he pensado en algo.
¿Por qué no vienes a Valle Guanape a vivir con nosotros por un par de meses? Puedes viajar diariamente a Penn; sabes cuán fácil es.
Karen arrugó su nariz. Por favor di no, por favor di no, Yulexi pensó.
—Bueno —Karen ajustó la correa de su vestido amarillo. Cuanto más Yulexi se quedaba mirándolo, más el color hacía lucir a Karen como si ella tuviera la gripe.
Karen miró a Nelson —La cosa es… Nelson y yo vamos a mudarnos a la casa en la ciudad…  juntos.
— ¡Oh! —su madre sonrió a los dos. —Bueno… Supongo que Nelson podría quedarse con nosotros también… ¿Qué piensas, Carlos?
Yulexi tenía agarrados sus pechos para guardar su corazón de la explosión en su pecho. ¿Iban a mudarse juntos? Su hermana realmente tenía algo de agallas. Sólo podía imaginarse qué sucedería si ella soltara una bomba como esa. Mamá realmente haría a Yulexi vivir en el sótano, o quizás en el establo. Ella podría establecer una tienda junto a la compañera cabra de los caballos.

—Bueno, supongo que eso está bien —dijo su padre. ¡Increíble!— Ciertamente será tranquilo. Mamá se pasa la mayor parte del día en el establo, y Yulexi por supuesto estará en la escuela.
— ¿Estás en la escuela? —preguntó Nelson— ¿Dónde?
—Ella está en secundaria —Karen interrumpió. Ella miró fijamente a Yulexi, como si estuviera comparándola. Desde el apretado vestido de tenis Lacoste de
Yulexi, el cabello ondulado negro oscuro, hasta sus pendientes de diamante de dos quilates. —La misma secundaria a la que yo fui. Nunca pregunté, Yule ¿eres la presidenta de la clase este año?
—VP* —balbuceó Yulexi. No había manera de que Karen no lo supiera ya.
— ¿OH, no eres tan feliz de que resultara de esa forma? —Karen preguntó.
—No —Yulexi dijo categóricamente. Ella había corrido por el primer lugar la primavera pasada, pero había sido sacada y había obtenido la vacante de VP. Ella odiaba perder en cualquier cosa.
Karen sacudió su cabeza. —No entiendes Yule, es demasiado trabajo. Cuando fui presidenta, ¡difícilmente tenía tiempo para algo más!
—Tienes muy pocas actividades, Yulexi —murmuróla Sra. Gonzales.
 —Está el anuario, y todos esos juegos de hockey…
—Además, Yulexi, asumirás si el presidente, ya sabes… muere— Karen guiñó hacia ella como si estuvieran compartiendo un chiste, lo que no estaban haciendo.
Karen se giró hacia sus padres.
—Mamá, creo que tengo una mejor idea. ¿Por qué Nelson y yo no nos quedamos en el granero? Entonces estaremos fuera de tu camino.
Yulexi sintió como si alguien la hubiera golpeado en los ovarios. ¿El granero?
La Sra. Gonzalesllevó un dedo con manicura francesa a su perfectamente pintada boca. —Hmm —declaró. Se giró tentativamente hacia Yulexi.
— ¿Serías capaz de esperar unos pocos meses, cariño? Entonces el granero será todo tuyo.
— ¡Oh! —Karen soltó su tenedor.
— ¡No sabía que ibas a mudarte allí, Yule! No quiero causar problemas...
—Está bien —interrumpió Yulexi, agarrando su vaso de agua fría y tomando un gran trago. Se ordenó a sí misma no hacer un berrinche en frente de sus padres y la perfecta Karen. —Puedo esperar.
— ¿De verdad? —Karen preguntó. — ¡Eso es tan dulce de tu parte!
Su madre presionó su fría y delgada mano contra la de Yuelxi y sonrió con alegría. —Sabía que entenderías.
— ¿Pueden perdonarme? —Yulexi vertiginosamente empujó su asiento hacia tras de la mesa y se levantó. —Estaré de regreso —Caminó sobre el piso de madera del bote, bajó por las escaleras alfombradas, y salió por la entrada principal. Ella necesitaba llegar a tierra firme.
Fuera en el pasillo del Penn, el horizonte de Filadelfia brillaba. Yulexi se sentó en
un banco y respiró como en el yoga. Entonces sacó su cartera y empezó a ordenar el dinero. Los giró todos desde unos, cincos y veintes en la misma dirección y alfabetizándolos de acuerdo a la combinación de letra y numero impresos en verde en las esquinas. Hacer esto siempre la hacía sentirse mejor. Cuando terminó, miró hacia la cubierta del comedor. Sus padres estaban de cara al río, así que ellos no podían verla. Excavó a través de su bolso bronce de Hogan por su paquete de emergencia de Marlboro y encendió uno.
Tomó una calada y después otra. Robar el granero era demasiado malvado, pero hacerlo de una forma tan educada era el estilo de Karen -ella siempre había sido buena por fuera pero horrible por dentro. Y nadie podía verlo a excepción de
Yulexi.
Ella se había vengado de Karen sólo una vez, unas cuantas semanas antes de que terminara el séptimo grado. Una noche, Karen y su novio de entonces, Leo
Vasquez, estaban estudiando para los finales. Cuando Leo se iba, Yulexi lo acorraló fuera cerca a su SUV, que él había parqueado detrás de la hilera de pinos de su casa. Ella simplemente había querido coquetear –Leo estaba desperdiciando su belleza en su escueta y santurrona hermana- así que ella dio a Leo un beso de despedida en la mejilla. Pero cuando él la apretó contra la puerta del pasajero, ella no trató de huir. Ellos sólo pararon de besarse cuando la alarma de su auto empezó a sonar.
Cuando Yulexi le dijo a Samir sobre esto, Sam dijo que era algo muy horrible y que debía confesárselo a Karen. Yulexi sospechó que Sam estaba enojado porque ellos habían tenido una competencia todo el año sobre quién podría liarse con los
chicos o chicas más maduros o maduras, y besar a Leo ponía a Yulexi como líder.
Yulexi inhaló bruscamente. Ella odiaba estar recordando ese periodo de su vida.
Pero la vieja casa de los Combs estaba justo al lado de la suya, y la ventana de la habitación de Sam daba a la de Yulexi -era como Sam frecuentaba su 24/7. Todo lo que Yulexi tenía que hacer era mirar fuera de su ventana y allí estaba Sam, colgando su uniforme de hockey justo donde Yulexi podía verlo o paseándose por su habitación chismeando en su móvil. Yulexi quería pensar que ella había cambiado mucho desde el séptimo grado. Todos habían sido tan malos -especialmente Samir- pero no sólo Samir. Y el peor recuerdo de todo era el asunto… El asunto de Gabriela. Pensar en lo que hizo Yulexi se sentía tan horrible, que ella deseó poder borrarlo de su cerebro como lo hacían en la película El Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos.
—No deberías estar fumando, ya sabes.
Ella se giró, y allí estaba Nelson parado justo a su lado. Yulexi lo miró, sorprendida. — ¿Qué estás haciendo aquí abajo?
—Ellos estaban… —él abrió y cerró sus manos una contra la otra, como bocas hablando.
—Y yo tengo algo aquí. —Sacó un BlackBerry.
—Oh —Yulexi dijo. — ¿Es eso del hospital? Escuché que eres un doctor influyente.
—Bueno, no, realmente, sólo soy estudiante de primer año de medicina —dijo
Nelson, y entonces apuntó a su cigarrillo. — ¿Te importa si tengo un poco de eso?

Yulexi torció las esquinas de su boca hacia arriba con ironía.
—Me dijiste que no fumara —dijo, entregándoselo a él.
—Sí, bueno —Nelson tomó una profunda calada del cigarrillo.
— ¿Estás bien?
—Lo que sea —Yulexi no quería hablar de cosas con el nuevo novio de su hermana que había robado su granero para vivir en él.
— ¿De dónde eres?
—Norte de Londres. Aunque, mi papá es coreano. Él se mudó a Inglaterra para ir a Oxford y terminó quedándose. Todos preguntan.
—OH, yo no iba a hacerlo —Yulexi replicó, a pesar de que había pensado en ello.
— ¿Cómo se conocieron tú y mi hermana?
—En un Starbucks —contestó. —Ella estaba en la fila delante de mí.
—OH —dijo Yulexi. Increíblemente flojo.
—Ella estaba comprando un latte —agregó Nelson golpeando el bordillo de piedra.
—Eso es lindo —Yulexi manipuló su paquete de cigarrillos.
—Eso fue hace pocos meses —él tomó otra entrecortada calada, sus manos temblando un poco y sus ojos girando alrededor.
—Yo la imaginaba antes de llegar a la casa de la ciudad.
—Correcto —dijo Yulexi, dándose cuenta que él parecía un poco nervioso.
Quizás estaba tenso por la reunión con sus padres. ¿O era irse a vivir con Karen lo que lo tenía sobre el borde? Si Yulexi fuera un chico que tuviera que mudarse con Karen, ella se arrojaría a al nido de cuervos de Moshulu o dentro del río
Orinoco. Él le devolvió el cigarrillo.
—Espero que esté bien que vaya a quedarme en tu casa.
—Um, sí. Lo que sea.
Nelson lamió sus labios.
—Quizás pueda conseguir que olvides tu adicción a fumar.
Yulexi se puso rígida —No soy adicta.
—Seguro no lo eres —contestó Nelson sonriendo.
Yulexi sacudió la cabeza enfáticamente. —No, nunca permitiría que eso sucediera. —Y eso era verdad: Yulexi odiaba sentirse fuera de control
Nelson sonrió. —Bien, ciertamente suena como que sabes lo que estás haciendo.
—Lo sé.
— ¿Eres de esa manera con todo? — preguntó Nelson, sus ojos brillando.
Allí había algo en la luz, burla en la forma en que él dijo eso que hizo que Yulexi se detuviera. ¿Ellos estaban… coqueteando? Se miraron mutuamente por unos cuantos segundos hasta que un gran grupo de gente silbando que esperaban el bote sobre la calle. Yulexi bajó sus ojos.
— ¿Así que, piensas que es hora de volver? —preguntó Nelson.
Yulexi vaciló y miró a la calle, llena de taxis, listos para llevarla a donde ella quisiera. Casi quería preguntar a Nelson si tomaría uno de los taxis con ella para ir al juego de béisbol en el Citizens Bank Park, dónde ellos podían comer perros calientes, gritar a los jugadores, y contar cuantos strikeout el lanzador de los
Phillies acumularía. Ella podía usar los asientos de su papá -que más que nada eran malgastados, de todos modos- y ella apostaba a que Nelson lo aceptaría. ¿Por qué volver dentro, cuando su familia sólo continuaría ignorándolos? Un taxi paró en la luz, a unos cuantos pies de ellos. Ella lo miró. Entonces miró a Nelson.
Pero no, eso estaría mal. ¿Y quién ocuparía el puesto de vice-presidente en caso de que él muriera y ella fuera asesinada por su propia hermana?
—Después de ti — dijo Yulexi, y mantuvo la puerta abierta para él así ellos podrían subir de vuelta a bordo.

Capítulo 5
Comienzo y Fitz

¡Oye! ¡Australiana!
Martes, el primer día de escuela, Maria caminaba rápidamente hacia su primer período de clase de inglés. Se dio vuelta para ver a Ericxon Castro, en su jersey de Juan de Urpin chaleco y corbata, acercarse a ella trotando.
—Oye. —Maria asintió. Ella continuó yéndose.
—Te saltaste nuestra práctica el otro día —dijo Ericxon, acercándose a ella sigilosamente.
— ¿Esperabas que me quedara a mirar? —Maria lo miró por el rabillo del ojo. Él lucía sonrojado.
—Sí. Nosotros nos enfrentamos. Marqué tres goles.
—Bien por ti, —Maria dijo impasible. ¿Se suponía que tenía que estar impresionada?
Ella continuó por el pasillo de Juan de Urpin, cosa que ella desgraciadamente había soñado demasiadas veces en Australia. Sobre ella estaban los mismos techos abovedados color blanco cáscara de huevo. Bajo ella estaban los mismos pisos de madera de casa de campo acogedora. A su derecha e izquierda estaban las usuales fotos enmarcadas en anticuado alumbre, y a su izquierda, incongruentemente abollados casilleros de metal. Incluso la misma canción,la Obertura1812, tarareaba a través de los altavoces PA – Juan de Urpin reproducía esa música entre clases porque era “mentalmente estimulante”. Arrastrándose junto a ella estaban exactamente las mismas personas que Maria había conocido desde hace muchísimos años…y todas ellas la estaban mirando.

Maria agachó la cabeza. Desde que se había mudado a Australia al comienzo de octavo grado, la última vez que todos la habían visto, formaba parte de un desolado grupo de chicas cuyo mejor amigo monstruosamente había desaparecido. Atendiendo a eso entonces, donde quiera que ella fuera, la gente susurraba a su alrededor. Ahora, se sentía como si jamás se hubiese ido. Y casi se sentía como si Sam aún estuviese aquí. La respiración de Maria quedó atrapada en su pecho cuando vio un destello de la ropa que sam usaba girando alrededor de la esquina del gimnasio. Y cuando Maria rodeó la esquina pasado el estudio de cerámica, dónde ella y Sam acostumbraban reunirse entre clases para intercambiar chismes, ella casi escuchó a Sam diciendo, —¡Oye, espera!
Ella presionó su mano sobre su frente para ver si tenía fiebre.
—Entonces, ¿qué clase tienes primero? —preguntó Ericxon, aún manteniendo el paso de ella.
Ella lo miró, sorprendida, y miró su horario. —Inglés.
—Yo igual. ¿Él señor Fitz?
—Sí, —musito ella. — ¿Él es bueno?
—No sé. Él es nuevo. Aunque escuché que era becario del Fullbright.
Maria lo miró suspicazmente. ¿Desde cuándo Ericxon Castro se preocupaba por las credenciales de los maestros? Ella giró en la esquina y vio una chica parada en la entrada del salón de inglés.
Se veía familiar y extraña al mismo tiempo. Esta chica era delgada como modelo, tenía el cabello largo, café rojizo, y llevaba una enrollada falda a cuadros azules de Valle Guanape, zapatos de plataforma con taco en cuña y un encantador brazalete de Tiffany.
El corazón de Maria comenzó a golpetear. Ella se había preocupado acerca de cómo podría reaccionar cuando viese a sus viejas amigas de nuevo, y aquí estaba Kelimar.
¿Qué le había pasado a Kelimar?
—Oye —dijo Maria suavemente.

Kelimar se dio vuelta y miró a Maria de arriba abajo, a todo lo largo, de su hirsuto corte de pelo a su camiseta blanca de Juan de Urpin y sus gruesas pulseras de baquelita, hasta sus botas cafés cruzadas de cordones. Una expresión vacía cruzó su cara, pero entonces sonrió.
— ¡Oh mi Dios! —dijo Kelimar. Al menos seguía siendo la misma voz aguda de
Kelimar. — ¿Cómo has….dónde has estado?¿Maria?
—Ummm, sí —respondió Maria. Lo suficientemente cerca.
— ¡Genial! —Maria le dio a Kelimar una sonrisa forzada.
—Karianny se ve como si se hubiese ido a South Beach, —interrumpió una chica cerca de Kelimar. Maria dio vuelta la cabeza hacia los lados, tratando de encontrarla.
¿Julia Ñambre? La última vez que Maria la vio, Julia llevaba puestas un billón de trencitas teensy en su cabello y estaba montando su Scooter Razor. Ahora, se veía incluso más glamorosa que Kelimar.
— ¿No es cierto que si? —Estuvo de acuerdo Kelimar. Ella entonces le dedicó a Maria y Noel- quién aún estaba ahí- un gesto de disculpa.
—Lo siento chicos, ¿Nos disculparían?
Maria se dirigió al salón de clases y se sentó en el primer escritorio que vio. Bajó su cabeza y tomó un par de fuertes y emocionadas respiraciones.
—El infierno son los otros, —coreó ella. Esta era su cita favorita del filosofo francés Jean –Paul Sartre, y un mantra perfecto para Valle Guanape.
Ella se meció por unos segundos, en pleno modo desquiciado. La única cosa que la hizo sentir mejor fue el recuerdo de Jorge, el chico que conoció en Piedra Azul. En el bar, Jorge la había seguido al baño, tomó su cara y la besó. Sus bocas encajaban perfectamente juntas - ellos no chocaron con sus dientes ni una vez. Sus manos se deslizaron sobre la parte baja de su espalda, su estómago, sus piernas. Ellos habían tenido una especie de conexión. Y está bien, si, algunos podrían decir que fue sólo una…conexión de lenguas…..pero Maria sabía que era más.

Ella se había sentido tan abrumada pensando acerca de eso la última noche, que había escrito un haiku sobre Jorge para expresar sus sentimientos. Los haikus eran su tipo favorito de poema. Entonces, satisfecha con el resultado, ella lo había tecleado en su teléfono y escrito al número que Jorge le había dado. Maria dejó escapar un suspiro torturado y miró alrededor del aula. Olía como libros de Mop &
Glo. El descomunal tamaño, cuatro ventanas acristaladas enfrentaban el césped sureño y tras eso, las verdes y redondeadas colinas. Unos pocos árboles habían comenzado a cambiar a amarillo y naranjo. Había un gran póster de frases shakesperianas junto a la pizarra, y una pegatina deLA GENTE IMPORTANTE
APESTA que alguien había pegado en la pared. Se veía como si el conserje hubiese tratado de rasparlo pero renunciado a mitad de camino.
¿Era desesperado enviar un mensaje de texto a Jorge hasta las 2:30 am? Ella aún no había sabido nada de él en respuesta. Maria tocó en busca de su teléfono en su mochila y lo sacó. En la pantalla se leía NUEVO MENSAJE DE TEXTO. Su
estómago se precipitó, aliviado y excitado y nervioso, todo a la vez. Pero en cuanto apretó LEER, una voz la interrumpió.
—Discúlpeme. Um, usted no puede usar su celular en la escuela.
Maria cubrió su teléfono con sus manos y miró hacia arriba. Quien fuera que dijo eso -el nuevo profesor, supuso- permanecía de espaldas al salón y estaba escribiendo en la pizarra. Sr. Fitz era todo lo que había escrito hasta el momento. Él estaba sosteniendo un memo con la insignia de Valle Guanape en la parte superior. Desde atrás, él lucía joven. Unas pocas de las otras chicas en la clase le daban una mirada apreciativa a la vez que se fundían con sus asientos.
Incluso la ahora fabulosa Kelimar silbó.
—Lo sé, soy el chico nuevo. —Dijo él, escribiendo, AP Inglés bajo su nombre, — pero tengo este folleto que viene de la oficina. Algunas cosas sobre no celulares en la escuela. —Entonces él se volvió. El folleto revoloteando fuera de su mano al piso de linóleo.
La boca de Aria se sintió seca inmediatamente. Parado en el frente del salón, estaba Jorge del Bar. Jorge, el destinatario de su haiku. Su Jurge, viéndose larguirucho y adorable con la chaqueta de Juan de Urpin y corbata, su pelo peinado, sus botones correctamente abotonados, y un planificador de lecciones encuadernado en cuero bajo su brazo izquierdo. Parado frente al pizarrón y escribiendo…..Sr. Fitz, AP
Inglés.
Él la miró, su cara drenando el color. —No es Posible.
La clase entera se volvió para ver a quién estaba mirando. Maria no quería mirar hacia ellos, así es que miró hacia abajo, a su mensaje.

Maria: ¡Sorpresa! Me pregunto que tendrá que decir tu títere de cerdo sobre esto… —S

¡O por Dios! ¿Samir?

Capítulo 6
¡El Francés de Gicelle, También!

El martes por la tarde, Gicelle se paró frente a su casillero de metal verde después de la campana final del día. El casillero todavía tenía estampas del año pasado: Natación de EUA, Liv Tyler como Arwen el elfo, y un imán que decía COED NAKED BUTTERFLY. Su novio, Julio, estaba a su lado.
— ¿Quieres golpear a Wawa? —preguntó. Su chaqueta de natación de Juan  de Urpin colgaba de su cuerpo, flaco, musculoso, y su cabello negro estaba un poco desordenado.
—No, estoy bien —contestó Gicelle. Porque tenían la practica a las 3:30 después de la escuela, los nadadores generalmente se quedaban en Juan de Urpin y enviaban a alguien con Wawa para poder conseguir dulces/ té helado/ papas/ piesas de Rease antes de nadar un millon de vueltas. Un grupo de muchachos se detuvieron a un paso de Julio mientras se dirigían al estacionamiento. Yulexi Gonzales, quien estaba él la clase de Historia de Julio el año pasado, saludó. Gicelle le devolvió el saludo y antes de darse cuenta Yulexi estaba viendo a Julio, no a ella. Era dificil de creer que después de todo lo que habían pasado juntos y todos los secretos que compartían, ahora se comportaban como extraños.
Después de que todos pasaran, Julio se volvió y la enfrentó.
—Tienes tu chaqueta.
¿No estás practicando?
—Um. —Gicelle cerró su casillero y puso la contraseña
— ¿Sabes de la chica a la que estuve haciendo hoy? La acompañe a su casa porque este es su primer día y todo.
Él hizo una mueca —Bueno ¿no eres dulce? La mayoría de los padres de estudiante pagan por los tours, pero tú lo haces gratis.
—Venga. —Gicelle sonrió incomoda —Fue un paseo de 10 minutos.
Julio la miró, asintiendo vagamente un momento.
— ¿Qué? ¡Sólo intentaba ser amable!
—Está bien —dijo, y sonrió. Él miro por encima para saludar a Rosalía Tomas, la
capitana del equipo de lucha libre. Juan apareció un minuto después de que Julio fuera por las escaleras laterales hacia el estacionamiento de los estudiantes. Vestía una chaqueta de bluyin blanca sobre su camisa de Juan de Urpin y unos zapatos Rs21 en sus pies.
—Hey —dijo.
—Hey. —Gicelle intentó sonar agradable, aunque se sentía inquieta. A lo mejor
debería haber ido a la práctica con Julio. ¿Era extraño volver a casa con Juan?
—¿Lista? —preguntó Juan.
Caminaron a través del campus, lo que básicamente era un grupo de edificios viejos al lado de la carretera en Valle Guanape. Incluso había una Torre de
Reloj Gótica que marcaba las horas. Antes, Gicelle le había enseñado a Juan todo el material que las escuelas privadas tenían. También le había enseñado las cosas interesantes sobre el día de Juan de Urpin que por lo general lo tenías que conocer por tu cuenta, como el inodoro peligroso en el baño de las niñas del primer piso que a veces vomitaba al estilo geyser, el lugar secreto de los niños donde ellos se saltaban la clase de gimnasia (no es que Gicelle lo hubiera hecho alguna vez), y las máquinas expendedoras que sólo vendían Coca Dola de vainilla, su favorita. Incluso habían bromeado sobre el modelo deprim, asalto a mano armada con su cartel de no fumar que colgaban fuera de la enfermería. Se sentía bien bromear otra vez.

Ahora, cuando cortaban a través del campo de maíz en el vecindario de Juan,
Gicelle vio cada detalle de su rostro, desde su nariz respingada hasta su piel café en el camino en que su collar alrededor de su cuello. Sus manos seguían chocando una contra otra mientras movían sus brazos.
—Es tan diferente aquí —dijo Juan, olfateando el aire. — ¡Huele como a pinol! —
Se quitó su chaqueta, y se enrolló las mangas. Gicelle tiró de su cabello, deseando que fuera oscuro y ondulado, como el de Juan, en lugar de dañado y en un tono verdoso de rubio rojizo. Gicelle también se sentía un poco acomplejada con su cuerpo, él que era fuerte, musculoso, y no tan estilizado como antes. No solía sentirse tan consiente sobre sí misma, incluso cuando estaba en su baño, prácticamente desnuda.
—Todos tienen cosas que hacer en serio —continuó Juan—, como esa chica, Monica, en mi clase de física. Está intentando formar una banda ¡y me preguntó si quería estar!
— ¿De verdad? ¿Qué tocas?
—La guitarra —dijo Juan. —Mi papá me enseñó. Mi hermano ahora es mucho mejor, como sea.
—Wow —dijo Gicelle. —Eso es genial.
— ¡Oh por dios! —Juan agarró el brazo de Gicelle. Gicelle se estremeció al principio, pero después se relajó. — ¡Deberías unirte a la banda también! ¿Qué tan divertido sería eso? Monica dijo que practicaríamos 3 veces a la semana después de la escuela.
Ella toca el bajo.
—Pero todo lo que yo toco es la flauta —dijo Gicelle, dándose cuenta que sonaba como Igor de Winnie Pooh.
— ¡La flauta sería grandioso! —Juan aplaudía con sus manos — ¡Y los tambores!
Gicelle suspiró. —No puedo. Tengo natación, todos los días después de clases.
—Hmm —dijo Juan. — ¿No puedes saltarte un día? Puesto a que serías muy buena con los tambores.
—Mis padres me matarían. —Gicelle ladeó la cabeza y vio el viejo puente de hierro del ferrocarril sobre ellos. Los trenes ya no utilizaban ese puente, por lo que ahora era el lugar de los niños para emborracharse sin que sus padres se enteren.
— ¿Por qué? —preguntó Juan. — ¿Cuál es el gran problema?
Gicelle se detuvo. ¿Qué se suponía que debía decir? ¿Que sus padres esperaban que estuviera en natación porque los exploradores de Stanford estaban viendo el
progreso del caso de Marielys? ¿Que su hermano mayor, Jose, y su hermana mayor,
Yeidi, estaban en la universidad de Arizona en los juegos de Natación? ¿Que nada menos que una beca de natación para algún lugar de primera categoría sería un fracaso para su familia? Juan no tenía miedo de fumar marihuana mientras sus padres compraban el mandado. Los padres de Gicelle, en comparación, eran viejos, conservadores, controladores residentes de la costa Este. Donde estaban. Por cierto.
—Este es un camino más corto a casa. —Gicelle señaló el cruce a la calle, a la gran casa colonial, la cual ella y sus amigos usaban para cortar el paso en invierno para ir a la casa del papá de Sam.
Caminaron a través de la hierba, evitando un aspersor que rociaba las hortensias.
Mientras se abrían paso por las ramas del patio trasero de Juan, Gicelle se detuvo en seco. Un pequeño, y gutural ruido salió de su garganta.
No debía estar en el patio trasero —el patio trasero de Sam— ahora. Alli, sobre el
césped, estaba la teca donde ella y Sam habían jugado innumerables veces Spit.
Estaba el parche de hierba donde habían conectado las vocinas blancas del iPod de Sam y habían bailado en una fiesta. A su izquierda estaba el árbol que había. Las tres casas ya no estaban, pero tallados en la corteza estaban las iniciales: GT + SC
—Gicelle Tiapa + Samir Combs. Su cara enrojeció. En este momento, no sabía porque habían marcado sus nombres en la corteza, sólo quería enseñarle a Sam lo feliz que era por ser amigos.
Juan, que caminaba delante de ella, miró sobre sus hombros — ¿Estás bien?
Gicelle metió sus manos a los bolsillos de la chaqueta. Por un segundo, consideró decirle a Juan sobre Sam. Pero un colibrí pasó a su lado y perdió la concentración.
—Estoy bien —dijo.
—¿Quieres entrar? —preguntó Juan.
—No... yo... tengo que volver a la escuela —contestó Gicelle. —Natación.
—Oh —Juan arrugó sus ojos. —No tenías que acompañarme a casa, tonta.
—Si, pero no quería que te perdieras.
—Eres tan linda. —Juan paso sus manos por su espalda y balanceó las caderas adelante y atrás. Gicelle quiso saber a qué se refería con linda ¿Era una cosa de Puertola Cruz?
—Bueno, que te diviertas en natación —dijo Juan. —Y gracias por mostrarme los alrededores hoy.
—Claro. —Gicelle dio un paso adelante, y sus cuerpos se unieron en un abrazo.
—Mmm —dijo Juan, apretándola fuerte. Los chicos se alejaron y se sonrieron el uno a la otro por un segundo. Entonces Juan se inclinó y le besó las dos mejillas a
Gicelle. — ¡Mwah, mwah! —dijo. —Como los franceses.
—Bueno, entonces yo también haré como los franceses —Gicelle se rió por un segundo olvidando a Sam y el árbol. — ¡Mwah! —ella besó suavemente la mejilla
izquierda de Juan.
Entonces Juan la besó de nuevo, en su mejilla derecha, pero ahora un poco más
cerca a la boca. No fue un mwah ahora.
La boca de Juan olía a chicle de plátano. Gicelle se echó hacia atrás y tomo la bolsa de natación antes de que cayera por su hombro. Cuando levantó la vista, Juan sonreía.
—Nos vemos —dijo Juan —Pórtate bien.
Gicelle enredó su toalla en su bolsa de nadar cuando acabó la práctica. Toda la práctica había sido extraña. Después de que Juan entrara en la casa, Gicelle corrió para volver a la escuela —como si corriendo pudiera desenredar la maraña de sentimientos dentro de ella. Cuando se metió al agua y nadó vuelta tras vuelta, vio esas iniciales inquietantes en el árbol. Cuando el entrenador sopló el silbato y
empezaron a entrenar sus salidas y virajes, olió el chicle de plátano de Juan y oyó
su diversión, su risa fácil. Al estar frente a su casillero, estaba segura de que se
puso shampoo dos veces. Se había quedado más de lo que la mayoría de las niñas se quedaban en las duchas, chismeando, pero Gicelle estaba demasiado lejos para acercarse.
Cuando llegó por sus pantalones y playera, cuidadosamente doblados en el estante de su casillero, llegó una nota revoloteando. El nombre de Gicelle estaba escrito al frente, la escritura era desconocida, y no reconoció la hoja. La recogió del frío y húmedo suelo.

¡Ey, Gicell!
¡Wow! ¡remplazastes a Julio! ¡Ya has hallado a otro a quien Besar!
S.

Gicelle curvó los dedos alrededor de la goma de su casillero, y dejó de respirar por
un segundo. Miró alrededor. Nadie la miraba.
¿Era de verdad?
Miró la nota y trató de pensar racionalmente. Ella y Juan estaban en la entrada, pero no había nadie cerca.
Y... ¿remplazaste? ¿Otro a quien para besar? Las manos de Gicelle le temblaban. Miró la nota otra vez. Las risas de los nadadores hacían eco en las paredes.
Samir sólo Sabía que ella besaba a varios chicos. Fue dos días después de que grabaran sus iniciales en el roble y sólo una semana y media antes de terminar séptimo grado. Samir.

Capítulo 7
¡No beses al Novio de tu Hermana Yulexi!

¡Miira su trasero!
—¡Cállate! —Yulexi golpeó a su amiga Daniela Medina en la
espinillera con su palo de hockey. Ellas pretendían estar haciendo ejercicios de
defensa, pero —junto con el resto del equipo— estaban demasiado ocupadas
evaluando al nuevo asistente de la entrenadora de este año. Él no era otro que Leo Vasquez.
La piel de Yulexi se erizó por la adrenalina. Hablar de eso era raro; recordaba a
Karen mencionar que Leo se había mudado a Barcelona. Pero entonces, un montón de gente que no esperaba, terminaba volviendo a Valle Guanape.
—Tu hermana fue tan estúpida por romper con él —Daniela dijo—. Él es tan
caliente.
—Shhh—contestó Yulexi, riendo—. Y de cualquier manera, mi hermana no
rompió con él. Él rompió con ella.
El silbato sonó.
— ¡Muévanse! —Leo les dijo, corriendo más cerca. Yulexi se inclinó para amarrar
su zapato, como si no le importara. Sintió sus ojos sobre ella.
—¿Yulexi?¿Yulexi Gonzales?
Yulexi se puso de pie lentamente.
—¿Oh, Leo, verdad?
La sonrisa de Leo era tan amplia, que Yulexi estaba sorprendida de que sus mejillas no se rasgaran. Aún tenía esa apariencia Tan-Americana de Voy-aencargarme- de-la-empresa-de-mi-padre-a-los-veinticinco, aunque ahora su cabello rizado era un poco más largo y más desaliñado.
— ¡Has crecido! —exclamó.
—Supongo. —Yulexi se encogió de hombres.
Leo puso su mano sobre la parte trasera de su cuello.
— ¿Cómo está tu hermana estos días?
—Um, ella está bien. Se graduó antes. Va a ir a Wharton.
Leo curvó su cabeza hacia abajo.
— ¿Y están sus novios aún afectándote?
La boca de Yulexi quedó abierta. Antes de que pudiera contestar, la entrenadora,
la Sr. Cacharuco, sopló su silbato y llamó a Leo.
Daniela agarró el brazo de Yulexi, una vez él había girado.
—¿Tútotalmentete liaste con él, cierto?
—¡Cállate!—Yulexi replicó.
Mientras Leo trotaba al centro del campo, la miró por encima de su hombro.
Yulexi tomó aire y se inclinó para revisar su cordón. No quería que él supiera que
lo había estado mirando. Para cuando llegó a casa de la práctica, cada parte del cuerpo de Yulexi dolía, desde su trasero a sus hombros y a sus dedos de los pies. Había pasado el verano entero organizando comités, clasificando palabras del SAT, y desempeñando el papel principal en tres diferentes obras en Muesli, el teatro de la comunidad de Valle Guanape —La Srta. JeanBrodie enThe Prime of Miss Jean Brodie, Emily enOur Town, y Ophelia enHamlet.Con todo eso, no había tenido tiempo para mantenerseen forma para el campo de hockey, y estaba sintiéndolo ahora.Todo lo que quería hacer era subir las escaleras, arrastrarse a la cama, y no pensarsobre mañana y en lo que otro día traería: desayuno del club de francés, leer losanuncios de la mañana, cinco clases AP, audiciones de drama, una rápidaaparición en el comité del anuario, y otra agotadora practica de hockey con Leo.
Abrió el buzón en la parte inferior de su unidad privada, esperando encontrar las calificaciones para sus PSAT. Se suponía que debían estar cualquier día de estos, y había tenido una buena sensación sobre ellas, una mejor sensación, de hecho, que de la que había tenido sobre cualquier otra prueba. Desafortunadamente, allí sólo había una pila de cuentas, información de las muchas cuentas de inversión de su padre, y un folleto enviado a Srta. Yulexi. (de Jill) Gonzales de Appleboro
College en Lancaster, Pennnsylvania. Síp, como si ella fuera a irallí.
Dentro de la casa, colocó el correo sobre la isla de mármol de la cocina, frotó su
hombro, y tuvo un pensamiento:La bañera de hidromasaje del patio trasero. Un baño relajante. Awww, sí.
Saludó a Rufus y Breatrice, la familia de dos labradoodles, y arrojó un par de
juguetes de King Kong dentro del corral para que ellos los persiguieran. Entonces,
se arrastró por la ruta de losa hacia el vestuario de la piscina. Se detuvo en la
puerta, lista para ducharse y cambiarse a un bikini, cuando se dio cuenta,¿A quién le importa?Estaba tan cansada para cambiarse, y nadie estaba en casa. Y la bañeraestaba envuelta por arbustos de rosas. Mientras se acercaba, ésta burbujeó, como sianticipara su llegada. Se desnudó hasta quedar en su sostén, bragas y los calcetinesdel equipo de hockey, se dobló hacia adelante para aflojar la espada, y se metió enel agua humeante. Ahoraesoera lo que más le gustaba.
—Oh.
Yulexi se giró. Nelson estaba de pie junto a las rosas, desnudo hasta la cintura,
vistiendo los bóxer de Polo más sexys que ella había visto.
—Oops —dijo, cubriéndose con una toalla—. Lo siento.

—Tú no deberías estar aquí hasta mañana —espetó ella, incluso aunque él claramente estaba allí, ahora, que obviamentehoyno era mañana para nada.
—No deberíamos. Pero tu hermana y yo estábamos en el Frou —dijo Nelson, haciendo un pequeño gesto. Frou era una arrogante tienda a unos cuantos pueblos que vendía sólo fundas de almohada por cerca de cien dólares—. Ella tenía que hacer otro encargo y me dijo que me quedara aquí.
Yulexi esperó que eso fuera solamente alguna bizarra expresión inglesa.
—Oh —dijo.
— ¿Acabas de llegar a casa?
—Estaba en el campo de hockey —dijo Yulexi, reclinándose y relajándose un
poco—. Primera práctica del año.
Yulexi miró su borroso cuerpo bajo el agua. Oh Dios, aún estaba vistiendo sus medias. ¡Y sus bragas de talle alto con el sostén deportivo Champion! Se riñó a sí misma por no cambiarse a su bikini Eres de color amarillo que había comprado recientemente, pero entonces se dio cuenta de cuán absurdo era eso.
—Yo había planeando tener un baño, pero si quieres estar sola, eso también está
bien —dijo Nelson—. Estaré dentro viendo televisión. —Él empezó a girarse.
Yulexi sintió una pequeña punzada de decepción.
—Um, no —dijo ella. Él se detuvo—. Puedes entrar. No me importa
— Rápidamente, mientras su espalda de giraba, se quitó de un tirón sus calcetines y las lanzó a los arbustos. Éstas aterrizaron con un empapado golpe.
—Si estás segura, Yulexi —dijo Nelson. Yulexi amaba la forma en que él decía su nombre con su acento británico, Yule-saah.
Él se deslizó tímidamente en la bañera. Yulexi permaneció muy lejos en su lado, curvando sus piernas bajo ella. Nelson apoyó su cabeza en la superficie de concreto y suspiró. Yulexi hizo lo mismo y trató de no pensar sobre cómo sus piernas estaban empezando a acalambrarse y a doler en esa posición. Estiró una y tentativamente tocó su vigorosa pantorrilla.
Ella alejó su pierna.
—Lo siento.
—No te preocupes —dijo Nelson—. ¿Así que entrenas hockey, huh? Yo remaba para Oxford.
— ¿De verdad? —preguntó Yulexi, esperando que no sonara demasiado efusiva.
Su vista favorita al conducir-hacia-Filadelfia era de Penn y los hombres del equipo de Temple remando sobre el río Orinoco.
—Sí —dijo—. Y me encantaba. ¿Te gusta el hockey?
—Um, no realmente —Yulexi dijo, su cabello saliendo de su cola de caballo y sacudiendo su cabeza, pero entonces se preguntó si Nelson encontraría eso realmente guarro y ridículo.
Ella probablemente se había imaginado la chispa entre ellos fuera del Moshulu.
Pero entonces, Nelson sehabíametido en la bañera con ella.
— ¿Si no te gusta el hockey, por qué juegas? —preguntó Nelson.
—Porque es bueno para las aplicaciones de la universidad.
Ahora Nelson se incorporó un poco, haciendo que el agua ondeara.
— ¿Es eso?
—Uh, sí.
Yulexi se movió e hizo una mueca de dolor cuando el músculo de su hombro se apretó en su cuello.
— ¿Estás bien? —preguntó Nelson.
—Síp, no es grave —dijo Yulexi, e inexplicablemente sintió una abrumadora
oleada de desesperación. Era sólo el primer día de escuela, y ya estaba consumida. Pensó en toda la tarea que tenía que hacer, las listas que tenía que hacer, y las líneas que tenía que memorizar. Estaba demasiado ocupada para flipar, pero esa era la única cosa que la mantenía lejos de enloquecer.
— ¿Es tu hombro?
—Eso creo —dijo Yulexi, tratando de girarlo—. En el campo de hockey, pasas mucho tiempo inclinándote, y yo no sé si tiré o qué…
—Apuesto a que podría arreglarlo.
Yulexi lo miró fijamente. De repente tenía una urgencia de correr sus dedos sobre el cabello enmarañado de él.
—Está bien. Sin embargo, gracias.
—De verdad —dijo él—. No voy a morderte.
Yulexi odiaba cuando las personas decían eso.
—Soy doctor —continuó Nelson—. Apuesto a que es tu deltoides posterior.
—Um, bueno…
—El músculo de tu hombro. —Él se movió más cerca de ella—. Ven aquí. De verdad. Necesitamos suavizar el músculo.
Yulexi trató de no leer entre eso. Él era doctor, después de todo. Estaba siendo un profesional. Ella se acercó, y él presionó sus manos en el medio de su espada. Sus pulgares se removieron sobre los pequeños músculos alrededor de su espina.
Yulexi cerró sus ojos.
—Wow. Eso es genial —murmuró.
—Sólo tienes que liberar la acumulación en tu bursa sac —dijo. Yulexi trató de no reír por la palabrasac. Cuando llegó hasta la tira de sostén deportivo ella se sacudió profundamente y tragó con fuerza. Trató de pensar sobre cosas nosexuales
—el cabello en la nariz de su tío Daniel, la estreñida mirada de su mamá
sobre su cara cuando cabalgó un caballo, la vez que su gata, Kitt, trajo un topo
muerto del arroyo trasero y lo dejó en su habitación.Él es un doctor, se dijo a sí
misma.Esto sólo es lo que un doctor hace.
—Tus pectorales también están un poco apretados —dijo Nelson, y, horriblemente, movió sus manos al frente de su cuerpo. Él deslizó sus dedos bajo su sostén de nuevo, frotando sólo por encima de su pecho, y de repente la tira del sostén cayó de su hombro. Yulexi respiró pero él no se alejó.Esto es lo que hace un doctor, se recordó a sí misma de nuevo. Pero entonces se dio cuenta: Nelson era un estudiante de primer año de medicina.Él será un doctor,ella se corrigió.Algún día. En cerca dediez años.
— ¿Um, dónde está mi hermana? —preguntó tranquilamente.
— ¿En la tienda, creo? ¿Wawa?
— ¿Wawa? —Yulexi se alejó de Nelson y colocó la tira de su sostén de vuelta en su hombro—. ¡Wawa sólo está a una milla! Si está allí, solamente está comprando cigarrillos o algo así. ¡Estará de regreso en cualquier minuto!
—No creo que ella fume —dijo Nelson, ladeando su cabeza de forma interrogante.
— ¡Sabes lo que quiero decir! —Yulexi se puso de pie en la bañera, agarró su toalla Ralph Lauren, y comenzó violentamente a secar su cabello. Se sentía tan caliente. Su piel, huesos —incluso sus órganos y nervios— se sentían como si ellos se estuvieran cociendo en la bañera. Salió y huyó hacia la casa, en busca de un vaso gigante de agua.
—Yulexi — Nelson la llamó—. Yo no quise… Sólo estaba tratando de ayudar.
Pero Yulexi no escuchó. Corrió a su habitación y miró alrededor. Sus cosas aún estaban en cajas, aún en cajas para mudarse al granero. De repente quería que todo estuviera organizado. Su joyero necesitaba ser ordenado por piedras preciosas. Su computador estaba obstruido con los viejos documentos de Inglés de hace dos años, y aunque ellos hubieran recibido A en aquel entonces, probablemente eran excesivamente malos y deberían ser suprimidos. Se quedó mirando los libros en las cajas. Necesitaban ser organizados por tema, no por autor. Obviamente. Los sacó y empezó a dejarlos a un lado, empezando con Adulterio yThe Scarlet Letter. Pero cuando llegó a Utopias Gone Wrong, aún no se sentía mejor. Así que encendió su computador y presionó su Mouse inalámbrico, que era confortablemente bueno, a la parte posterior de su cuello.
Cliqueó sobre su correo electrónico y vio un mensaje sin leer. El tema de la línea
decía,VocabularioSAT. Curiosa, cliqueó sobre él.

Yulexi,
Codiciar es fácil. Cuando alguien codicia algo, ellos anhelan y desean después eso. Usualmente ese algo ellos no lo pueden tener. Aunque tú siempre has tenido ese problema,
¿No es cierto? —S.

Yulexi se agarró el estómago. Miró alrededor.
¿Quién podría. Haber. Visto?
Abrió la gran ventana de su habitación, pero el camino de entrada circular de los
Gonzales estaba vacío. Yulexi miró alrededor. Unos cuantos carros giraron cerca.
El jardinero de los vecinos estaba podando un seto en frente de su puerta. Sus perros se estaban persiguiendo uno a otro alrededor del patio. Algunas aves volaron sobre el poste de teléfono.
Entonces, algo atrapó sus ojos en la ventana de los vecinos: un vistazo de una sombra de un hombre. ¿Pero la nueva familia no era negra? Un frío escalofrío creció en la espina de Yulexi. Esa era la vieja ventana de Sam.

Capítulo 8
¡Donde están las niñas exploradoras cuando las necesitas!

Kelimar se hundió más en los blandos cojines de su sofá y trató de desabotonar los jeans Paper Denim de Raul.
—Whoa —dijo Raul. —No podemos…
Kelimar sonrió misteriosamente y puso un dedo sobre sus labios. Empezó a besar el cuello de Raul. Él olía como Lever 2000 y, extrañamente, a chocolate, y ella amaba cómo su reciente corte de pelo mostraba todos los ángulos atractivos de su rostro. Lo había amado desde sexto grado y él sólo se había vuelto más atractivo con el paso de los años.
Mientras se besaban, la madre de Kelimar, Mari, abrió la puerta principal y caminó hacia ellos, hablando en el pequeño móvil LG con tapa.
Raul retrocedió contra los cojines del sofá. — ¡Ella nos verá! —susurró, rápidamente metiendo su camisa azul pálida de Lacoste.
Kelimar se encogió de hombros. Su mamá les saludó sin verlos detenidamente y caminó a la otra habitación. Su mamá prestaba más atención a su Black Berry que a Kelimar. Debido a su horario de trabajo, ella y Kelimar no compartían mucho, además de las revisiones periódicas de tareas, notas sobre qué tiendas estaban con las mejores ofertas, y recordarle que tenía que limpiar su habitación por si alguno de los ejecutivos venía a su fiesta de cócteles y necesitaba usar el baño de arriba. Pero Kelimar estaba más que bien con eso. Después de todo, el trabajo de su madre era el que pagaba las cuentas AmEx de Kelimar -ella no siempre estaba robando cosas- y su costosa matrícula en el Liceo Juan de Urpin.
—Tengo que irme —murmuró Raul.
—Deberías venir el sábado —Kelimar ronroneó.
—Mi madre va a estar todo el día en el spa.
—Te veré en la fiesta de Ericxon el viernes —dijo Raul.
—Y sabes que es bastante difícil.
Kelimar gimió. —Esto no tiene que ser difícil —dijo.
Él se inclinó y la besó. —Te veo mañana.
Después Raul salió, y ella enterró su rostro en el sofá. Salir con Raul aún se sentía como un sueño. Antes cuando Kelimar era regordeta y patética, ella había adorado cuán alto y atlético era él, cómo siempre era muy agradable con los profesores y los chicos que eran menos geniales, y lo bien que vestía, no como un vagabundo daltoniano. A ella nunca dejó de gustarle él aún después de que se quitara los obstinados kilos de más y descubriera los productos para el cuidado del cabello. El año pasado en la escuela, ella casualmente le susurró a Mancio Yanez en el pasillo que le gustaba Raul. Y Colleen Rink le dijo tres períodos después que Raul iba a llamar a Kelimar a su móvil esa noche después del fútbol. Fue otro momento en el que Kelimar se enojó con Sam porque el no estaba allí como testigo. Habían sido pareja por siete meses y Kelimar se sentía más enamorada de él que nunca. Ella aún no se lo había dicho -ella había mantenido eso para ella sola por años- pero ahora, estaba muy segura de que él también la amaba. ¿Y no era el sexo la mejor manera de expresar el amor?
Ese era el por qué lo de la promesa de virginidad no tenía sentido. No era como si
los padres de Raul fueran demasiado religiosos, y eso estaba en contra de todas las nociones preconcebidas que Kelimar tenía sobre los chicos. A pesar de cómo solía lucir, Kelimar se mantenía a sí misma: con su cabello castaño profundo, cuerpo curvilíneo, y perfecta -estamos hablando de ninguna espinilla, jamás- piel, ella era atractiva. ¿Quién no podría estar locamente enamorado de ella? Algunas veces se preguntaba si Raul era gay -él tenía un montón de ropa bonita- o si le tenía miedo.
Kelimar llamó a su pinscher miniatura, Dot, a saltar sobre el sofá.
— ¿Me extrañaste hoy? —ella chilló mientras Dot lamía su mano.
Kelimar había solicitado que dejaran que Dot fuera a la escuela en su gran bolso Prada -después de todo, todas las chicas en Beverly Hills lo hacían- pero en Juan de Urpin se negaron. Así que para prevenir la ansiosa separación, Kelimar le había comprado a Dot la más abrigada cama de Gucci que el dinero podía comprar y dejaba la televisión en el canal QVC durante el día.
Su madre se dirigió hacia la sala, aún con su traje hecho a medida y sandalias color café con tacón Kitten —Aquí está el sushi. —dijola Sra. Hernandez.
Kelimar la miró. — ¿Rollos Toro?
—No lo sé. Traje un montón de cosas.
Kelimar se dirigió a la cocina, tomando el portátil de su madre y el LG zumbó
— ¿Ahora qué? —ladróla Sra. Hernandezen el teléfono.
Las pequeñas garras de Dot sonaron detrás de Kelimar. Después de buscar en la bolsa, ella sacó un pedazo de sashimi amarillo, un rollo de anguila, y una pequeña taza de sopa miso.
—Bueno, hablé con los clientes esta mañana —Su madre entró a la cocina. —Ellos estaban felices entonces.
Kelimar hundió delicadamente su rollo amarillo en alguna clase de salsa de soya y despreocupadamente lo pasó sobre un catálogo de J. Crew. Su mamá era la segunda al mando en la empresa de publicidad de Filadelfia, McManus & Tate, y su meta era ser la primer mujer presidente de la firma.
Además de ser extremadamente exitosa y ambiciosa,la Sra. Hernandezera lo que los chicos en Juan de Urpin podían llamar una MILF
—ella tenía cabello largo amarillodorado, piel suave, y un increíble y flexible cuerpo gracias a su ritual diario de yoga.

Kelimar sabía que su madre no era perfecta, pero ella aún no entendía por qué sus padres se habían divorciado cuatro años atrás, o por qué su padre rápidamente empezó a salir con una mediocre enfermera de Emergencias en Annapolis, Maryland, llamada Isabel. Hablando de caer bajo. Isabel tenía una hija adolescente, Katherine, y el Sr. Hernandez le había dicho a Kelimar que podría quererla. Unos meses después del divorcio, él había invitado a Kelimar a Annapolis por el fin de semana. Nerviosa por conocer a su casi-hermanastra,
Kelimar le pidió a Sam acompañarla.
—No te preocupes, Keli —le aseguró Sam.
—Vamos a superar a cualquiera que sea esa chica Katherine
—. Cuando Kelimar lo miró, dudosa, el le recordó a Kelimar su frase favorita: ¡Yo soy Sam y soy fabuloso! Y eso sonaba casi estúpido ahora, pero en aquel entonces Kelimar sólo podía imaginar lo que era sentirse tan segura. Tener a
Sam allí era como una capa de seguridad –para probar a su papá que ella no era una perdedora que sólo quería escapar.
El día había sido una colisión de tren, de todos modos. Katherine era la chica más linda que Kelimar había conocido y su padre básicamente la había llamado cerda en frente de Katherine. Él rápidamente había dado marcha atrás y dijo que era sólo una broma, pero esa había sido la última vez que ella lo había visto… Y la primera vez que ella se incitó a vomitar.
Pero Kelimar odiaba pensar sobre cosas del pasado, así que ella raramente lo hacía. Además, ahora Kelimar podía comerse con los ojos a las citas de su mamá y no de una manera tan ¿será-mi-nuevo-padre? ¿Y su padre le permitiría un toque de queda a las 2 AM y beber vino, al igual que su mamá lo hacía? Lo dudaba.
Su madre masculló en su teléfono cerrado y puso sus ojos verde esmeralda sobre
Kelimar. — ¿Esos son tus zapatos de regreso-a-la-escuela?
Kelimar paró de masticar. —Sí.
La Sra. Hernandezasintió. — ¿Recibiste muchos cumplidos?

Kelimar giró su tobillo para inspeccionar sus tacones púrpuras. Tenía demasiado miedo a enfrentarse a la seguridad de Saks, así que realmente había pagado por ellos. —Sí, los recibí.
— ¿Te preocupa si los tomo prestados?
—Um, seguro. Si quie…
El teléfono de su mamá sonó de nuevo. Ella se abalanzó sobre él. — ¿Carlos? Sí. He estado buscándote toda la noche… ¿Qué está pasando allí?
Kelimar sopló su flequillo y alimentó a Dot con un pequeño pedazo de anguila.
Mientras Dot escupía sobre el suelo, el timbre de la puerta sonó.
Su madre ni siquiera retrocedió. Dot empezó a ladrar y su madre se puso de pie para cogerlo. —Probablemente son niñas exploradoras otra vez.
Las Niñas Exploradoras habían venido tres días seguidos, tratando de venderles algunas galletas para la hora de cenar. Ellas eran fanáticas en ese vecindario.
En cuestión de segundos, volvió a la cocina con un oficial de policía joven, con cabello castaño y ojos verdes detrás de ella.
—Este caballero dice que quiere hablar contigo—. En el broche dorado del bolsillo de su uniforme, sobre su pecho, se leía Anthony.
— ¿Yo? —Kelimar se señaló a sí misma.
—¿Eres Kelimar Hernandez? —preguntó Anthony.
El walkie-talkie en su cinturón hizo un ruido.
De repente Kelimar se dio cuenta de quién era ese hombre: Anthony Wilden. Él había estado en último curso en Valle Guanape cuando ella estaba en séptimo. El Anthony Wilden que ella recordaba supuestamente dormía con todas las chicas del equipo de salto y fue casi expulsado de la escuela por robar la clásica motocicleta Ducati del director. Y este policía era definitivamente el mismo chico -esos ojos verdes eran difíciles de olvidar, incluso si habían pasado cuatro años desde que ella los había visto. Kelimar esperaba que él fuera un stripper que Julia habían enviado como una broma.
— ¿Qué es todo esto? —La Sra. Hernandezpreguntó, mirando largamente a su móvil. — ¿Por qué está interrumpiendo nuestra cena?
—Recibimos una llamada de Tiffany’s— dijo Anthony.
—Ellos te tienen en una grabación donde hurtas algunas cosas de su tienda. Las grabaciones de varias cámaras de seguridad del centro comercial te descubrieron fuera del centro comercial en tu auto. Seguimos la placa de licencia.
Kelimar empezó a pellizcar el lado interior de su palma con sus uñas, algo que ella hacía cuando se sentía fuera de control.
—Kelimar no haría eso —dijola Sra. Hernandez.— ¿Lo harías, Kelimar?
Kelimar abrió su boca para responder pero no salieron palabras. Su corazón estaba golpeando contra sus costillas.
—Mira —Anthony cruzó sus manos sobre su pecho. Kelimar notó el arma en su cinturón. Parecía como un juguete. —Sólo necesito que vengas a la estación.
Quizás no es nada.
— ¡Estoy segura de que no es nada! —dijola Sra. Hernandez.Entonces sacó su cartera Fendi de un bolso a juego.
— ¿Qué hace falta para que nos deje en paz para tener nuestra cena?
—Señora —Anthony sonó exasperado. —Debería venir conmigo, ¿bien? No tomará toda la noche. Lo prometo—. Él sonrió con esa sonrisa sexy de Anthony Wilden que probablemente le había impedido ser expulsado de Valle Guanape.
—Bueno —dijo la mamá de Kelimar. Ella y Anthony se miraron por un largo momento. —Déjeme tomar mi bolso. Anthony se giró hacia Kelimar. —Voy a tener que esposarte.
Kelimar jadeó. — ¿Esposarme? —. Bien, ahora eso era tonto. Sonaba falso, como algo que las gemelas de seis años de al lado podrían decirse entre ellas. Pero Anthony sacó unas esposas de acero reales y gentilmente las puso alrededor de sus muñecas. Kelimar esperó que él no notara que sus manos estaban temblando.

Si sólo se tratara de un momento en que Anthony la ataba a la silla, ponía la vieja
canción de los 70 “Hot Stuff” y se quitaba la ropa… Por desgracia, no lo era.
La estación de policía olía como a café quemado y madera muy vieja, porque,
como la mayoría de los edificios municipales de Valle Guanape, era una antigua vía férrea a la mansión de un barón. Los policías revoloteaban alrededor de ella, tomando llamadas telefónicas, llenando formas, y deslizándose en sus pequeñas sillas con rueditas. Kelimar medio esperaba ver a Julia allí, también, con su mamá
y el Dior robado sobre su muñeca. Pero con una mirada al banco vacío supo que
Mona no había sido atrapada.
La Sra. Hernandezse sentó muy rígida al lado de ella. Kelimar se sintió inquieta; su mamá era usualmente muy indulgente, pero hasta entonces Kelimar nunca había tomado nada del centro de la ciudad y había pasado algo así
Y entonces, muy tranquilamente, su madre se inclinó.
 — ¿Qué fue lo que tomaste?
— ¿Huh? —preguntó Kelimar.
— ¿Ese brazalete que estás usando?
Kelimar bajó la mirada. Perfecto. Ella había olvidado quitárselo; el brazalete estaba girando en su muñeca a la vista. Ella lo empujó debajo de su manga. Sintió en sus orejas los pendientes; sip, los había tomado también hoy.
¡Hablando de estupidez!
—Dámelos —susurró su madre.
—¿Huh? —Kelimar dijo con voz aguda.
La Sra. Hernandezextendió su mano.
—Dámelos. Puedo encargarme de esto. De mala gana, Kelimar permitió que su madre desabrochara el brazalete de su muñeca. Entonces extendió las manos y se quitó los pendientes y los entregó también.La Sra. Hernandezni siquiera retrocedió. Ella simplemente deslizó las joyas en su bolso y dobló sus manos sobre el broche de metal.

La chica rubia de Tiffany’s que había ayudado a Kelimar con el precioso brazalete caminó por la sala. Tan pronto como vio a Kelimar, sentada y abatida en el banco con las esposas aún en sus manos, ella asintió. —Sí, es ella.
Anthony Wilden miró a Kelimar, y su mamá se levantó.
—Creo que aquí ha habido un error—. Ella caminó hasta el escritorio de Anthony. —Le entendí mal en la casa.
Yo estaba con Kelimar ese día. Compramos esas cosas. Tengo un recibo por ellas en casa.
La chica de Tiffany’s estrechó sus ojos con incredulidad.
— ¿Está sugiriendo que estoy mintiendo?
—No —dijola Sra. Hernandezdulcemente. —Sólo creo que está confundida.
¿Qué estaba haciendo? Un pegajoso, incómodo, casi-culpable sentimiento se deslizó en Kelimar.
— ¿Cómo explica las grabaciones de vigilancia? —Preguntó Anthony.
Su mamá se detuvo. Kelimar miró un pequeño músculo en su cuello estremecerse. Entonces, antes de que Kelimar pudiera pararla, ella llevó la mano a su bolso y sacó el botín. —Esto fue todo por culpa mía —dijo. —No de Kelimar.
La Sra. Hernandezse giró hacia Anthony.
—Kelimar y yo tuvimos una pelea sobre estas cosas. Yo le dije que no podía tenerlas. La llevé a esto. Ella nunca haría esto de nuevo. Yo me aseguraré de eso.
Kelimar miró fijamente, aturdida. Ella y su mamá ni una sola vez discutieron en
Tiffany’s, por no hablar de algo que ella podía o no tener.
Anthony sacudió su cabeza. —Señora, creo que su hija deberá realizar algo de servicio comunitario. Esa es usualmente la multa.
La Sra. Hernandezparpadeó, inocentemente
— ¿No podemos dejar que esto corra? ¿Por favor?
Anthony la miró por un largo momento, una esquina de su boca se curvó casi diabólicamente.
—Siéntese —dijo finalmente.
—Permítame ver qué puedo hacer.

Kelimar miró a todas partes, menos en la dirección de su mamá. Anthony se encorvó sobre su escritorio. Tenía una figurilla del Jefe Wiggum de Los Simpson y un Slinky metálico. Él lamió su índice para girar las páginas de papel que estaba llenando. Kelimar retrocedió. ¿Qué clase de papeles estaban allí? ¿No sería el periódico local de reporte de crímenes? Eso era malo. Muy malo.
Kelimar movió su pie nerviosamente, teniendo una repentina urgencia por algo de
Junior Mints. O quizás anacardos (frutos secos). Inclusola Slim Jims(snacks de carne o salchicha seca) sobre el escritorio de Anthony serviría.
Ella podía verlo: Todos lo averiguarían, y ella instantáneamente estaría sin amigos ni novio. A partir de ahí, habría retrocedido de nuevo a la estúpida Kelimar de séptimo grado en evolución hacia atrás. Ella despertaría y su cabello estaría asqueroso, sucio y marrón de nuevo. Entonces sus dientes estarían torcidos y ella tendría aparatos de nuevo. No le entraría ninguno de sus jeans. El resto sucedería espontáneamente. Ella pasaría su vida como gordita, fea, miserable, y pasada por alto, como solía ser.
—Tengo algo de loción si están irritándose tus muñecas —dijo a Sra. Hernandez, gesticulando hacia las esposas y hurgando en su bolso.
—Estoy bien —replicó Kelimar, volviendo al presente.
Suspirando, sacó su Black Berry. Era difícil porque sus manos estaban esposadas, pero ella quería convencer a Raulde que él tenía que ir a su casa este sábado. De repente ella realmente quería saber lo que él quería. Mientras ella miraba fijamente la pantalla, un mensaje apareció en su bandeja de entrada. Ella lo abrió.

Hola Kelimar,
Ya que la comida de prisión te hace engordar, ¿Ya sabes lo que Raul va a decir? ¡No es así!
—S

Ella estaba tan asustada que se paró, pensando en alguien que debería estar en la sala, mirándola. Pero allí no había nadie. Cerró sus ojos, tratando de pensar quién podría haber visto el carro de policía en su casa.
Anthony miró desde su escritorio.
 — ¿Estás bien?
—Um —dijo Kelimar. —Sí —se sentó lentamente. ¿No es así? ¿Qué Rayos? Ella miró la dirección de la nota de nuevo, pero solo vio un revoltijo de letras y números. Kelimar —La Sra. Hernandezmurmuró después de un momento.
—Nadie necesita saber de esto.
Kelimar parpadeó.
—Oh. Sí. Estoy de acuerdo.
—Bien
Kelimar tragó con fuerza. Excepto porque… alguien lo sabía.

Capítulo 9
No la típica conversación estudiante a profesor

Miércoles por la mañana, el padre de Maria, Ramon, se frotó el espeso pelo negro y la mano señaló por la ventana del Subaru que estaba haciendo una mano a la izquierda. Las señales de alto habían dejado de funcionar ayer por la noche, así que él estaba conduciendo a Maria y Roilan a su segundo día de la escuela y a tomar el coche del taller.
— ¿Están felices de estar de vuelta en Venezuela? —Ramon preguntó.
Roilan, quien se sentó junto a Maria en el asiento trasero, sonrió.
— ¡America es genial! —Volvió a golpear frenéticamente pequeños botones de su
PSP*. Hizo un ruido y Roilan agitó un puño en el aire.
El padre de Maria sonrió y condujo a través de la de un solo carril del puente de piedra, saludando a una vecina a su paso.
—Bueno, bueno. Ahora, ¿por qué es genial?
—América es genial porque tiene lacrosse, —dijo Roilan, sin dejar de mirar a su PSP.
—Y las chicas más calientes. Y un Hooters* en Rey de Prussia.
Maria se echó a reír. Como si Roilan hubiera estado dentro de Hooters.
A menos que… ¿Oh Dios, él había...?

Ella se estremeció en su Nelly* verde alpaca, se encogió de hombro y miró por la ventana a la espesa niebla. Una mujer que llevaba una larga, chaqueta con capucha de color rojo estadio que decía: SOBRE EL EJE DE UNA MAMÁ FUTBOLERA, que trataba de detener a su pastor alemán que estaba persiguiendo a una ardilla cruzando la calle. En la esquina, dos rubias con cochecitos para bebes de alta tecnología se fueron juntas a lo lejos.
No había una palabra para describir la clase de inglés de ayer: brutal. Después
Jorge espetó: «No puede ser», toda la clase se volvió y la miró fijamente. Kelimar Hernandez, que estaba sentada frente a ella, le susurró en voz no tan tranquila, '¿Te acostaste con el maestro?' Maria consideró, por un segundo y medio, que quizá Kelimar le había escrito el mensaje de texto de Jorge - Kelimar era una de las pocas personas que sabían de Pigtunia.
Pero ¿por qué Kelimar lo cuidaría? Jorge – er, el Sr. Fitz – había disipado la risa con rapidez, y ella recordó la más frívola excusa para insultar en clase.
Ella dijo, y citó Maria en su cabeza: —Yo tenía miedo de una abeja había volado en mis pantalones, y pensé que la abeja me iba a picar y así me puse a gritar de terror.
— Jorge entonces empezó a hablar de cinco temas apartados y el programa de estudio, Maria no podía concentrarse.
Fue la abeja que había volado en sus pantalones. Ella no podía dejar de mirar sus ojos y su boca de lobo de color rosa suntuoso. Cuando él miraba en su dirección con el rabillo del ojo, su corazón daba dos vueltas y media libres y luego aterrizaba en su estómago.
Jorge era el muchacho para ella, y ella era la chica para él ella sólo lo sabía.
¿Y qué si el era su profesor? Tenía que haber una manera de hacer que funcione.
Su padre se había detenido en la entrada de piedra-bloqueada de Juan de Urpin.
A lo lejos, Maria había notado un escarabajo Volkswagen* vintage pintado de color azul polvo estacionado en el lugar del profesor. Sabía que era el vehículo en Piedra Azul – era de Jorge.
Ella miró su reloj. Quince minutos hasta el aula.
Roilan salió disparado del coche. Maria abrió la puerta, pero su padre le tocó el antebrazo.
—Espera un segundo, —dijo.
—Pero tengo que… —Miró con nostalgia al auto de Jorge.
—Sólo por un minuto. —Su padre bajo el volumen de la radio
Maria se dejó caer en su asiento.
—Parecías un poco… —Él tiró la muñeca de su chaqueta hacia atrás y adelante con incertidumbre. — ¿Estás bien?
Maria se encogió de hombros. — ¿Sobre qué?
Su padre suspiró. —Bueno… No se. Y no hemos hablado.... tu sabes… en un tiempo. Maria jugueteaba con la cremallera de su chaqueta.
— ¿De qué hay que hablar?
Ramon metió un cigarrillo que había rodado antes en la izquierda dentro de su boca.
—No puedo imaginar lo difícil que ha sido guardar silencio. Pero te amo. Lo sabes, ¿verdad?
Maria miró hacia el estacionamiento de nuevo.
—Si, lo sé, —dijo.
— Me tengo que ir. Nos vemos a las tres.
Antes de que pudiera responder, Maria salió disparada del auto, la sangre en sus oídos. ¿Cómo se suponía que tenía que ser la australiana Maria, que dejó su pasado atrás, si uno de sus peores recuerdos de Valle Guanape se mantuvo saliendo a la superficie? Ya había ocurrido en mayo de séptimo grado. El Día de Valle Guanape había despedido a los primeros estudiantes de conferencias con los maestros, por lo que Maria y Sam se dirigieron a Sparrow, el campus de la tienda de música, para buscar nuevos CDs. A medida que caminaban a través de un callejón, Maria notó que su padre estaba en el destartalado café familiar en un Honda Civic – espacio ahora en un estacionamiento vacío. Como Maria y Sam caminaron hacia el coche para dejar una nota, se dieron cuenta de que había alguien en su interior en realidad, dos personas: el padre de Maria, Ramon, y una muchacha, de unos veinte años, besando su cuello.
Fue entonces cuando Ramon miro hacia arriba y vio a Maria, ella echó a correr lejos antes de ver más y antes de que pudiera detenerla, Sam había seguido a Maria todo el camino de regreso a su casa, pero no trató de detenerla cuando Maria dijo que quería estar sola.
Más tarde esa noche, Ramon se acercó a la habitación de Maria a tratar de explicarle. No era lo que parecía, dijo. Pero Maria no era estúpida.
Todos los años su padre invitó a sus estudiantes a su casa para conseguir-parasaber- que cócteles y Maria había visto a esa chica de pie a través de su puerta. Su nombre era Liceth, Maria lo recordaba, porque Liceth había llegado borracha y había escrito su nombre en el refrigerador con imanes de letras de plástico. Cuando Liceth se estaba yendo, en lugar de estrechar la mano de su padre como los otros chicos habían echo, le dio un beso en la mejilla.
Ramon pidió Maria no se lo dijera a su mamá. Él le prometió que nunca volvería a ocurrir. Ella decidió creerle, y ella guardó el secreto. Él nunca había dicho que sí, pero Maria creía que Liceth fue la razón de porque su papá tomó su año sabático, cuando él lo hizo. . Prometiste que no lo pensarías, Maria pensó mirando por encima del hombro. La mirada de su padre se dirigía fuera del estacionamiento de Juan de Urpin. Maria entró en el estrecho pasillo del ala de la facultad.
La oficina de Jorge estaba en el final del pasillo, junto a un pequeño y acogedor asiento de ventana. Se detuvo en la puerta y lo vio como él escribía algo en su ordenador.

Por último, llamó. Los ojos azules de Jorge se ampliaron cuando la vio. Miró hacia abajo adorablemente a su camisa blanca con botones, el saco azul de Juan de Urpin, hilos verdes y destartalados mocasines negros. Las esquinas de su boca se acurrucaron en la más pequeña y tímida sonrisa.
—Hey —él dijo.
Maria se cernía en el umbral.
— ¿Puedo hablar contigo? —Maria preguntó. Su voz chirrió un poco.
Jorge vaciló, empujando un mechón de pelo lejos de los ojos. Maria notó un curita envuelta alrededor de su dedo meñique izquierdo
—Claro —dijo en voz baja. —Pasa.
Entró en su despacho y cerró la puerta. Estaba vacío, a excepción de un pesado escritorio de madera ancho, dos sillas plegables, y una computadora. Se sentó en la silla plegable vacía.
—Así que, um, —Maria, dijo. —Hey.
—Hey otra vez, —respondió Jorge, sonriendo. Bajó los ojos y tomó un sorbo de su taza de café.
—Escucha —él empezó a decir.
—Acerca de ayer —dijo Maria, al mismo tiempo. Los dos rieron.
—Las damas primero. —Jorge sonrió.
Maria se rascó la nuca, donde había elaborado su recto cabello negro en una coleta.
—Yo, um, quería hablar acerca… de nosotros.
Jorge asintió, pero no dijo nada.
Maria se movió en su silla. —Bueno, supongo que es chocante que yo soy… um… tu alumna, después, ya sabes… Piedra Azul. Pero si no te importa, yo no.

Jorge hizo presión con las manos alrededor de su taza. Maria escucho el reloj emitido por el muro de la escuela, el reloj marcando los segundos.
—Yo… no creo que sea una buena idea —dijo en voz baja.
—Tú dijiste que eras mayor.
Maria rió, sin saber qué tan grave era.
—Nunca te dije cuantos años tenia— Ella bajó los ojos. —Sólo lo asumiste.
—Sí, pero no dijiste que estabas en secundaria—, respondió Jorge.
—Todo el mundo miente sobre su edad— dijo Maria en voz baja.
Jorge pasó la mano por su pelo. —Pero… eres… —Él la miró a los ojos y suspiró. — Mira yo… creo que eres increíble, Maria. Lo hago. Te conocí en un bar y me gustó… wow, ¿qué es esto? Eres tan diferente a cualquier otra chica que he conocido.
Maria miró hacia abajo, sintiendo tanto placer y un poco mareada. Jorge se inclinó sobre la mesa y tocó la mano de ella – estaba caliente, seca y suave – pero enseguida se apartó. —Pero esto no pretende ser, ¿sabes? Porque, bueno, tú eres mi alumna. Podría conseguir en un montón de problemas. Tú no quieres meterme en problemas, ¿verdad?
—Nadie tiene que saber, —dijo Maria débilmente, a pesar de que, no podía dejar de pensar en ese texto extraño del día de ayer, y que tal vez alguien ya lo sabía.
Jorge se tomó su tiempo para responder. A Maria le parecía que él estaba tratando de decidirse. Ella lo miró esperanzada.
—Lo siento, Maria —dijo finalmente entre dientes. —Pero creo que debes irte...
Maria se puso de pie, sintiendo sus mejillas arder. —Por supuesto. —Maria envolvió las manos en la parte superior de la silla. Se sentía como si brasas saltaran a su alrededor por dentro.
—Nos vemos en clase, —dijo Jorge en voz baja.
Ella cerró la puerta con cuidado. En el salón, los profesores hablaban alrededor de ella, corriendo hacia sus salones de clases. Ella decidió llegar a su casillero cortando a través de los baños... ella necesitaba un poco de aire fresco.

En el exterior, Maria escuchó familiarizada con la risa de un niño. Ella se congeló por un segundo. ¿Cuando iba a dejar de pensar que oía a Samir en todas partes?
No caminó entre los baños, sino a través de la hierba.
La niebla de la mañana era tan densa que Maria apenas podía ver sus piernas por debajo de ella. Sus huellas se desvanecían en la hierba blanda mientras más rápido caminaba. Bien. Esto parecía el momento oportuno para desaparecer por completo.

Capítulo 10
Las chicas solteras tienen mucha mas diversión

Esa tarde, Gicelle se encontraba en el estacionamiento de estudiantes, estaba perdida en sus pensamientos, cuando alguien arrojó sus manos sobre sus ojos. Gicelle se sobresalto.
— ¡Whoa, enfríate! ¡Soy sólo yo!
Gicelle se volvió y suspiró con alivio. Sólo Juan.
Gicelle había estado tan distraída y paranoica desde que recibió esa extraña nota ayer. Había estado a punto de desbloquear su coche -su madre la dejaba a ella y a Marielys llevarlo a la escuela con la condición de que condujeran con precaución y llamaran al llegar allí – para agarrar su bolsa de natación para la práctica.
—Lo siento —dijo Gicelle. —Pensé. . . no importa.
—Te extrañe hoy. —Juan sonrió.
—Yo también. —Gicelle le devolvió la sonrisa. Había intentado llamar a Juan esa mañana para ofrecerle un viaje a la escuela, pero la mamá de Juan dijo que se había ido ya. —Así que, ¿cómo estás?
—Bueno, yo podría estar mejor. —Hoy, Juan había asegurado su pelo salvaje y oscuro fuera de su cara con iridiscentes y adorables clips.
— ¿Ah, sí? —Gicelle ladeó la cabeza.

Juan apretó los labios y deslizó uno de sus pies hacia fuera de sus zapatos. Su segundo dedo del pie era más largo que su dedo gordo del pie, al igual que Gicelle. —Estaría mejor si fueras a alguna parte conmigo. Ahora mismo.
—Pero tengo natación, —dijo Gicelle, oyendo a Igor* en su voz de nuevo.
Juan le tomó la mano y la hizo girar.
— ¿Y si te dijera que a donde vamos implica natación?
Gicelle entornó los ojos. — ¿Qué quieres decir?
—Tienes que confiar en mí.
Incluso si hubiera estado cerca de Kelimar, Yulexi y Maria, todos los recuerdos
favoritos de Gicelle eran pasando el tiempo sola con Sam. Al igual que cuando se vistieron con voluminosos pantalones de nieve para deslizarse en trineo por Bayberry Hill, hablando de su novio ideal, o llorando sobreLa Cosade Gabriela de sexto grado y consolándose mutuamente. Cuando eran apenas ellos dos, Gicelle vio a una un poco menos perfecto Sam - que de alguna manera la hacía parecer aún más perfecto - y Gicelle sentía que podía ser ella misma.
Parecían que días, semanas, años habían pasado desde que Gicelle no había sido ella misma. Y pensó que ahora, podría haber algo por el estilo con Juan. Echaba de menos tener un mejor amigo.
En este momento, Julio y todos los demás muchachos estarían probablemente cambiándose a sus trajes. La entrenadora Lauren estaría escribiendo la práctica encima del tablero en el marcador grande y llevaría a cabo la adecuada cuenta de aletas, boyas, y paletas. Y las chicas en el equipo se quejarían porque todas tenían sus períodos al mismo tiempo.
¿Ella se atrevería a perderse el segundo día de práctica?
Gicelle apretó la llave de pescado de plástico. —Yo supongo que podría decirle a
Marielys que tengo que ser tutora a alguien en español, —ella murmuró. Gicelle sabía que Marielys no compraría eso, pero ella probablemente no delataría a Gicelle, tampoco. Chequeo tres veces el estacionamiento para ver si alguien estaba viendo,
Gicelle sonrió y abrió el coche.
—Está bien. Vámonos.
—Mi hermano y yo descubrimos este lugar el fin de semana, —Juan dijo mientras
Gicelle entraba en el aparcamiento de grava.
Gicelle salió del coche y se estiró. —Me olvidé de este lugar. —Estaban en la pista
Marwyn, que estaba a cinco millas de distancia y bordeada de un arroyo profundo.
Ella y sus amigos solían traer sus bicicletas aquí todo el tiempo - Sam y Yulexi pedaleaban con furia y por lo general al final, empataban - y paraban en el bar de aperitivos de la zona de natación para comprar deditos de mantequilla y Coca-
Cola Diet. A medida que ella seguía Juan por una ladera lodosa, Juan tomo su brazo.
— ¡Oh! Me olvidé de decirte. Mi mamá dijo que tu mamá hizo escala ayer mientras estábamos en la escuela. Trajo más brownies.
— ¿De veras? —Gicelle respondió, confusa. Se preguntaba por qué su madre no había dicho nada durante la cena.
—Los brownies estaban deliciosos. ¡Mi hermano y yo pulimos la bandeja anoche!
Llegaron a una pista de tierra. Un dosel de robles las protegía. El aire tenía ese olor fresco, a madera y se sentía cerca de veinte grados más frío.
—No estamos allí todavía. —Juan le tomó la mano y la llevó por el camino de un pequeño puente de piedra. A unos seis metros por debajo de ella, la corriente aumentó. Las aguas tranquilas, brillaban mientras el sol de la tarde caía Juan caminó hasta el borde del puente y se desnudo hasta llegar a su calzoncillos a juego de color azul pálido. El arrojó su ropa en una pila, sacó la lengua a Gicelle, y saltó.
— ¡Espera! —Gicelle corrió hasta el borde. ¿Sabia Juan cuan profundo estaba? En un total de un Mississippi, dos- Mississippis más tarde, Gicelle oyó un chapoteo. La cabeza de Juan apareció de vuelta fuera del agua.
— ¡Te lo dije se trataba de nadar! ¡Vamos, lánzate!
Gicelle miró al montón de ropa de Juan. Ella realmente odiaba desnudarse delante de la gente – incluso de las chicas del equipo de natación, que la veían todos los días. Poco a poco se quitó la falda plegada de Juan de Urpin , cruzando las piernas una sobre la otra para que Juan no pudiera ver sus muslos desnudos y musculosos, y luego tiró de la camiseta sin mangas que llevaba debajo de su blusa de uniforme.
Ella decidió mantenerla puesta. Ella miró por encima del borde del arroyo y, robándose a ella misma, ella saltó. Un momento después, el agua abrazo su cuerpo. Era agradable y gruesa por el barro, no fría y limpia, como la piscina. El sujetador con relleno subió hinchado con el agua.
—Es como un sauna aquí, —dijo Juan.
—Sí. —Gicelle nado hacia la zona menos profunda, donde Juan estaba de pie.
Gicelle se dio cuenta que podía ver las tetillas de Juan directamente y corto la mirada.
—Yo solía ir a bucear al acantilado con Jessica todo el tiempo de vuelta en Ptla Cruz, — dijo Juan. —Se quedaba de pie en la parte superior, como, creo que durante diez minutos antes de saltar. Me gusta como ni siquiera dudaste.
Gicelle flotaba sobre su espalda y sonrió. Ella no pudo evitarlo: ella tragaba los elogios de Juan como pastel de queso.
Juan lanzo agua a Gicelle poniendo sus manos en forma de copa.
Parte de ella llego directo en su boca. El arroyo sabía a agua pegajosa y casi metálica, nada del cloro del agua dela Piscina.—Creo que Jessica y yo vamos a romper, —dijo Juan.
Gicelle nadaba cerca de la orilla y se levantó. — ¿En serio? ¿Por qué?
—Sí. Lo de la larga distancia es demasiado estresante. Ella me llama, como todo el tiempo. ¡Sólo he estado ausente por unos días, y él ya me ha enviado dos cartas!
—Huh, —Gicelle respondió: tamizando sus dedos a través del agua turbia.
Entonces ocurrió algo con ella. Se volvió hacia Juan. — ¿Tu, um, pusiste una nota en mi armario de natación ayer?
Juan frunció el ceño. — ¿Qué, después de la escuela? No…caminamos a casa,
¿Recuerdas?
—Cierto. —Ella realmente no creía que Juan había escrito la nota, pero las cosas habrían sido mucho más sencillas si lo hubiera hecho.
— ¿Qué decía la nota? —Gicelle sacudió la cabeza.
—No importa. No fue nada. —Ella se aclaró la garganta. —Sabes, creo que podría romper con mi novio también.
Whoa. Gicelle no habría estado más sorprendida si un pájaro azul habría volado hasta su boca.
— ¿En serio?, —dijo Juan.
Gicelle parpadeó agua de sus ojos. —No lo sé. Tal vez.
Juan extendió los brazos sobre su cabeza, y cogió a Gicelle dejando a la vista esa cicatriz en la muñeca de nuevo. Ella apartó la mirada.
—Bueno, a un alce, — dijo Juan.
Gicelle sonrió. —¿Huh?
—Es esta cosa que digo a veces, —dijo Juan. — ¡Significa. . .!
—Ella se volvió y se encogió de hombros. —Supongo que es una tontería.
—No, me gusta, —dijo Gicelle. —Ella se rió. Ella siempre se sentía divertida cuando decía groserías - como si su mamá la oyera desde su cocina, a diez millas de distancia.
—Deberías de romper con tu novio, —dijo Juan.
— ¿Sabes por qué?
— ¿Por qué?
—Eso significaría que ambos estaríamos solteros.
—Y eso ¿qué significa? —preguntó Gicelle. El bosque estaba muy quieto y callado. Juan se acercó más a ella. —Y eso significa…que nos…podemos… ¡divertir! —El agarró Gicelle por el hombro y la sumergió bajo el agua.
— ¡Hey! —Gicelle chilló. Se echó atrás a Juan, chapaleando su brazo a través de toda el agua, creando una ola gigante.
Entonces ella agarró a Juan por la pierna y empezó a hacerle cosquillas debajo de sus dedos de los pies.
— ¡Ayuda! —Juan gritó. — ¡No mis pies! ¡Soy muy cosquilloso!
— ¡He encontrado tu debilidad! —Gicelle cantó, maniáticamente arrastrando a Juan hacia la cascada. Juan logró soltar su pie y se abalanzó sobre los hombros de Gicelle por detrás. Las manos de Juan vagaban hacia arriba a los lados de Gicelle, a continuación, hasta el estómago, donde ella le hacía cosquillas. Gicelle chilló. Finalmente empujó a Juan a una pequeña cueva en las rocas.
— ¡Espero que no hallan murciélagos aquí! —Juan chilló. Vigas de la luz solar se filtraban a través de pequeños orificios perforados de la cueva, lo que hacia un halo alrededor de la parte superior de la cabeza empapada de Juan.
—Tienes que venir aquí, —dijo Juan. El le tendió la mano.
Gicelle estaba a su lado, el sentimiento de la cueva era suave, fresco. El sonido de su respiración se hizo eco en las estrechas paredes. Se miraron la uno al otro y sonrieron. Gicelle se mordió el labio. Este era un momento tan perfecto de amigos, la hacía sentirse algo melancolía y nostálgica.
Los ojos de Juan se convirtieron en preocupación. — ¿Qué pasa?
Gicelle respiró hondo. — ¿Bueno. . . sabes el niño que vivió en tu casa? ¿Samir?
—Sí.
—El desapareció. Inmediatamente después del séptimo grado. El nunca fue encontrado.
Juan se estremeció ligeramente. —He oído algo al respecto.
Gicelle se abrazó, ella se estaba enfriando, también.
—Nosotros éramos muy cercanos.
Juan se acercó a Gicelle y puso su brazo alrededor de ella. —No me di cuenta.
—Sí. —Tambaleó la barbilla de Gicelle.
—Yo solo quería que lo supieras.
—Gracias.
Poco tiempo pasó; Gicelle y Juan continuaron abrazándose. Entonces, Juan dio marcha atrás.
—Yo como que mentí antes. Sobre Por que quiero romper con Jessica.
Gicelle levantó una ceja, curiosa.
__Creo que eres linda, —El sonrió torcidamente. — ¿Sabes?
Gicelle se pasó las manos por la cara y el cabello. La mirada de Juan se sentía muy cercana, de repente. —Yo…, —ella empezó. No, no sabía.
Los arbustos por encima de ellos se movieron. Gicelle se estremeció. Su mamá odiaba cuando llegaba a este camino - nunca sabias qué tipo de secuestradores o asesinos se escondían en lugares como este.
El bosque estaba inmóvil por un momento, pero luego una bandada de pájaros se disperso violentamente hacia el cielo. Gicelle se aplano contra la roca.
¿Estaba alguien mirando? ¿De quién era la risa? La risa le sonaba familiar. Entonces Gicelle sintió una respiración pesada en el oído. La piel de gallina se levantó en sus brazos y ella se asomó fuera de la cueva.


Eran sólo un grupo de muchachos. De pronto, irrumpieron en el arroyo, blandiendo palos como espadas. Gicelle se alejó de Juan y fuera de la cascada.
— ¿Adónde vas? —Juan llamo.
Gicelle miró a Juan, y luego a los muchachos, que habían abandonado los palos y ahora estaban tirando piedras unos a otros. Uno de ellos era Roilan Noguera, su viejo amigo, hermano pequeño de Maria. Había crecido bastante desde la última vez lo vio. Y espera - Roilan estaba en Valle Guanape. ¿Le reconocería? Gicelle salió del agua y empezó a correr hacia la colina.
Se volvió a Juan. —Tengo que regresar a la escuela antes de que Marielys comience con la natación. —Ella se puso la falda.
— ¿Quieres que te tire abajo tu ropa?
—Lo que sea. —En eso, el salió de la cascada y se metió en el agua, la ropa interior empapada se aferraba a su trasero. Juan subió lentamente la pendiente, ni una vez cubriéndose el estómago. Los estudiantes de primer año dejaron lo que estaban haciendo y se quedaron mirando. Y aunque Gicelle no quería, no podía dejar de mirar también.

Capítulo 11
Al menos los camotes tienen mucha vitamina A

De ella. Definitivamente de ella —Kelimar susurró, apuntando.
—Nah. ¡Son muy pequeñas! —Julia susurró de vuelta.
— ¡Pero mira la forma en que se engloban en lo alto! Totalmente falso —Relimar contradijo.
—Grosero. —Kelimar arriscó la nariz y pasó sus manos por su propio y perfectamente redondeado trasero para asegurarse de que aún estaba perfectamente perfecto. Era media tarde de un miércoles, y ella y Julia estaban descansando en la terraza exterior de Yam, el café orgánico en el Club de Campo de los padres de Juan. Bajo ellas, un grupo de chicos de Valle Guanape jugaban un partido rápido de golf antes de la cena, pero Kelimar y Julia estaban jugando otro tipo de juego: adivinar los senos falsos. O descubrir cualquier otra cosa falsa, y había muchas cosas falsas por aquí.
—Si, se ve como que su cirujano lo arruinó —Julia murmuró.
—Creo que mi mamá juega tenis con ella. Le preguntaré.
Kelimar miró de nuevo hacia la mujer con aspecto de duende de treinta y tantos junto al bar cuyo trasero se veía de verdad sospechosamente extra-suculento para el resto de su delgada figura al estilo de un mondadientes.
—Moriría antes de hacerme la cirugía.

Julia jugaba con el talismán de su brazalete Tiffany —el que ella, evidentemente, no tenía que devolver. — ¿Crees que Maria Noguera se ha hecho las suyas?
Kelimar miró hacia arriba, asombrada. — ¿Por qué?
—Ella es realmente delgada, y esas son como, demasiado perfectas —dijo Julia. — Fue a Sidney o algo así, ¿cierto? Escuché que en Oceania pueden hacer tus senos por poco dinero.
—No creo que sean falsas —murmuró Kelimar.
— ¿Cómo lo sabes?
Kelimar mordisqueó su pajilla. Los senos de Maria siempre habían estado ahí —ella había sido la única de sus amigas que necesitaron un sostén en séptimo grado. Pero la única vez que Maria había notado que ella tenía senos fue cuando ella tejió los sostenes de todos como regalos de Navidad y tuvo que hacer el de ella de un tamaño mayor.
—Ella sólo, no parece de ese tipo —Kelimar respondió. Hablar con Julia de sus antiguas amigas era territorio incómodo. Kelimar aún se sentía mal sobre como ella y Sam y las otras solían molestar a Julia en séptimo grado, pero siempre parecía demasiado extraño sacarlo a colación ahora.
Julia la miró fijamente. — ¿Estás bien? Te vez diferente hoy.
Kelimar dio un respingo. — ¿Lo hago? ¿Cómo?
Julia le dio una pequeña sonrisa de suficiencia. — ¡Whoa! ¡Alguien está nerviosa!
—No estoy nerviosa —Kelimar dijo rápidamente. Peor lo estaba: a cada momento,
desde lo de la estación de policía y ese correo electrónico que ella había recibido la noche pasada, ella había estado como loca. Esta mañana, sus ojos incluso parecían más de un plano café que verde, y sus brazos se veían perturbadoramente hinchados. Ella tenía esta horrible sensación de que ella iba a metamorfosearse espontáneamente de vuelta a su persona de séptimo grado.
Un mesera rubia y con aspecto de jirafa las interrumpió. — ¿Han decidido?
Julia miró el menú.
—Quiero la ensalada de pollo asiático, sin ninguna preparación.
Kelimar aclaró su garganta. —Quiero una ensalada jardinera con coles, sin preparación, y una orden extra grande de papas fritas dulces. En una bolsa para llevar, por favor.
Mientras la mesera tomaba sus menus, Julia empujó sus lentes de sol bajándolos por su nariz. — ¿Papas fritas de camote?
—Para mi mamá —Kelimar respondió rápidamente. —Vive en base a ellas.
Abajo en el campo de golf, un grupo de chicos más viejos pusieron las bolas en el soporte, junto con un chico bastante bien parecido en pantalones cortos de descanso. Se veía un poco fuera de lugar con su cabello castaño desordenado, cargos, y... era eso un... ¿polo dela Policíade Valle Guanape? Oh no. Lo era.
Anthony escaneó la terraza y fríamente asintió cuando él vio a Kelimar. Ella se escondió.
— ¿Quién es ese? —Julia ronroneó.
—Um... —Kelimar murmuró, casi por debajo de la mesa. ¿Anthony Wilden era un golfista? Por favor. Años atrás en la preparatoria, él era el tipo que lanzaba fósforos encendidos a los chicos del club de gol de Valle Guanape.
¿Estaba acaso todo el mundo afuera para tomarla?
Julia entrecerró los ojos.
—Espera. ¿Acaso él no va a nuestra escuela? —ella sonrió exhibiendo los dientes. —Oh dios mio. Es el chico del club de buceo de las chicas.
Kelimar, ¡tú, pequeña loca! ¿Cómo es que te conoce?
—Él es... — Kelimar hizo una pausa. Paso su mano por la cinturilla de sus jeans. — Lo conocí en el sendero Marwyn un par de días atrás cuando estaba corriendo. Nos detuvimos en la fuente de agua al mismo tiempo.
—Genial —dijo Julia. — ¿Trabaja por aquí?
Kelimar hizo una pausa de nuevo. Ella de verdad quería evitar esto.
—Um... creo que dijo que él era un policía —ella dijo despreocupadamente.
—Estás jugando. —Julia sacó su humectante de labios Shu Uemura de su bolsa
Hobo azul de cuero y suavemente humedeció su labio inferior. —Ese chico es lo suficientemente guapo como para estar en el calendario de los policías. Incluso puedo verlo: Sr. Abril. ¡Preguntémosle si podemos ver su cosa*!
—Shhh —Kelimar siseó.
Sus ensaladas llegaron. Kelimar empujó su recipiente de poliestireno con las papas fritas de camote un lado y tomó una mordida de su tomate cherry* sin preparación. Julia se inclinó quedando más cerca.
—Apuesto a que podrías engancharte con él.
— ¿Quién?
— ¡El Sr. Abril! ¿Quién más?
Kelimar resopló. —Claro.
—Totalmente. Deberías llevarlo a la fiesta de Castro. Escuché que algunos policías fueron a la fiesta el año pasado. Así es como nunca los atrapan.
Kelimar se reclinó hacia atrás. La fiesta Castro era una tradición legendaria en
Valle Guanape. Los Castros vivían en veinte y algo acres de tierra, y los chicos Castro
— Ericxon era el más joven— daban una fiesta de-vuelta-a-la-escuela todos los años. Los chicos allanaban las reservas amplias de licor de sus padres en el subterráneo ysiemprehabía escándalo. El último año, Ericxon  golpeo a su mejor amigo Mancio  porque Mancio había tratado de darse el lote con la novia de ese tiempo de Ericxon, Eliana Dominguez. Ambos estaban ebrios y rieron todo el camino a la sala de emergencias y no podían recordar cómo o por qué había pasado. El año anterior a eso, un montón de stoners* había fumado demasiado y trataron de hacer que los Appaloosas* del Sr. Castro fumaran de una pipa de agua*.
—Nah. —Kelimar se comió otro tomate. —Creo que voy a ir con Raul.

Julia hizo una mueca.
— ¿Por qué perder un perfectamente buena noche de fiesta con Raul?
¡Él tomó un compromiso de virginidad! Probablemente ni siquiera irá.
—Sólo porque firmas un compromiso de virginidad no significa que dejes de divertirte también. —Kelimar tomó un gran bocado de su ensalada, apretando los secos y poco apetitosos vegetales en su boca.
—Bueno, si no vas a invitar al Sr. Abril para la fiesta de Ericxon, yo lo haré.
—Julia se puso en pie.
Kelimar agarró su brazo. — ¡No!
— ¿Por qué no? Vamos. Sería divertido.
Kelimar hundió sus uñas en el brazo de Julia. —Dije no.
Julia se sentó de vuelta e hizo un puchero. — ¿Por qué no?
El corazón de Kelimar galopaba.
—Bien. No puedes decirle a nadie, sin embargo. —
Ella tomó un aliento profundo. —Lo conocí en la estación de policía, no en el camino. Fui llamada a una audiencia por el suceso de Tiffany. Pero no es tan complicado. No me atraparon.
— ¡Oh, mi dios! —Julia gritó. Anthony miró hacia ellas de nuevo.
— ¡Shhh! —Kelimar siseó.
— ¿Estás bien? ¿Qué paso? Dímelo todo. —Julia susurró de vuelta.
—No hay mucho que decir. —Kelimar tiró su servilleta sobre su plato.
—Ellos me llevaron a la estación, mi mamá fue por mí, y nos sentamos por un rato. Me dejaron salir con una advertencia. Como sea. Todo tomó como veinte minutos.
—Por dios. —Julia le dio a Kelimar una mirada indeterminada; Kelimar se preguntó por un segundo si era una mirada de lástima.
—No fue, como, dramático o nada, —Kelimar dijo defensivamente, su garganta seca. —No paso mucho. La mayoría de los policías estaban al teléfono. Mande mensajes de texto todo el tiempo. —Ella hizo una pausa, considerando si debería decirle a Julia sobre los ‘no sé’ mensajes de texto que ella había recibido de S,
Quien quiera que fuera S. Pero ¿por qué malgastar su aliento? No podía haber significado nada realmente, ¿cierto?
Julia tomó un sorbo de su Perrier*.
—Pensé que nunca te habían atrapado. Kelimar tragó fuerte.
—Si, bueno...
— ¿Te mató tu mamá?
Kelimar miró a lo lejos. En el camino a casa, su mamá le había preguntado a Kelimar si ella había querido robar el brazalete y los aretes. Cuando Kelimar había dicho que no,la Sra. Hernandezrespondió: —Bien. Está arreglado entonces. —Luego ella había abierto su celular para hacer una llamada.
Kelimar se encogió de hombros y se puso de pie. —Acabo de recordar... tengo que pasear a Dot.
— ¿Estás segura que estás bien? —Julia preguntó.
—Tu rostro se ve un poco manchado.
—No es nada. —Ella chasqueó sus labios glamorosamente hacia Julia y se giró hacia la puerta.
Kelimar paseó tranquilamente para salir del restaurante, pero una vez que llegó al estacionamiento, rompió a correr. Trepó dentro de su Toyota Prius —un auto que su mamá le había comprado para ella el año pasado pero que recientemente le había pasado a Kelimar porque se había aburrido de él— y chequeó su rostro en el espejo retrovisor. Había unos espantosos parches rojos en sus mejillas y frente.
Después de su transformación, Kelimar había sido neuróticamente cuidadosa con no solo lucir perfecta y genial todo el tiempo, sino en ser perfecta y genial, también. Aterrorizada de que el más pequeño error la hubiera enviado girando de vuelta a su mundo de perdedora, ella se preocupaba de cada pequeño detalle, desde pequeñas cosas como el perfecto nombre de pantalla para IM* y la correcta mezcla de su iPOD para el coche, a cosas más grandes como el correcto grupo de personas para invitar a una fiesta de alguien o elegir el perfecto, el chico para una cita — quien, afortunadamente, era el mismo chico que ella había amado desde séptimo grado. ¿Había el hecho de ser atrapada por robar en una tienda empañado a la perfecta, controlada y extremadamente genial Kelimar que todos habían llegado a conocer? Ella no había sido capaz de leer esa mirada en el rostro de Julia cuando ella había dicho ‘por dios’.
¿Había la mirada significado, por dios, pero no es gran cosa? O
¿por dios, que perdedora? Ella se preguntó si quizás ella no debería haberle dicho a Julia del todo. Pero entonces... alguien más ya sabía. S.
¿Sepa que va a decir Raul? ¡No sé!
El campo de visión de Kelimar se puso borroso. Ella apretó el manubrio por unos pocos segundos, luego metió la llave en el encendido y salió del estacionamiento del club de campo hacia una zona de grava, un desvió a un callejón sin salida unos pocos metros mas allá en el camino. Ella podía escuchar su corazón palpitando en sus sienes mientras apagaba el motor y tomaba respiros profundos. El viento olía como paja y pasto recién cortado.
Kelimar cerró sus ojos fuertemente. Cuando los abrió, ella miró fijamente el contenedor de las papas fritas de camote.No, ella pensó. Un auto paso veloz por la calle principal.
Kelimar limpió sus manos en sus jeans. Ella le dio otra mirada al contenedor. Las frituras olían delicioso.No, no, no.
Ella se estiró hacia ellas y abrió la tapa. Su olor dulce y tibio emergió hacia su rostro. Antes de poder detenerse, Kelimar metió un puñado a su boca de frituras.
Las frituras aún estaban tan calientes que quemaron su lengua, pero no le importó. Era un alivio tan grande; esta era la única cosa que la hacía sentir mejor. No se detuvo hasta que las había comido todas e incluso había lamido los lados del contenedor buscando la sal que se había acumulado en el fondo.
Al principio ella se sintió mucho, mucho más calmada. Pero para el minuto en que se puso en camino, los viejos y familiares sentimientos de pánico y vergüenza habían crecido dentro de ella. Kelimar estaba impresionada ahora, aun cuando habían pasado años desde que ella había hecho esto, todo se sentía exactamente igual. Su estómago dolía, sus pantalones se sentían apretados, y todo lo que ella quería era deshacerse de todo lo que estaba dentro de ella.

Ignorando los gritos excitados de Dot desde su habitación, Kelimar corrió escaleras arriba hacia el baño, cerró la puerta de golpe, y colapsó sobre el suelo de cerámica. Gracias a dios su mama no había vuelto del trabajo aún. Al menos ella no tendría que escuchar lo que Kelimar estaba por hacer.

Capítulo 12
Mmm, un amor que huele a una nueva puntuación en la prueba

Está bien. Yulexi tenía que tranquilizarse.
El miércoles por la noche, sacó el Mercedes C-Class negro —el coche de su hermana estaba desecho, era el nuevo “práctico” Mercedes SUV— en el camino circular de su casa. La reunión del consejo de estudiantes había terminado extra tarde y había estado al borde de la conducción hacia las calles oscuras de Valle Guanape. Todos los días, había sentido como si alguien la estuviese observando, como si quien había escrito “codiciar” por e-mail podría ir en busca de ella en cualquier momento.

Yulexi pensaba con inquietud acerca de la figura del adolescente en la ventana del dormitorio de Samir. Su mente iba hacia un lado y de regreso a Sam todas las cosas que sabía sobre Yulexi. Pero no, eso era una locura. Samir había estado desaparecido —y muy probablemente muerto— durante tres años. Además, una nueva familia vivía en su casa ahora, ¿no?
Yulexi corrió hacia el buzón y sacó un montón de sobres, tirando todo lo que no era suyo de vuelta. De repente, lo vio. Era un sobre largo, no demasiado grueso ni demasiado fino, con el nombre de Yulexi escrito de forma ordenada sobre el papel. La dirección de retorno decía,El College Board. Estaba aquí.
Yulexi rasgó el sobre y escaneó la página. Leyó los resultados de PSAT siete veces más antes de darse cuenta.
Había conseguido un 2350 de 2400.
— ¡Síííííí! —gritó, agarrando los papeles con tanta fuerza que los arrugó.
— ¡Whoa! ¡Alguien está feliz! —gritó una voz desde la carretera.
Yulexi levantó la vista. Saliendo del lado del conductor de un Mini Cooper estaba
Kevin Campbell, el alto, pecoso, y de cabello largo, el muchacho que le ganó a
Yulexi para presidente de la clase. Fueron número uno y número dos de la clase en prácticamente todos los temas. Pero antes de que Yulexi pudiera jactarse de su puntuación —decirle a Kevin acerca de los PSAT's se sentiría tan bien— ya se había alejado.Raro. Yulexi volvió hacia su casa.
A medida que entraba con entusiasmo al interior, algo la detuvo: recordó la puntuación perfecta de su hermana, comparándola y rápidamente lo convirtió desde el 1600, la escala que se usaba, al 2400 escala que utiliza el College Board en la actualidad. Fueron unos completos 100 puntos por debajo de Yulexi.
¿Y no se suponía que iba a ser más difícil en estos días, también?
Bueno, ¿ahoraquién es el genio?
Una hora más tarde, Yulexi se sentó en la mesa de la cocina de lectura con Middlemarch —un libro recomendado en la lista porla AP Inglés— cuando empezó a estornudar.
—Karen y Nelson están aquí —dijo la señora Gonzales. Yulexi vio como entraba rápidamente en la cocina, llevando el correo que Yulexi había dejado en el buzón—. ¡Ellos fueron a dejar todo el equipaje para instalarse! —Ella abrió el horno, para comprobar el pollo asado y siete rollos de granos, y luego apresuradamente entraba en la sala de estar. Yulexi volvió a estornudar. Una nube de Channel Nº 5 siempre iba con su madre —A pesar de que había pasado todo el día trabajando con caballos— y Yulexi estaba segura de que era alérgica. Consideró anunciar las noticias dela PSAT, pero una voz centellante desde el vestíbulo la detuvo.
— ¿Mamá? —Karen llamó. Ella y Nelson paseaban en la cocina. Yulexi pretendía estudiar la aburrida cubierta posterior de Middlemarch.
—Hey —Nelson dijo sobre ella.
—Hey —ella respondió con frialdad.
— ¿Qué estás leyendo?
Yulexi vaciló. Era mejor mantenerse alejada de Nelson, sobre todo ahora que él se mudaba a su casa. Karen la rozó sin saludar y se puso a desempaquetar almohadas moradas de una bolsa de Pottery Barn.
—Estos son para el sofá del granero —prácticamente le gritó.
Yulexi se encogió. Dos podrían jugar este juego.
— ¡Oh, Karen! —Yulexi exclamó—. ¡Me olvidaba de decirte! ¡Adivina con quién me encontré!
Karen continuó desempaquetando las almohadas.
— ¿Con quién?
— ¡Leo Vázquez! ¡Es el entrenador de mi equipo de hockey ahora!
Karen se congeló.
—Él… ¿qué? ¿Él está? ¿Él estáaquí? ¿Te preguntó sobre mí?
Yulexi se encogió de hombros e hizo como que pensaba.
—No, no creo.
— ¿Quién es Leo Vázquez? —Nelson preguntó, apoyándose en el mostrador isla de mármol.
—Nadie —espetó Karen, volviendo a las almohadas. Yulexi le dio una bofetada al libro y rebotó hacia el comedor. Vaya. Eso se sintió mejor.

Se sentó en la larga mesa estilo casa de campo, pasando los dedos por los vasos de vino sin tallo, Candace, el ama de llaves, lo había llenado con vino tinto. A sus padres no les importaba si sus hijos bebían cuando estaban en casa, ya que nadie tenía que conducir, así que agarró el vidrio con ambas manos y bebió un trago grande. Cuando miró hacia arriba, Nelson le estaba sonriendo desde el otro lado de la mesa, su columna vertebral muy erguida en su silla del comedor.
—Hey —él dijo. Ella levantó las cejas como respuesta.
Karen yla Sra. Gonzalesse sentaron y el padre de Yulexi ajustó las luces del candelabro y se sentó también. Por un momento todos estaban en silencio. Yulexi sintiendo los papeles con la puntuación del PSAT en su bolsillo.
—Así que supongo que lo que me pasó —ella comenzó.
— ¡Nelson y yo estamos tan felices de que nos estén dejando quedarnos aquí! —
Karen dijo al mismo tiempo, agarrando la mano de Nelson.
La Sra. Gonzalessonrió a Karen.
—Siempre estoy feliz cuando toda la familia está aquí.
Yulexi se mordió el labio, con el estómago nervioso.
—Bueno, Papá. Tengo mí…
—Uh-oh —Karen interrumpió, con la vista fija en las placas que Candace acababa de traer de la cocina—. ¿Tenemos otra cosa más que el pollo? Nelson está tratando de no comer carne.
—Está bien —dijo Nelson a toda prisa—. El pollo es perfecto.
—Oh. —La Sra. Gonzalesse puso de pie a la mitad del camino—.
¿Tú no comes carne? No lo sabía. Creo que podemos tener un poco de pasta en la nevera, aunque podría tener jamón en ella…
—De verdad, está bien. —Nelson se frotó la cabeza incómodamente, haciendo que su pelo negro desordenado se formara en picos.
—Oh, me siento terrible —dijola Sra. Gonzales.Yulexi puso los ojos en blanco.
Cuando toda la familia estaba junta, su mamá quería que todas las comidas — incluso los desayunos descuidados de cereales— fueran perfectas.
El Sr. Gonzales miró sospechosamente a Nelson.
—Soy un hombre de carne.
—Absolutamente. —Nelson levantó su copa con tanta fuerza que derramó un poco de vino sobre el mantel.
Yulexi estaba considerando una buena introducción para su gran anuncio cuando su padre dejó el tenedor.
—Tengo una idea brillante. Ya que estamos todos aquí,
¿por qué no jugamos Star Power?
—Oh, papá —Karen gimió—. No.
Su padre sonrió.
—Oh, sí. Tuve un día terrible en el trabajo. Voy a patearte el trasero.
— ¿Qué es Star Power? —Nelson preguntó, con las cejas arqueadas.
Un brillo nervioso creció en el estómago de Yulexi. Star Power era un juego que sus padres habían inventado cuando Yulexi y Karen eran niñas pequeñas por lo que había pensado siempre que había sido extraído de alguna empresa retiro. Era simple: todos compartían su mayor logro del día y la familia seleccionaba una estrella. Se suponía que hacía a la gente sentirse orgullosa y realizada pero en la familia Gonzales la gente acababa compitiendo despiadadamente.
Pero si había una manera perfecta para anunciar su resultado del PSAT, Star
Power lo era.
—Tienes que captarlo, Nelson. —El Sr Gonzales dijo—. Voy a empezar. Hoy, preparé una defensa tan convincente para mi cliente que de hecho ofreció pagarmemásdinero.
—Impresionante —dijo su madre, tomando un bocado de remolacha dorada
—. Ahora yo. Esta mañana, le gané a Alexia en tenis en sets corridos.
— ¡Alexia es dura! —Su padre exclamó antes de tomar otro sorbo de vino. Yulexi miró a Nelson sobre la mesa. Él estaba peleando cuidadosamente la piel de su muslo de pollo, que no podía captar su mirada.
Su madre se limpió la boca con la servilleta.
— ¿Karen?
Karen entrelazó los dedos regordetes juntos.
—Bueno, hmm. Ayudé a los constructores con los azulejos en el baño entero, la única forma de que algo sea perfecto es si lo hace uno mismo.
— ¡Me alegro por ti, querida! —dijo su padre.
Yulexi sacudía sus piernas nerviosamente.
El Sr. Gonzales terminó de beber su vino.
— ¿Nelson?
Nelson lo miró, sorprendido.
— ¿Sí?
—Es tu turno.
Nelson jugueteó con su copa de vino.
—No sé lo que debería decir…
—Estamos jugando Star Power. —La Sra. Gonzalessonó como si Star Power fuera tan común como Scabble—. ¿Lo más maravilloso que hizo, Sr. doctor, hoy?
—Oh. —Nelson parpadeó—. Bueno. Um, nada, en realidad. Era mi día libre en la escuela y en el hospital, así que bajé al bar con unos amigos del hospital y vi jugar
a Filis. Silencio. Karen le disparó a Nelson una mirada decepcionada.
—Creo que es impresionante —Yulexi ofreció—. La forma en que han estado jugando, es una hazaña ver a los Filis todo el día.
—Lo sé, son los reyes de la mierda, ¿no? —Nelson le sonrió a Yulexi con gratitud.
—Bueno, de todos modos. —Su madre interrumpió—. Karen, ¿cuándo empiezas las clases?
—Esperen un momento —Yulexi silbó. ¡Ellosnopodían olvidarla!—. Tengo algo para Star Power.
El tenedor para ensalada de su madre flotaba en el aire.
—Lo siento.
— ¡Oops! —Su padre estuvo de acuerdo con la gracia—. Adelante, Yule.
—Tengo los resultados del PSAT —dijo—. Y bueno… aquí están. —Ella sacó los papeles con el puntaje y los empujó a su padre.
Tan pronto como él los tomó, sabía lo que pasaría. No les importaría. ¿Qué importaba el PSAT, de todos modos? Sus mejillas se sentían calientes.
¿Por qué ella se había molestado?
Luego su papá dejó la copa de vino y estudió el papel.
—Wow. —Hizo un gesto haciala Sra. Gonzales.Cuando ella vio el documento, se quedó sin aliento.
—No se puede conseguir mucho más alto que esto, ¿verdad? —dijola Sra.
Gonzales.

Karen estiró el cuello para mirar también. Yulexi no podía respirar. Karen la fulminó con la mirada mientras se ponía de un tono lila. Era una mirada que hizo pensar a Yulexi que tal vez karenhabíaescrito ese espeluznante e-mail de ayer.
Pero cuando Yulexi le devolvió la mirada, Karen rompió en una gran sonrisa.
— ¿De verdad estudiaste, cierto?
—Es un buen resultado, ¿no? —Nelson preguntó, mirando la página.
— ¡Es un resultado fantástico! —El Sr. Gonzales bramó.
— ¡Esto es maravilloso! —exclamóla Sra. Gonzales—.
¿Cómo te gustaría celebrar, Yulexi? ¿Cena en la ciudad? ¿Tienes algo en mente?
—Cuando obtuve los resultados de mi SAT, conseguí mi primera edición de
Fitzgerald en esa subasta, ¿recuerdas? —Karen sonrió.
— ¡Eso es correcto! —La Sra. Gonzalesgorjeó.
Karen se volvió hacia Nelson.
—Me había encantado, y así había quedado una increíble oferta.
—Bueno, ¿por qué no darle un poco de tiempo para pensar? —La Sra. Gonzalesle dijo a Yulexi—. Trata de pensar en algo memorable, como lo que le dimos a
Karen.
Yulexi se incorporó lentamente.
—En realidad, hay algo que yo tenía en mente.
— ¿Qué es? —Su padre se inclinó hacia delante en su silla.
Aquí va, Yulexi pensó.
—Bueno, lo que yo realmente, realmente,realmenteamaría, ahora mismo, no en unos pocos meses a partir de ahora, sería mudarme al granero.
—Pero… —dijo Karen, antes de detenerse a sí misma.
Nelson se aclaró la garganta. Su padre frunció el ceño. El estómago de Yulexi hizo un gruñido de hambre. Ella lo frenó con su mano.
— ¿Es eso lo querealmentequieres? —preguntó su madre.
—Uh-huh —respondió Yulexi.
—Muy bien —dijola Sra. Gonzales, mirando a su marido—. Bueno…
Karen estableció en alto el tenedor.
—Pero, bueno, ¿qué pasa con Nelson y yo?
—Bueno, tú misma has dicho que las renovaciones no serían demasiado largas. —La Sra. Gonzalesse llevó la mano a la barbilla—. Ustedes podrían permanecer en su antiguo dormitorio, supongo.
—Pero tiene una cama doble —dijo Karen en una inusualmente voz infantil.
—No me importa —dijo Nelson rápidamente. Karen frunció el ceño fuertemente hacia él.
—Podríamos mover la cama del establo al cuarto Karen y poner la cama de Yulexi por ahí. —El Sr. Gonzales sugirió.
Yulexi no daba crédito a sus oídos.
— ¿Tú lo harías?
La Sra. Gonzalesenarcó las cejas.
—Karen, puede sobrevivir, ¿no?
Karen se apartó el pelo de la cara.
—Supongo —ella dijo—. Quiero decir, yo personalmente preferiría mucho más que fuera de la subasta y la primera edición, pero eso es sólo conmigo.

Nelson discretamente tomó un sorbo de su vino. Cuando Yulexi le llamó la atención, él le guiñó el ojo. El Sr. Gonzales volvió a Yulexi.
—Hecho, entonces.
Yulexi se levantó y abrazó a sus padres.
— ¡Gracias, gracias, gracias!
Su madre estaba radiante.
—Tú deberías mudarte mañana.
—Yulexi, eres sin duda la estrella. —Su padre levantó las puntuaciones, ahora ligeramente manchadas de vino tinto
—. ¡Debemos enmarcar esto como un recuerdo!
Yulexi sonrió. No necesitaba nada para enmarcar. Se habría de recordar este día por el tiempo en que ella viviera.

Capítulo 13
Primer Acto: La chica hace que el chico la quiera

¿Quieres venir conmigo a una recepción artística en el estudio de Chester Springs el próximo lunes por la noche? —preguntó la madre de Maria, Emma.
Era jueves por la mañana, y Emma estaba sentada enfrente de Maria en la mesa del desayuno, resolviendo un crucigrama del Ultimas Noticias con un bolígrafo negro goteante y comiendo un tazón de Cheerios. Acababa de regresar de su trabajo a tiempo parcial en la galería de arte contemporáneo Davis en la calle principal de Valle Guanape, y tenía lugar en la lista de correspondencia de todos los beneficiarios.
— ¿Papá no va a ir contigo? —preguntó Maria.
Su madre frunció sus labios juntos.
—Tiene un montón de trabajo que hacer para sus clases.
—Oh. —Maria cogió un hilo de lana suelto de sus guantes sin dedos que había tejido durante un largo viaje en tren a Grecia. ¿Era sospecha lo que detectó en la voz de su madre? Maria siempre se preocupaba de que Emma averiguara sobre Liceth y nunca le perdonara por mantener el secreto.
Maria apretó sus ojos cerrados. No estás pensando en eso, pensó. Vertió un poco de zumo de pomelo en un vaso. — ¿Emma? —preguntó.
—Necesito algunos consejos de amor.
— ¿Consejos de amor? — bromeó su madre, asegurando su bollito de pan negro azabache con un palillo para llevar que había estado descansando sobre la mesa.
—Sí —dijo Maria. —Me gusta un chico, pero es en cierta medida... inalcanzable. No tengo más ideas sobre cómo convencerlo de que debería gustarle.
— ¡Sé tú misma! —dijo Emma.
Maria gimió. —He intentado eso.
— ¡Sal con un chico posible, entonces!
Maria giró sus ojos. — ¿Vas a ayudarme o no?
— ¡Ooh, alguien es sensible! —Emma sonrió, luego chasqueó sus dedos.
—Acabo de leer este estudio en el periódico. —Sostuvo en alto el peridico.
—Es una encuesta sobre lo que los hombres encuentran más atractivo en las mujeres. ¿Sabes qué fue la cosa número uno? La inteligencia. Aquí, déjame encontrarlo para ti... —Rebuscó en el periódico y le entregó la página a Maria.
— ¿Maria, te gusta un chico? —Roilan entró a la cocina y cogió un dona glaseada de la caja de la isleta.
— ¡No! —respondió Maria rápidamente.
—Bueno, alguien te gusta —dijo Roilan. —Tan vulgar como lo que es.
—Hizo un sonido fingiendo náuseas.
— ¿Quién? —preguntó Emma con voz emocionada.
—Ericxon Castro —Roilan respondió, hablando con un enorme mordisco masticado de donut en su boca. —Me preguntó por ti en la práctica de lacrosse.
— ¿Ericxon Castro? —repitió Emma, mirando atrás y adelante, de Maria a Roilan. — ¿Quién es? ¿Estuvo aquí hace tres años? ¿Lo conozco?
Maria gimió y rodó sus ojos. —Él no es nadie.
— ¿Nadie? —Roilan sonó disgustado. —Es como… el mejor chico de tu grado.
—Lo que sea —dijo Maria, besando a su madre en la parte superior de su cabeza. Se dirigió al pasillo, mirando fijamente el recorte de periódico en sus manos. ¿Así que a los hombres les gustaba el cerebro? Bueno, la australiana Maria ciertamente podía ser inteligente.
— ¿Por qué no te gusta Ericxon Castro? —La voz de Roilan hizo saltar a Maria. Estaba de pie a unos pasos de Maria con un cartón de zumo de naranja en su mano. —Él es el hombre.
Maria gimió. —Si te gusta tanto, ¿por qué no te vas con él?
Roilan bebió directamente del cartón, se limpió su boca, y la miró fijamente.
—Has estado actuando raro. ¿Estás drogada? ¿Puedo tener algo si lo estás?
Maria bufó. En Australia, Roilan había estado tratando de conseguir constantemente drogas y asustando cuando algunos chicos en el puerto le vendían una bolsa de marihuana a diez centavos. Las cosas resultaron ser olorosas, pero Roilan lo fumaba orgullosamente de todos modos.
Roilan comenzó a acariciarse la barbilla. —Creo que sé por qué estás actuando raro. Maria se volvió de nuevo hacia el armario. —Estás lleno de drogas.
— ¿Tú crees? —respondió Roilan. —Yo no. ¿Y sabes qué? Voy a averiguar si mis sospechas son ciertas.
—Buena suerte, Sherlock. —Maria tiró de su chaqueta. Incluso aunque sabía que
Roilan estaba probablemente lleno de drogas, esperaba que no se hubiera dado cuenta del temblor de su voz.
Mientras los otros chicos se presentaban a inglés -la mayoría de los chicos luciendo una barba incipiente en crecimiento de unos días y la mayoría de las chicas imitando las sandalias de plataforma de Julia y Kelimar y pulseras hechizadas-        Maria revisó el montón de sus notas recientemente garabateadas en las tarjetas. Hoy tenían que dar un informe oral acerca de una obra de teatro llamada Esperando a Godot. Maria adoraba los informes orales -tenía la voz perfecta, sexy, grave para ellos - y ocurría que conocía la obra realmente bien. Una vez, había pasado todo el domingo en un bar de Sidney, discutiendo vehementemente con un doble de Adrien Brody sobre el tema... entre bebiendo deliciosos Martini de vodka y manzana y jugando a footsie*, es decir con él debajo de la mesa. Así que no sólo este era un día excelente para convertirse en una estudiante referente, también era una gran oportunidad para mostrarles a todos lo genial que era la australia Maria.
Jorge entró, pareciendo arrugado, empollón, y completamente comestible, y palmoteó sus manos. —Muy bien, clase —dijo. —Tenemos un montón de cosas por las que pasar hoy. Calmaos.
Kelimar Hernandez se dio la vuelta y sonrió burlonamente a Maria.
— ¿Qué clase de ropa interior crees que está usando?
Maria sonrió insípidamente.
—Los boxers a rayas de algodón, por supuesto.
—Puso su atención de nuevo en Jorge.
—Muy bien. —Jorge se encaminó hacia la pizarra. —Todo el mundo hizo la lectura, ¿no? ¿Todo el mundo tiene un informe? ¿Quién quiere empezar?
La mano de Maria se elevó rápidamente. Jorge le asintió con la cabeza. Se encaminó al podio al frente de la habitación, dispuso su pelo negro sobre sus hombros para que pareciera extra magnífico, y se asegurara de que su collar grande de coral no estuviera pillado con el cuello de su camisa. Rápidamente, releyó las primeras pocas frases en las tarjetas de su índice.
—El año pasado, asistí a una representación de Esperando a Godot en París
— empezó.
Se dio cuenta de que Jorge levantó su ceja sólo lo imprescindible.
—Fue en un pequeño teatro fuera del Sena, y el aire olía como a un brioche* de queso horneándose en la siguiente puerta. —Se detuvo. —Imagínate la escena: una enorme línea de gente esperando para entrar, una mujer acarreando sus dos pequeños caniches blancos,la Torre Eiffelen la distancia. Levantó la mirada brevemente. ¡Todo el mundo parecía tan paralizado! —Podía sentir la energía, el entusiasmo, la pasión en el aire. Y no era sólo la cerveza que estaban vendiendo a todo el mundo, incluso a mi hermano pequeño —Agregó.
— ¡Genial! —exclamó Ericxon Castro.

Maria sonrió. —Los asientos eran muy aterciopelados y púrpura, y olían como a este tipo de mantequilla de Francia que es más dulce que la mantequilla americana. Es la que hace a los pasteles tan deliciosos.
—Maria —dijo Jorge.
— ¡Es el tipo de mantequilla que hace que incluso los caracoles sepan bien!
— ¡Maria!
Maria se detuvo. Jorge se inclinaba contra la pizarra con sus brazos cruzados sobre su chaqueta de Juan de Urpin. — ¿Sí? —sonrió.
—Tengo que detenerte.
—Pero... ¡Ni siquiera estoy a mitad de camino de lo que he hecho!
—Bueno, necesito menos sobre asientos de terciopelo y pasteles y más sobre la obra en sí. La clase se rió disimuladamente. Maria caminó arrastrando los pies de vuelta a su asiento y se sentó. ¿No sabía que estaba creando un ambiente?
Ericxon Castro levantó su mano.
—Ericxon —señaló Jorge. — ¿Quieres ser el siguiente?
—No —dijo Ericxon. La clase se rió.
—Sólo quería decir que pensé que el informe de
Maria era bueno. Me gustó.
—Gracias —dijo Maria en voz baja.
Ericxon se dio la vuelta. — ¿Realmente no hay edad para beber?
—En realidad no.
—Podría ir con mi familia a Italia este invierno.
—Italia es increíble. Te va a encantar.
— ¿Pasaste por los dos? —preguntó Jorge. Le lanzó a Ericxon una exasperada mirada. Maria hincó sus uñas rosa vivo en la hebra de la madera de su escritorio.
Ericxon se volvió de nuevo hacia ella. — ¿Tenían ajenjo? —susurró.
Asintió con la cabeza, asombrada de que Ericxon hubiera oído hablar siquiera del ajenjo.
—Sr. Castro —Jorge interrumpió severamente. Un poco demasiado duramente.
— Eso es suficiente. ¿Eran celos esto que detectaba?
—Maldición —Kelimar se giró. — ¿Que subió hasta su trasero?
Maria reprimió una risilla. Parecía que le gustaba que cierto estudiante estuviera haciendo que cierto profesor estuviera un poco nervioso. Jorge llamó a Jesus Lusinchi como el siguiente y ésta empezó su discurso. Mientras Jorge se volvía de lado y ponía un dedo en su barbilla, escuchando, Maria palpitó. Lo quería tan malamente que hacía que todo su cuerpo zumbara. No, espera. Eso sólo era su móvil, que se encontraba en su bolso verde lima de gran tamaño junto a su pie.
La cosa seguía zumbando. Maria lentamente se agachó y lo sacó. Un nuevo mensaje de texto:

Maria,
Tal vez se meta con  estudiantes todo el tiempo. Muchos profesores
Lo hacen... ¡Pregúntale a tu padre! –S

Maria rápidamente contestó bruscamente a su móvil cerrado. Pero entonces lo abrió y leyó el mensaje de nuevo. Y otra vez. Mientras lo hacía, el vello de sus brazos se erizaba.

Nadie en la habitación tenía su teléfono afuera –ni Kelimar, ni Ericxon, nadie. Y nadie la estaba mirando, tampoco. Incluso levantó la mirada al techo y fuera de la puerta de la clase, pero nadie parecía fuera de lugar. Todo estaba tranquilo y quieto.
—Esto no puede estar pasando —murmuró Maria.
La única persona que sabía lo del papá de Maria era...Samir. Y había jurado sobre su tumba que no lo diría ni a un alma. ¿Estaba de vuelta?

Capítulo 14
Eso te enseñara a acosar en Google, cuando se supone que deberías estar estudiando

Durante su tiempo libre en la tarde del jueves, Yulexi se acercó en la sala de lectura de Juan de Urpin. Con sus pilas de libros de referencia de la altura del techo, un gigante pedestal de globo en la esquina, y ventanas con vidrieras de colores en la pared del fondo, era su lugar favorito en el campus.
Ella se paro en medio de la habitación vacía, cerró los ojos y aspiró el olor del viejo libro encuadernado con cuero.
Todo había salido a su manera hoy; la ola de frío inusual le había permitido usar su nuevo abrigo de lana azul pálido de Marc Jacobs, el barrista del café del día de
Juan de Urpin le había hecho un café con leche descremada doble perfecto, ella había sacado la mayor nota en un examen oral de francés, y esta noche iba a ir al granero, mientras que Karen tenía que dormir en su antiguo y estrecho dormitorio.
A pesar de todo, una bruma incómoda se cernía sobre ella. Era un cruce entre una sensación molesta que a veces tenía cuando se le había olvidado hacer algo y el sentido de que alguien estaba… bueno, observándola. Era obvio por qué se sentía tan off: ese espeluznante e-mail. El flash de la figura en la ventana vieja de Sam. El hecho de que sólo Sam sabía de Leo…
Tratando de sacudirse, se sentó ante la computadora, ajusto su cinturón de color azul marino con patrones estampados de Wolford, y se conecto en Internet. Ella comenzó la investigación para su próximo proyecto de colocación avanzada de biología, pero después de navegar en una lista de resultados de Google, ella escribió, Nelson Aguiar, en el buscador.

Pescando a través de los resultados, ella ahogó una risita. En un sitio llamado Mill
Hill School, Londres, había una foto de Nelson con el pelo más largo al lado de un mechero de Bunsen y un montón de tubos de ensayo. Otro vínculo era al portal estudiantil del Corpus Christi dela Universidadde Oxford, había una foto de
Nelson apareciendo guapísimo con el atuendo de Shakespeare, con un cráneo. Ella no sabía que Nelson estaba en el drama. Mientras trataba de ampliar la foto para comprobar el ajuste de su malla, alguien la tocó en el hombro.
— ¿Ese es tu novio?
Yulexi saltó, dejando caer su teléfono celular Sidekick repleto de cristales al suelo.
Andres Campbell sonrió torpemente detrás de ella.
Ella rápidamente cerró la ventana. — ¡Por supuesto que no!
Andres se inclinó hacia abajo para recoger su Sidekick, empujando un mechón de pelo lacio, del largo de sus hombros de sus ojos. Yulexi se dio cuenta de que realmente podría tener una oportunidad de ser lindo si cortaba la melena de león.
—Ups, —dijo, entregando el Sidekick de nuevo a ella.
—Creo que una cosa de joya se cayó.
Yulexi lo tomo de él. —Me asustaste.
—Lo siento. —Andres sonrió. — ¿Así que tu novio es un actor?
—Te dije que no era mi novio.
Andres dio un paso atrás. —Lo siento. Solo intento hacer conversación.
Yulexi lo miro sospechosamente.
—De cualquier modo, —Andres prosiguió, levantando su mochila North FACE más alto en su hombro.
—Me estaba preguntando. ¿Vas a lo de Ericxon mañana?
Podría darte un aventón.
Yulexi le miró sin comprender y luego recordó: la fiesta de campo de Ericxon Castro. Había ido a la del año pasado. Los niños hicieron embudos cerveza, y prácticamente todas las chicas engañaron a sus novios. Este año sería más de lo mismo. ¿Y qué, Andres pensaba seriamente que ella iría con él en su Mini?
¿Incluso entrarían los dos? —Lo dudo, —ella dijo.
La cara de Andres cayó. —Sí, supongo que debes estar muy ocupada.
Yulexi frunció el ceño. — ¿Qué se supone que eso significa?
Andres se encogió de hombros. —Parece que tienes mucho que hacer. Tu hermana está en casa, ¿verdad?
Yulexi se recostó en su silla y trajo su labio inferior en su boca. —Sí, ella llego a casa anoche. ¿Cómo lo sabes…? Ella se detuvo. Espera un segundo. Andres
conducía su Mini hacia arriba y hacia abajo hasta su calle todo el tiempo. Ella lo había visto apenas ayer, cuando estaba en el buzón consiguiendo los resultados de la prueba…
Ella tragó saliva. Ahora que lo pensaba, podría haber visto a su Mini negro el día que ella y Nelson estaban juntos en la bañera. Él debe haber estado conduciendo mucho hacia arriba y abajo en su calle un montón para notar que Karen estaba en casa. ¿Qué pasa si…? ¿Y si Andres era el que estaba merodeando alrededor espiándola? ¿Qué pasa si Andres escribió el correo electrónico de codiciarás escalofriante? Andres era tan competitivo que parecía posible. ¿No sería el envió de mensajes amenazadores una buena manera de sacar a alguien de su juego y hacer más fácil a la reelección como presidente de la clase del próximo año…? o, aún mejor, ¿superar a su competencia por el mejor promedio? ¿Tal vez ella lo había visto en la ventana de edad de Sam? ¡Increíble! Yulexi se le quedo mirando a Andres incrédulamente.
— ¿Algo está mal? —Andres le pregunto, pareciendo preocupado.
—Me tengo que ir. —Ella recogió sus libros y salió de la sala de lectura.
—Espera, —Andres la llamó.
Yulexi siguió su camino. Pero mientras empujaba a través de la puertas de la biblioteca, se dio cuenta que ella no se sentía furiosa. Claro, era extraño que
Andres la estuviera espiando, pero si Andres era S, Yulexi estaba a salvo.

Cualquier cosa a que sea que Andres pensó que tenía sobre ella, no era nada… en comparación con lo que Samir sabía.
Ella llegó a la puerta de los espacios públicos, viniendo en el mismo momento estaba Gicelle Tiapa.
—Hey, —Gicelle dijo. Una Mirada nerviosa cruzo su rostro
—Hey —Yulexi le respondió.
Gicelle reajusto su mochila Nike. Yulexi empujó un flequillo de su cara.
¿Cuándo fue la última vez que había hablado con Gicelle?
—Me enfrié, ¿huh? —Gicelle preguntó.
Yulexi asintió. —Si.
Gicelle sonrió en esa manera yo-no-sé-qué-decirte. Entonces Rubi Reid, otra nadadora, agarró el brazo de Gicelle. — ¿Cuando hay que pagar el traje de baño? — Preguntó ella.
Mientras Gicelle respondía, Yulexi limpió un poco de suciedad inexistente fuera de su chaqueta y se preguntó si ella podría simplemente irse o si tenía que decir un adiós formal. Entonces algo en la muñeca de Gicelle le llamó la atención. Gicelle aún llevaba la pulsera de cadena azul de sexto grado. Samir las había hecho para todas después del accidente -La Cosa Gabriela- paso.
Inicialmente, ellos solo querían al hermano de Gabriela, Jeremy; se suponía que era una broma. Después de que los cinco lo planearon, Sam cruzo la calle para mirar por la ventana de la casa del árbol de Jeremy, y luego cuando pasó, le hizo algo… horrible… a Gabriela.
Después de que la ambulancia se fue de la casa de Gabriela, Yulexi descubrió algo del accidente que ninguna de las otras chicas sabia: Jeremy vio a Sam, pero Sam vio a Jeremy haciendo algo igual de malo. El no podía acusarla, porque ella lo acusaría a él.

No mucho tiempo después, Sam hizo los brazaletes de todas para recordares que eran mejores amigos para siempre y ahora que compartían un secreto como este, ellos tenían que protegerse los unos a los otros para siempre. Yulexi espero que
Sam les dijera a las otras que alguien lo vio, pero nunca lo hizo.
Cuando los policías interrogaron a Yulexi después de que Sam desapareció, le preguntaron si Sam tenía algunos enemigos, alguien que lo odiara tanto que le quisiera hacer daño. Yulexi dijo que Sam era un chico popular, y como todo chico popular, había varias chicas a quienes no les gustaba, pero eran solo celos. Eso, por supuesto, era mentira en negrita. Había gente que odiaba a Sam, y Yulexi sabía que debía decirle a la policía lo que Sam le dijo sobre la cosa Gabriela… que tal vez Jeremy quería hacerle daño a Sam... Pero ¿cómo iba a decirles que sin decirles por qué? Yulexi no podía pasar un día sin pasar por la casa de Jeremy y Gabriela en su calle. Pero habían sido enviados a un internado y casi nunca venían a casa, así que pensaron que su secreto estaba a salvo. Ellas estaban a salvo de Jeremy. Y Yulexi estaba a salvo de tener que decirle a sus mejores amigas lo que sólo ella conocía.
Cuando Rubi Reid dijo adiós, Gicelle se volteó. Ella parecía sorprendida de que
Yulexi todavía estuviera allí. —Tengo que irme a clases, —ella dijo. —Es bueno verte sin embargo.
—Adiós, —Yulexi respondió, y ella y Gicelle intercambiaron una última sonrisa incomoda.

Capítulo 15
Insultar su masculinidad es un completo destructor de acuerdos

Ustedes chicos se ven algo flojos. ¡Quiero verlos en mejor forma! —les gritó la entrenadora Lauren desde el entarimado.
En la tarde del jueves, Gicelle se balanceaba con los otros nadadores en la cristalina agua azul del Natatorio Memorial Anderson de Valle Guanape, escuchando a su joven entrenadora y anterior campeona olímpica, Lauren kinkaid, gritarles. La piscinas era de veinticinco yardas de ancho, cincuenta yardas de largo, con un pequeño trampolín de clavados. Enormes lámparas reflejaban el largo de la piscina, de manera que cuando hacías brazadas de espalda en la noche, podías mirar hacia arriba y ver las estrellas.
Gicelle se sostuvo en la muralla y puso su capuchón sobre sus orejas. Bien, mejor forma. De verdad necesitaba concentrarse hoy. La noche anterior, después de haber vuelto del arroyo con Juan, ella se había recostado en su cama por un largo tiempo, saltando desde sentirse feliz y cálida por la diversión que ella y Juan habían tenido…a sentirse intranquila e inquieta debido a las confesiones de Juan. Creo que me gustas. ¿Acaso Juan había querido decir lo que Gicelle pensó que quería decir? Pensando sobre cuán frívolo había estado Juan en la cascada—sin mencionar cuanto ellos se habían hecho cosquillas y tocado—Gicelle se sintió nerviosa. Después de haber llegado a casa anoche, ella había rebuscado por su bolsa de natación por esa nota de S del día anterior. La leyó una y otra vez, separando cada una de las palabras hasta que sus ojos se nublaron.
Para la hora de la cena, Gicelle decidió que ella necesitaba lanzarse a sí misma de vuelta a la piscina. No más saltarse clases. No más rascarse la barriga. Desde ahora en adelante, ella seria la modela de una nadadora.
Julio braceo hacia ella y puso sus manos en la muralla.
—Te extrañé ayer.
—Mmmm. —Ella tendría que comenzar de nuevo con Julio, también. Con sus pecas, penetrantes ojos azules, su mandíbula con una delicada barba de tres días, y su hermoso cuerpo esculpido de nadador, él era guapo, ¿cierto? Ella trató de imaginarse a Julio saltando del puente del camino Marwyn. ¿Se reiría él o pensaría que era inmaduro?
—Así que, ¿Dónde estabas? —Julio preguntó, soplando en sus gafas para desempañarlas.
—Teniendo tutorías para español.
— ¿Quieres ir a mi casa después de la practica? Mis padres no estarán allá hasta las ocho.
—Yo…no estoy segura si puedo. —Gicelle se empujó para alejarse de la pared y comenzó a avanzar por el agua. Ella miraba fijamente hacia sus borrosas piernas batiendo y su pies.
— ¿Por qué no? —Julio se empujó de la pared para unírsele.
—Porque…—ella no podía imaginar una excusa.
—Sabes que quieres, —Julio susurró. Tomó algo de agua en sus manos y comenzó a salpicarla. Juan había hecho lo mismo ayer, pero esta vez Gicelle se alejó. Julio dejo de salpicarla. — ¿Qué? —No.

Julio puso sus manos alrededor de la cintura de ella. — ¿No? ¿No te gusta que te salpiquen? —preguntó con una voz de bebe.
Ella quito sus manos de su cuerpo. —No.
Él retrocedió. —Bien.
Suspirando, Gicelle flotó hacia el otro lado del carril. A ella le agradaba Julio, de verdad. Quizás ella solo debería ir a lo de Julio después de natación. Podrían ver episodios de American Chopper* grabados con TiVo*, comer pizza traída desde DiSilvio, y él se deslizaría por debajo de su nada sexy sostén de deportes.
Repentinamente las lágrimas llenaron sus ojos. Ella de verdad no quería sentarse en el sillón azul del subterráneo de Julio, que además picaba, sacando hojitas de orégano de sus dientes y deslizando su lengua dentro de la boca de él. Ella solo no quería.
Ella no era la clase de chica que podía fingir cosas. Pero, ¿significaba eso que ella quería terminar? Era difícil aclarar tu mente sobre un chico cuando él estaba justo en tu carril de natación, cuatro pies más allá. Su hermana Marielys, quien estaba practicando en el carril junto al de ella, golpeteo en el hombro de Gicelle.
—¿Está todo bien?
—Sí, —Gicelle murmuró, tomando un patinete azul.*
—Bien. —Marielys se veía como si quisiera decir algo más.
Después de su viaje con Juan al arroyo ayer, Gicelle había patinado con el Volvo en el estacionamiento justo a tiempo para ver a Marielys saliendo de las puertas dobles del Natatorio. Cuando Marielys le había preguntado a Gicelle donde había estado, Gicelle le había dicho que ella había tenido que hacer de tutor para español. Parecía que Marielys le había creído, a pesar del cabello húmedo de Gicelle y el gracioso sonido como de una cadena que golpea que el auto estaba haciendo—algo que solo hacia cuando se estaba enfriando después de un viaje.
Aunque las hermanas se parecían—ambas tenían grandes pecas en sus narices, cabello castaño rojizo aclarado por el cloro, y tenían que usar mucha mascara Great Lash de Maybelline para alargar sus cortas pestañas—y aun cuando compartían habitación, no eran muy cercanas. Marielys era una chica tranquila, recatada y obediente, y aunque Gicelle era todas esas cosas también, Marielys parecía realmente satisfecha de ser de esa forma.
La entrenadora Lauren sopló su pito. — ¡Tiempo de patalear! ¡Alinéense!
Los nadadores se alinearon desde el más rápido al más lento, los patinetes frente a ellos. Julio estaba en frente de Gicelle. Él la miró y elevó una ceja.
—No puedo ir esta noche, —ella dijo silenciosamente, de modo que los otros
Nadadores—que estaban agrupados detrás de ella y riendo de la farsa de Gemma
Curran que había salido mal—no pudieran escuchar. —Lo siento.
La boca de Julio se desinfló hacia una línea recta. —Si. Como si eso fuera una sorpresa. — Luego, cuando Lauren sopló el pito, él se empujó de la pared y comenzó con las patadas de delfín. Intranquila, Gicelle espero a que Lauren soplara el pito de nuevo, y se empujó tras él.
Mientras nadaba, Gicelle miraba fijamente las piernas batientes de Julio. Era tan tonto el hecho que e usara una gorra sobre su ya corto cabello. También él se volvía completamente OCD4 antes de las carreras, afeitando cada cabello de su cuerpo, incluyendo los de sus brazos y piernas. Ahora, sus pies chapoteaban exageradamente, salpicando agua directamente al rostro de Gicelle. Ella miro enojada a la cabeza de él inclinándose en frente de ella y pataleo con más fuerza.
Aun cuando ella había abandonado cinco segundos tras él, Gicelle alcanzo la pared opuesta casi al mismo tiempo que Julio. Él se giró hacia ella, enojado. La etiqueta del Equipo de Natación dictaba que sin importar cuán gran estrella de la natación eras, si alguien te alcanzaba en un ejercicio, los dejabas ir antes de ti. Pero Julio solo se empujo de vuelta de la pared.
— ¡Julio! —Gicelle gritó, la irritación en su voz evidente.
Él se puso en pie en la superficie poco profunda y se giró. — ¿Qué?
—Déjame ir antes que tú.
Julio hizo rodar los ojos y se metió dentro del agua.
Gicelle empujó la pared y pateo como loca hasta que le dio alcance. Él alcanzó la muralla y se giró para encararla.
— ¿Podrías salir de mi trasero? —él prácticamente gritó.
Gicelle rompió a reír. — ¡Se supone que tú debes dejarme ir!
—Quizás si tú no partieras justo sobre mí no estarías sobre mí.
Ella resopló. —No puedo evitarlo si soy más rápida que tú.
La boca de Julio se abrió. Oops.
Gicelle humedeció sus labios. —Julio…
—No. —Él elevó su mano.
—Solo ve y nada realmente rápido, ¿bien? —él tiró sus gafas en el entarimado.
Ellas rebotaron torpemente y aterrizaron en el agua, por poco evitando el hombro de bronceado falso de Gemma.
—Julio…
Él la miró enojado, luego se giró y salió de la piscina. —Como sea.
Gicelle lo vio abrir la puerta de los camarines de los chicos furiosamente.
Ella negó con la cabeza, viendo como la puerta se balanceaba suavemente. Luego recordó la cosa que Juan había dicho ayer.
—Largo de aquí, —ella intentó suavemente, y sonrío.

Capítulo 16
Nunca confíes en una invitación sin una dirección en el remitente

¿Así que vas a venir esta noche? —Kelimar cambió su BlackBerry a su otra oreja y esperó la respuesta de Raul.
Era el jueves después de la escuela. Ella y Julia acababan de encontrarse para un rápido capuchino en el campus, pero Julia tuvo que irse temprano para practicar sus tiros para el torneo de golf de madre / hija en el que competirían este fin de semana. Ahora, Kelimar estaba sentada en el porche, hablando con Raul y viendo sorprendida a los gemelos de seis años de al lado dibujar anatómicamente bien a niños desnudos con tiza en todo su camino de entrada.
—No puedo —respondió Raul. —Lo siento mucho.
—Pero es jueves, la noche de Nerve, ¡tú sabes eso!
Kelimar y Raul se engancharon en este —reality show— Nerve, el cual documentaba las vidas de cuatro parejas que se habían conocido online. El episodio de esta noche era sumamente importante, debido a que sus dos personajes favoritos, Nate y Fiona, estaban a punto de hacerlo. Kelimar pensó que al menos podría iniciar una conversación.
—Yo... Tengo una reunión esta noche.
— ¿Una reunión para qué?
—Um... el Club V. —La boca de Kelimar se abrió. ¿El Club V? ¿Al igual que el Club de La virginidad?
— ¿Puedes saltarla?
Él guardó silencio durante un minuto. —No puedo.
—Bueno, ¿por lo menos irás a mañana donde Ericxon?
Otra pausa. —No lo sé.
— ¡Raul! ¡Tienes que hacerlo! —Su voz chirrió.
—Está bien —contestó. —Creo que Ericxon se pondría un poco molesto si no lo hago.
—Yo estaría muy molesta —agregó Kelimar.
—Ya lo sé. Nos vemos mañana.
—Raul, espera —Kelimar comenzó. Pero él ya había colgado.
Kelimar abrió su casa. Raul tenía que ir a la fiesta mañana. Ella había concebido un plan infalible, romántico: lo llevaría a los bosques de Ericxon, se confesarían su amor el uno al otro, y luego tendrían sexo. El Club V no podría discutir con tener relaciones sexuales si estabas enamorado, ¿verdad? Además, Los bosques Castro eran legendarios. Eran conocidos como los bosques de la virilidad, debido a los tantos chicos que en las fiestas de Castro habían perdido su virginidad allí. Se rumoreaba que los árboles susurraban secretos del sexo a los nuevos reclutas.
Se detuvo ante el espejo en el pasillo y se levantó la camisa para examinar sus tensos músculos del estómago. Giró hacia los lados para investigar su trasero pequeño, redondo. Luego se inclinó hacia delante para mirar su piel. Las manchas de ayer habían desaparecido. Ella mostró los dientes. Un diente frontal inferior estaba cruzado sobre un canino. ¿Habían sido siempre así?
Ella echó el grueso, bolso de mano de piel dorado en la mesa de la cocina y abrió el congelador. Su mamá no compraba Ben & Jerrys, —por lo que sándwiches de
helado falso Tofutti Cutie 50% menos azúcar tendría que ser. Sacó tres y empezó a desenvolver con avidez el primero. A medida que tomaba el primer bocado, sintió ese remolcador sentimiento familiar de comer más.
—Aquí, Kelimar tienes otra profiterol —Sam había susurrado a ella ese día que visitó a su padre en Annapolis. Entonces Sam se volvió hacia Katherine, la hija de la novia de su papá, y le dijo: —Kelimar tiene suerte, ¡puede comer de todo y no ganar ni un gramo!
No era cierto, por supuesto. Eso es lo que lo que lo hacía tan malo. Kelimar ya estaba gordita y parecía estar cada vez más así. Katherine rió, y Sam —que se suponía que estaba del lado de Kelimar— se echó a reír también.
—Te traje algo. Kelimar saltó. Su mamá se sentó en la mesa del teléfono en un brasiere deportivo sexy color rosa fuerte y unos pantalones de yoga.
—Ah —dijo Kelimar en voz baja.
La Sra. Hernandezmiró a Kelimar, con los ojos colocados en los sándwiches de helado en sus manos. —¿De verdad necesitas tres?
Kelimar miró hacia abajo. Había devorado un sándwich en menos de diez segundos, casi sin probarlo, y había desenvuelto el siguiente.
Ella le sonrió débilmente a su mamá y rápidamente metió el resto de Cuties* en el congelador. Cuando se dio la vuelta, su madre puso una bolsita azul de Tiffany* en la mesa. Kelimar lo miró inquisitivamente.
— ¿Y esto?
—Ábrelo.
Dentro de la pequeña caja azul de Tiffany, había lo que era el conjunto completo — la pulsera, los aretes redondos de plata, además el collar. El mismo conjunto de
Tiffany que había tenido que entregar a la mujer en la comisaría. Kelimar se detuvo, dejando que brillaran hacia la luz del techo.
—Guau.
La Sra. Hernandezse encogió de hombros. —No hay de qué. —Entonces, para establecer que la conversación se había terminado, ella se retiró, desenrolló su colchoneta, y puso un video en DVD de Yoga.
Kelimar deslizó lentamente los pendientes de vuelta en la bolsa, confundida.
Su mamá era tan extraña. Fue entonces cuando se dio cuenta que había una tarjeta pequeña cuadrada, sobre la mesa telefónica. Su nombre y su dirección fueron escritas a máquina en todos los lados. Ella sonrió. Una invitación a una fiesta era justo lo que necesitaba para animarme.
—Respire por la nariz, exhale por la boca —eran cada una de las instrucciones del
Yoga que estaban pasando enla TV. LaSra. Hernandez se quedó con los brazos hacia los costados. Ni siquiera se movió cuando empezó a sonar su Black Berry, lo que significaba que recibió un e-mail.
Kelimar agarró el sobre y se subió a su cuarto. Se sentó en el borde de su cama, sintió los bordes con millones de hilos, se recostó, y sonrió hacia un lado, estaba durmiendo pacíficamente en su cama para perros.
—Ven acá, Dot —susurró. Se despertó y se metió en medio dormido sus brazos.
Kelimar suspiró. Quizá sólo tenia el PMS*, y estaba nerviosa, inquieta, estas sensaciones desaparecerían tal vez dentro de unos días.
Ella abrió el sobre entre sus manos frunció el ceño. No era una invitación, y la verdad no tenía sentido.

Kelimar, ¡Incluso papá no te ama mucho! —S

¿Que se supone que significaba eso? Pero cuando desdobló lo demás dentro del sobre, ella gritó. Era un listado en color de un boletín de la escuela privada. Kelimar vio a los personajes de la foto. La leyenda decía: Katherine Randall fue la presentadora dela Escuela Barnbury.En la foto está con su madre, Isabel Randall, y su prometido el Sr. Randall, Tom Hernandez.

Kelimar parpadeó rápidamente. Su padre tenía el mismo aspecto que cuando había visto por última vez. Y aunque su corazón se detuvo cuando leyó la palabra novio.
— ¿Cuando pasó eso? —Fue la imagen de Katherine que le hizo comezón en la piel. Katherine parecía más perfecta que nunca. Su piel era brillante y tenía un perfecto cabello. Tenía los brazos envueltos alrededor de su mamá y del Sr. Hernandez. Kelimar nunca olvidará el momento en que vio por primera vez a Katherine. Sam y Kelimar fueron los que acabaran de llegar de Amtrak en Annapolis, y al principio sólo veía Kelimar a su papá apoyado en el capó de su coche. Pero entonces la puerta del coche se abrió, y Katherine salió. Su cabello castaño era suave y brillante, y ella se mantenía como el tipo de chica que había tomado clases de ballet desde que tenía dos años. El primer instinto de Kelimar fue agacharse detrás de un poste. Miró sus jeans y su suéter algo estirados y trató de no hiperventilarse. Por esta razón, papá se fue, ella pensaba. Él quería una hija que no lo avergonzara.
—Oh, Dios mío —Kelimar susurró, buscando en el sobre la dirección del que fue mandada. Nada. Algo se le ocurrió. La única persona que realmente sabía sobre
Katherine fue a Samir. Sus ojos se trasladaron a la palabra –S.
Los cuties le daban vuelta en el estómago. Corrió al baño y cogió se cepilló los dientes. Entonces se arrodilló sobre el retrete y esperó. Las lágrimas salían en cada rincón de los ojos. No comencemos de nuevo, se dijo, agarrando el cepillo de dientes fuertemente a su lado. Eres mejor que esto.
Kelimar se levantó y se miró en el espejo. Tenía la cara enrojecida, con el cabello envuelto alrededor de su cara y sus ojos estaban rojos e hinchados. Lentamente, devolvió el cepillo dental a la taza.
—Soy Kelimar y soy fabulosa —dijo a su reflejo.
Pero no sonaba convincente. Nada, en absoluto.

Capítulo 17
¡Pato, Pato, Ganso!

Está bien. —Maria sopló su largo flequillo fuera de sus ojos—. En esta escena, tienes que usar este colador en la cabeza y hablar un montón acerca del bebé que no tenemos. Ericxon frunció el ceño y puso su pulgar en sus labios rosados, con forma de media luna.
— ¿Por qué tengo que usar un colador en mi cabeza, Australia?
—Porque —contestó Maria—, es una obra del absurdo. Se supone que tiene que ser, como, absurdo.
—Captado. —Sonrió Ericxon. Era viernes por la mañana, y ellos estaban sentados en los escritorios de la clase de inglés. Después del desastre de ayer de, Esperando a Godot, la próxima tarea de Jorge había sido que se dividieran en grupos y escribieran sus propias obras existencialistas. Existencialista era otra forma de decir, “Absurdo y extraño”. Y si alguien podía hacerlo absurdo y extraño, era Maria.
—Sé de algo realmente absurdo que podríamos hacer —dijo Ericxon—. Podríamos tener a este personaje conduciendo un Navigator* y, que, después de algunas cervezas, se estrelle en su tanque para patos. Pero él, supongamos, cae dormido al volante, no nota que está en el tanque de patos hasta el día siguiente. Podría haber patos al día siguiente. Podría haber patos en el Navigator.
Maria frunció el ceño.
— ¿Cómo montaremos eso? Suena imposible.
—No lo sé. —Ericxon se encogió de hombros—. Pero me pasó el año pasado. Y fue realmente absurdo. E impresionante.
Maria suspiró. No había elegido a Ericxon para ser su compañero exactamente porque pensara que fuese un buen co-autor. Buscó alrededor a Jorge, pero desafortunadamente no los estaba mirando con caprichosos celos.
— ¿Que tal si hacemos que uno de nuestros personajes crea que él es un pato? — sugirió ella—. Él podría hacer cuack de vez en cuando.
—Um, seguro. —Ericxon escribió eso en un pedazo de papel lineado con su mordisqueado lápiz Montblanc—. Oye, tal vez podríamos filmar esto con la cámara Canon DV de mi papá. Y tendremos esto cómo una película en lugar de una aburrida obra. Maria hizo una pausa.
—En realidad, eso podría ser de algún modo genial.
Ericxon sonrió.
— ¡Entonces, podríamos tener la escena del Navigator!
—Supongo —Maria se preguntó si los Castro realmente tenían un Navigator sobrante para chocar. Probablemente.
Ericxon codeó a Felix Navarro, que había hecho pareja con Mancio Yanez.
—Tío. ¡Vamos a tener un Navigator en nuestra obra! ¡Y pirotecnia!
—Espera. ¿Pirotecnia? —preguntó, Maria.
— ¡Bien! —dijo Felix.
Maria apretó los labios. Honestamente, no tenía energía para esto. La noche pasada, apenas durmió. Acosada por los crípticos mensajes de texto de ayer, había gastado la mitad de la noche pensando y tejiendo furiosamente un gorro morado con orejeras.
Era horrible pensar que alguien podría saber no sólo acerca de ella y Jorge, sino también sobre ese asunto de su papá. ¿Qué tal si esa persona S le enviaba mensajes a su mamá la próxima vez? ¿Y si ya lo había hecho? Maria no quería que su mamá se enterara, no ahora y no de esa manera.
Maria tampoco podía sacudirse de encima la idea de que el mensaje de S podría, de hecho, venir de Samir. Simplemente, no había demasiada gente que supiera. Unos pocos miembros de la facultad tal vez, y Liceth sabía, obviamente. Pero ellos no conocían a Maria.
Si el texto era de Samir, eso significaba que el estaba vivo. O… no. ¿Los mensajes de texto eran del fantasma de Sam? Un fantasma fácilmente podría deslizarse entre las rendijas del baño de mujeres de Piedra Azul. Y los espíritus de los muertos contactaban a los vivos para hacer las paces ¿cierto? Era como su tarea final antes de graduarse al cielo.
Si Sam necesitaba hacer las paces, entonces, Maria podía pensar en un candidato que se lo merecía más que ella. Intenta Gabriela. Maria puso sus manos sobre sus ojos, bloqueando el recuerdo. La terapia que decía que puedes enfrentar tus demonios: Trató de bloquearLa Cosade Gabriela tanto como trató de bloquear a su padre y Liceth.
Maria suspiró. En momentos como éste, deseaba no haberse separado de sus viejas amigas. Como Kelimar, unos pocos escritorios más allá, si Maria sólo pudiese caminar hacia Kelimar y hablar con ella sobre esto, decirle sus dudas acerca de Sam. Pero el tiempo realmente cambió a la gente. Se preguntaba si sería más fácil hablarle a Yulexi o Gicelle en lugar de a ella.
—Oye, ahí.
Maria se enderezó. Jorge estaba frente a su escritorio.
—Hola —chilló ella.
Ella se encontró con sus ojos azules y su corazón dolía.
Jorge inclinó sus caderas torpemente.
— ¿Cómo estás?
—Um, Estoy… estupendo. Realmente increíble. —Se sentó derecha. En el avión de vuelta de Australia, Maria había leído en una Seventeen que encontró en el bolsillo de su asiento que a los chicos les gustaban las chicas entusiastas y positivas. Y desde que brillante no había funcionado ayer, ¿por qué no intentar energética? Jorge cliqueaba y descliqueaba su bolígrafo Bic.
—Escucha, siento haberte cortado ayer en medio de tu discurso.
¿Quisieras darme tus tarjetas de ayuda memoria para que pueda revisarlas y evaluarte?
—Claro. —Huh. ¿Haría Jorge eso por los otros alumnos?—. Así que… ¿cómo estás?
—Bien. —Jorge sonrió. Sus labios vacilaron como si quisiera decir algo más—. ¿En que estás trabajando, ahí? —Él puso sus manos sobre su escritorio y se inclinó para mirar su cuaderno. Maria observó sus manos por un momento, cuando deslizó su meñique hacia el de él. Trató de hacerlo parecer un accidente, pero él no se alejó. Se sentía como electricidad que estaba surgiendo entre los dos meñiques.
— ¡Sr. Fitz! —La mano de Devon Arlis se disparó hacia arriba en la fila de atrás—.
Tengo una pregunta.
—Ya voy —dijo Jorge, enderezándose.
Maria se puso el meñique que había tocado a Jorge en la boca. Lo miró por unos segundos pensando que podría volver dónde ella, pero no lo hizo.
Entonces, bien. De vuelta al plan C, de Celoso. Se dio vuelta hacia Ericxon.
—Pienso que nuestra película debería tener una escena de sexo en ella.
Lo dijo realmente alto, pero Jorge aún estaba inclinado sobre el escritorio de Devon.

—Impresionante —dijo Ericxon—.
¿Podrá el tipo que piensa que es un pato tener algo?
—Sip. Con una mujer que bese como un ganso.
Ericxon se rió.
— ¿Cómo es un beso de ganso?
Maria se dio vuelta hacia el escritorio de Devon. Jorge la estaba mirando ahora. Bien.
—Como esto. —Se inclinó y chocó la mejilla de Ericxon con sus labios.
Sorprendentemente, Ericxon olía muy bien. Como la crema de afeitar Kiel’s Blue
Eagle.
—Agradable —susurró Ericxon.
El resto de la clase borbotaba en actividad, despreocupados de cualquier beso de ganso, pero Jorge, aún junto al escritorio de Devon, permaneció absolutamente inmóvil.
— ¿Entonces, sabes que tenemos una fiesta esta noche? —Ericxon puso su mano sobre la rodilla de Maria.
—Sí, escuché algo sobre eso.
—Deberías venir. Vamos a tener un montón de cerveza. Y otras cosas… como
Scotch. ¿Te gusta el Scoth? Mi padre tiene una colección, así que…
—Amo el Scotch —Maria sentía los ojos quemando en su espalda. Entonces, se inclinó cerca de Ericxon, y dijo—: Por supuesto que iré a tu fiesta esta noche.
Al tiempo el lápiz de él cayó de su mano y traqueteó en el piso; no era difícil adivinar si Jorge los había oído o no.

Capítulo 18
¿Dónde esta nuestra vieja amiga Gicelle y que has hecho con ella?

¿Vas a ir a la fiesta de Castro más tarde? —preguntó Marielys, dirigiendo el coche dentro del camino de entrada de los Tiapa.
Gicelle se peinó su cabello todavía húmedo. —No lo sé. —Hoy en la práctica, ella y Julio no se habían dicho dos palabras el uno al otro, entonces no estaba exactamente segura de ir con él. — ¿Tú vas?
—No lo sé. Topher y yo tal vez vayamos a Applebee’s en cambio.
Desde luego Marielys tendría un momento difícil decidiendo entre una fiesta de viernes por la noche y Applebee’s. Cerraron las puertas del Volvo y caminaron por el sendero de piedra al estilo colonial de hace treinta años de la casa de los Tiapa.
No era ni de cerca tan grande o llamativa como la mayoría de las casas en Valle Guanape. Los guijarros pintados de azul se estaban descascarando un poco y algunas de las piedras en el camino delantero habían desaparecido. Los muebles de la terraza lucían del tipo anticuados. Su madre las saludó en la puerta delantera, sosteniendo el teléfono inalámbrico. —Gicelle, tengo que hablar contigo. Gicelle echó un vistazo hacia Marielys, quien bajó su cabeza y corrió hacia arriba.  Uh-oh. —¿Qué pasa?
Su mamá pasó sus manos sobre sus pantalones grises de tela.
—Estaba al teléfono con la entrenadora Lauren. Ella dice que tu cabeza parece estar en alguna otra parte, no concentrada en nadar. Y… faltaste a la práctica del miércoles.

Gicelle tragó con fuerza. —Estaba enseñándoles español a algunos niños.
—Eso fue lo que Marielys me dijo. Entonces llamé ala Sra. Cardi.—Gicelle bajó la vista hacia sus Vans verdes.La Sra. Cardiera la profesora de español encargada de las tutorías.
—No me mientas, Gicelle. —La Sra. Tiapafrunció el ceño.
— ¿Dónde estuviste?
Gicelle caminó hacia la cocina y se dejó caer en una silla. Su mamá era una persona racional. Ellas podrían hablar de esto. Jugó con el aro plateado de la parte de arriba de su oreja. Años atrás, Sam le había pedido a Gicelle que fuera al Palacio de los Piercing con el cuando el consiguió perforarse el ombligo, y terminaron haciéndose piercings que combinaban en la parte de arriba de sus orejas, también. Gicelle todavía usaba el mismo pequeño aro plateado. Después de todo, Sam le compró a Gicelle un par de orejeras con estampado de leopardo para ocultar la evidencia. Gicelle todavía usaba esas orejeras en los días más fríos del invierno.
—Mira —dijo finalmente. —Sólo estaba andando por ahí con este chico nuevo,
Juan. El es realmente agradable. Somos amigos.
Su mama parecía confundida.
— ¿Por qué no hicieron simplemente algo después de la práctica, o el sábado?
—No sé por qué esto es un gran problema —dijo Gicelle.
—Falté un día. Nadaré el doble este fin de semana, lo prometo.
Su mamá apretó sus labios en un fina línea recta y se sentó.
—Pero Gicelle… simplemente no lo entiendo. Cuando te inscribiste en natación este año, hiciste un compromiso. No puedes escaparte con tus amigos si se supone que tienes que estar nadando.
Gicelle la detuvo. — ¿Inscribirme en natación? ¿Como si tuviera elección?
— ¿Qué está pasando contigo? Estás usando un extraño tono de voz; estás mintiendo sobre dónde has estado. —Su madre sacudió la cabeza.
— ¿Qué hay de esa mentira? Nunca me habías mentido antes.
—Mamá… —Gicelle se detuvo, sintiéndose muy cansada. Quería señalar muchísimo ese sí, había mentido. Aún cuando había sido la chica buena de sus compañeros de séptimo grado, había hecho todo tipo de cosas de la cuales su mamá nunca se había enterado.
Justo después de que Sam desapareciera, Gicelle estaba preocupada de que la desaparición de Sam fuera de alguna forma… cósmicamente… su culpa –como castigo tal vez, por cómo había desobedecido a sus padres en secreto. Por hacerse ese piercing. Porla Cosade Gabriela. Desde entonces, había intentado ser perfecta, hacer todo lo que sus padres le pedían, tratando de hacerse a sí misma una hija modelo, de adentro hacia afuera.
—Sólo me gustaría saber qué está pasando contigo —dijo su madre.
Gicelle puso sus manos sobre el individual, recordando cómo se había convertido en esta versión de sí misma que no era realmente ella. Sam no se había ido porque Gicelle había desobedecido a sus padres –se dio cuenta de eso ahora. Y del mismo modo que ella no se podía imaginar sentándose en el sarnoso sofá de Julio, sintiendo su viscosa lengua sobre su cuello, tampoco se podía ver a sí misma pasando los dos próximos años de secundaria –y luego los siguientes cuatro años de universidad – en un piscina por horas cada día. ¿Por qué Gicelle no podía ser sólo… Gicelle? ¿Su tiempo no podría ser mejor usado para estudiar o –Dios nos libre- teniendo un poco de diversión?
—Si quieres saber qué está pasando conmigo —comenzó Gicelle, empujándose el cabello fuera de su cara. Inhaló profundamente. —No creo que quiera nadar más.
El ojo derecho dela Sra. Tiapatembló. Sus labios se separaron ligeramente. Entonces se dio la vuelta para quedar cara a cara con el refrigerador, mirando fijamente todos los imanes de pollo sobre el. No habló, pero sus hombros se sacudieron. Finalmente, se dio la vuelta. Sus ojos estaban ligeramente rojos, y su cara parecía caída, como si hubiera envejecido diez años en solo unos minutos.
— Voy a llamar a tu padre. Él te hará entrar en razón.
—Ya he decidido. —Cuando dijo eso, se dio cuenta de que lo había hecho.
—No, no lo has hecho. No sabes lo que es mejor para ti.

— ¡Mamá! —Gicelle repentinamente sintió lágrimas llenando sus ojos. Era espantoso y triste tener a su mamá enfadada con ella. Pero ahora que había tomado una decisión, sentía como si finalmente se hubiera permitido sacar un gran abrigo de ganso en medio de una ola de calor.
La boca de su madre tembló. — ¿Esto es por ese nuevo amigo tuyo?
Gicelle se encogió y se enjugó la nariz. — ¿Qué? ¿Quién?
La Sra. Tiapasuspiró. —Ese chico que se mudó a la casa de los Combs. Por la que te saltaste la práctica para pasar tiempo con el, ¿cierto? ¿Qué estuvieron haciendo?
—Nosotros… sólo fuimos al sendero —susurró Gicelle. —Y hablamos.
Su madre bajó la vista. —No tengo una buena sensación sobre chicos… así.
Espera. ¿Qué? Gicelle miró fijamente a su madre. Ella… ¿sabía? ¿Pero cómo? Su madre ni siquiera había conocido a Juan. A menos que pudiera mirarla y simplemente ¿saber?
—Pero Juan es realmente agradable —se las arregló Gicelle para decir.
—Olvidé decirte, pero dijo que tus brownies eran geniales. Dijo que gracias.
Su madre frunció los labios. —Fui para allá. Trataba de ser amable. Pero esto… esto es demasiado. El no es una buena influencia para ti.
—Yo no…
—Por favor, Gicelle —la interrumpió su madre.
Las palabras de Gicelle se atascaron en su garganta.
Su mamá suspiró. —Hay demasiadas diferencias culturales con… el… y simplemente no entiendo qué tienen tú y Juan en común, de todos modos. Y…
¿Quién sabe sobre su familia? ¿Quién sabe en qué pueden estar metidos?

—Espera. ¿Qué? —Gicelle miró fijamente a su madre. ¿La familia de Juan? Por lo que Gicelle sabía, el padre de Juan era un ingeniero civil y su mamá trabajaba de enfermera. Su hermano estaba en último año en Juan de Urpin y era un prodigio del tenis; estaban construyendo una cancha de tenis para él en el patio trasero. ¿Qué tenía que ver su familia con nada?
—Simplemente no confío en esas personas —dijo su madre. —Sé que suena realmente de mente cerrada, pero no lo soy.
La mente de Gicelle se detuvo en seco. Su familia. Diferencias culturales.
¿Esas personas? Revisó todo lo que su madre acababa de decir. Oh. Mi. Dios.
La Sra. Tiapa no estaba molesta porque pensaba que Juan era drogadicto. Estaba molesta porque Juan –y el resto de su familia- eran negros.

Capítulo 19
Sabroso Caliente

Viernes por la noche, Yulexi yacía en su cama con dosel de arce en la mitad de su nueva habitación en el granero con Icy Hot* untado en su espalda, mirando al hermoso techo de vigas. Uno nunca se imaginaría que hace cincuenta años, las vacas habían dormido en este establo. La habitación era enorme, con cuatro gigantescas ventanas y un pequeño patio. Después de la cena la noche anterior, había movido todas sus cajas y muebles allí. Había organizado todos sus libros y CDs de acuerdo al autor y artista, incluso hasta el sonido envolvente de su TiVo* de acuerdo a sus preferencias, incluyendo sus programas favoritos de lo nuevo de BBC* Latina. Había sido perfecto. Excepto, por supuesto, por su palpitante espalda. Le dolía el cuerpo como si hubiera practicado salto Bunge sin cordón de seguridad. Leo la había hecho correr tres millas, en una carrera de velocidad, seguida de una práctica de ejercicios. Todas las chicas habían estado hablando acerca de lo que llevaban a la fiesta de Ericxon de esta noche, pero después de la infernal la práctica, Yulexi era tan feliz de quedarse en casa con algunas tareas de cálculo, sobre todo porque ahora su casa era su pequeño propio establo.
Yulexi tomó la jarra de Icy Hot y se dio cuenta que estaba vacío. Se incorporó lentamente, y puso su mano sobre su espalda como una anciana. Sólo tenía que conseguir un poco más de la casa principal. Yulexi amaba que ahora podría llamar la casa principal. Se sentía terriblemente crecida. Al cruzar su largo y ondulado césped, dejó que su mente volviera a uno de sus temas favoritos du tour*, Andres Campbell. Sí, fue un alivio que S era Andres y no Sam, y sí, ella se sintió un mil millones de veces mejor y un trillón de veces menos paranoica desde ayer, pero aún así, ¡qué, entrometido, horrible espía!
¿Cómo se atreve a hacer tal cosa? ¡Chismosear preguntas impertinentes en la sala de lectura y escribirle un escalofriante e-mail! Y todo el mundo pensaba que era tan dulce e inocente, con su perfecta corbata anudada y su piel luminosa, que es probablemente el tipo que la trae a la escuela y la lava después de la clase de gimnasia. Cerrando la puerta del baño de arriba, se encontró con el tarro de Icy Hot en el armario, se bajó el Puma Nuala* calientes pantalones, se volvió para mirarse en el espejo, y empezó a frotarse el bálsamo en todo la espalda y los isquiotibiales* al instante, el apestoso olor de menta del Icy Hot flotaba alrededor de la sala, y ella cerró los ojos.
La puerta se abrió. Yulexi trató de tirar de sus pantalones arriba lo más rápido que pudo.
—Oh mi Dios, —dijo Nelson, los ojos muy abiertos. —Yo… Lo siento.
—Está bien, —dijo Yulexi, revolviendo para atarle la cintura.
—Todavía estoy confundido acerca de esta casa…
—Nelson llevaba sus batas azules hospital, que consistía en un cuello en V drapeado en la cintura los pantalones pata ancha y corbata-top. Parecía todo listo para la cama.
—Pensé que esto era nuestro dormitorio.
—Pasa todo el tiempo, —dijo Yulexi, incluso aunque obviamente no sucedía.
Nelson se detuvo en el umbral. Yulexi lo sintió mirándola y rápidamente bajó la mirada para asegurarse de que sus senos no estuvieran fuera y no hubiera una mancha de Icy Hot en su cuello.
—Así que, eh, ¿cómo está el granero? —Preguntó Nelson.
Yulexi sonrió, y luego tímidamente se cubrió la boca. El año pasado, había blanqueado sus dientes en el dentista y había venido quedado un poco demasiado blancos. Ella había tenido que agregarles color mate con toneladas de café.
—Increíble. ¿Cómo está la antigua habitación de mi hermana?
—Um. Es bastante… rosa.
—Sí. Todas esas cortinas de volantes —añadió Yulexi.
—He encontrado un CD inquietante, también.
— ¿Ah, sí? ¿Qué?
—Fantasma dela Opera.—Él hizo una mueca.
— ¿Pero no estás en obras de teatro? —Yulexi dejó escapar.
—Bueno, Shakespeare y cosas así. —Nelson levantó una ceja.
— ¿Cómo lo sabes? Yulexi palideció. Puede sonar raro si le contaba a Wren que lo había buscada en Google. Ella se encogió de hombros y se recostó en el mostrador. Un dolor súbito explotó a través de su baja espalda, y ella dio un respingo. Nelson vaciló. — ¿Qué te pasa?
—Um, tú sabes. —Yulexi se apoyó en el fregadero.
—Campo de hockey de nuevo.
— ¿Qué has hecho esta vez?
—Algo tirado. ¿Viste el Icy Hot? —sosteniendo la toalla en una mano, cogió la jarra, cogió un poco en su palma, y deslizó la mano por debajo de sus pantalones y se lo frotó en su tendón de la corva. Ella gimió levemente, y esperaba que fuera un sexy gemido. Bien, por lo que su demanda era poco dramática.
— ¿Necesitas ayuda?
Yulexi vaciló. Pero Nelson se veía tan afectado. Y era insoportable, bueno, doloroso, de todas formas, torcer la espalda de esa manera, aunque ella lo hacía a propósito.
—Si no te importa —dijo ella en voz baja. —Gracias.
Yulexi dio un codazo a la puerta cerrándola un poco más con su pie. Ella untó el
Icy Hot de su mano en la de él.
Las largas manos de Nelson se sentían sexy con bálsamo. Ella atrapó la vista de sus figuras y se estremeció. Ellos parecían increíblemente juntos.
— ¿Y dónde está el daño? —Preguntó Nelson.
Yulexi señaló. El músculo estaba justo debajo de su trasero.
—Espera, —murmuró. Ella cogió una toalla la envolvió a su alrededor, y luego se bajó sus pantalones debajo de la toalla. Hizo un gesto a donde le dolía, lo que indicaba que Nelson tenía que llegar por debajo de la toalla. —Pero, bueno, trata de no acercarte demasiado a la toalla, —dijo— le rogué a mi mamá por estos programas especiales de Francia años atrás, y el Icy Hot los arruinaría. No puedes contraer el olor en la ropa. Oyó a Nelson sofocar una carcajada y se puso tensa. Si se hubiera puesto más tensa y Karen…
Nelson peinó hacia atrás su cabello con su mano libre de bálsamo y se arrodilló, poniendo el Icy Hot en su piel. Él puso sus manos debajo de la toalla y empezó a frotar lento, en círculos suaves a través de sus músculos. Yulexi se relajó y luego se apoyó en él un poco. Se puso de pie, pero no se alejó de ella. Sintió su aliento en su hombro, y luego en su oreja.
Su piel se sentía radiante y ardiente.
— ¿Se siente mejor? —Nelson murmuró.
—Se siente increíble. —Ella pudo haberlo dicho en su cabeza, no estaba segura.
Debo hacerlo, Yulexi pensó. Debo besarlo. Él apretó las manos con más firmeza en la espalda, las uñas excavaron un poco dentro. Su pecho revoloteaba.
En la sala, sonó el teléfono.

— ¿Nelson, querido? —La madre de Yulexi llamó desde abajo.
— ¿Estás arriba?
Karen está en el teléfono para ti.
Él saltó hacia atrás. Yulexi se sacudido hacia adelante y tiró la toalla a su alrededor. Él rápidamente limpió el Icy Hot fuera de su mano sobre otra toalla.
Yulexi estaba demasiado aterrorizada para hablar.
—Um, —él murmuró.
Ella apartó la mirada. —Debes…
—Sí.
Empujó la puerta abriéndola. —Espero que haya funcionado.
—Sí, gracias —murmuró ella, cerrando la puerta detrás de él. Luego se colgó sobre el lavabo y se quedó mirando su reflejo.
Algo brilló en el espejo, y por un segundo, ella creyó que alguien estaba en la
ducha. Pero era sólo el aleteo de la cortina de ducha, impulsada por una brisa de la apertura de la ventana. Yulexi se volvió hacia el fregadero.
Habían derramado algunas gotas de Icy Hot sobre el mostrador. Era blanca y pegajosa, una especie de crema de vainilla. Con su dedo, Yulexi enunció el nombre de Nelson. Luego dibujó un corazón a su alrededor.
Yulexi consideró salir de ahí. Pero cuando se dio cuenta Nelson estaba en el pasillo y dijo, —Hey, amor. Te extrañé, —ella frunció el seño y se lo frotó con la palma de su mano.

Capítulo 20
Todo lo que Gicelle necesita es un sable láser y un casco negro

Estaba oscureciendo cuando Gicelle se deslizó en el Jeep Cherokee de color verde de Julio. —Gracias por convencer a mis padres de que mi castigo empiece mañana.
—No hay problema, —respondió Julio. Él no le dio un beso de saludo. Y estaba escuchando Fall Out Boy, que sabía que Gicelle odiaba.
—Están un poco enojados conmigo.
—Escuché. —Mantuvo sus ojos sobre la carretera.
Que interesante que Julio no preguntara por qué. Quizás ya lo sabía. Curiosamente, el padre de Gicelle había entrado en su cuarto más temprano y había dicho, —Julio va a venir a recogerte en veinte minutos. Estate lista.
—Bien. Okay. Gicelle había pensado que iba a ser dejada de por vida por renunciar a los Dioses de natación, pero tenía la sensación de que ellos realmente querían que saliera con Julio. Quizás él le hablaría para hacerla entrar en razón.
Gicelle dio un suspiro. —Siento lo de la práctica de ayer. Ando bajo un poco de estrés. Julio finalmente bajó el volumen. —Está todo bien. Estás confundida.
Gicelle acabó lamiendo sus labios ChapStick. ¿Confundida? ¿Sobre qué?
—Te perdono por esta vez, —agregó Julio. Alcanzó su mano y se la apretó.
Gicelle se erizó. ¿Esta vez? ¿Y él no debería decir que lo lamentaba también? Él había después de todo, irrumpido en el vestuario como un niñito. Entraron por las puertas abiertas de hierro forjado de Castro. La propiedad se encontraba apartada de la carretera, por lo que el camino era una media milla de largo y rodeado de pinos largos y gruesos. Incluso el aire olía a limpio. La casa de ladrillo rojo estaba emplazada detrás de enormes columnas dóricas. Había un pórtico con una pequeña estatua de un caballo en la parte superior y un maravilloso patio solar acristalado al lado. Gicelle contó catorce ventanas en el segundo piso, de un extremo al otro. Pero la casa no le interesaba. Iban al campo. La propiedad estaba delimitada por altos y británicos setos verdes, y un muro de piedra que se prolongaba por acres. La mitad albergaba la granja de caballos Castro; del otro lado había un enorme césped y un estanque para patos. Rodeando el patio entero había un espeso bosque.
Mientras Julio aparcaba el coche en un estacionamiento improvisado de hierba,
Gicelle salió, escuchando a The Killers sonando del patio trasero. Caras familiares de Valle Guanape salían de sus Jeeps, Escalades, y Saabs. Un grupo de chicas inmaculadamente confeccionadas sacaron paquetes de cigarrillos de sus pequeños bolsos acolchados con eslabones de cadenas y los encendieron, hablando por sus diminutos teléfonos celulares. Gicelle bajó su mirada a sus desgastadas Converse All-Stars azul y tocó su desastrosa coleta.
Julio la alcanzó y acortaron los setos y atravesaron un tramo aislado de árboles y entraron a la zona de la fiesta. Había un montón de chicos que Gicelle no conocía, pero eso era porque los Castros invitaron a muchos chicos de otras escuelas privadas, además de Valle Guanape. Había un barril y una mesa de bebidas en los arbustos, y habían creado una pista de baile de madera, luces portátiles, y tiendas de campaña en el centro del campo. Del otro lado del campo, cerca del bosque, había una cabina de fotos escolares antiguas iluminadas con luces navideñas. Los Castros lo arrastraban de su sótano para esta fiesta cada año.

Ericxon los saludó. Llevaba una remera gris que decía DOBLADA PORLA COMIDA, unos jeans azules rasgados y sin zapatos o calcetines. —Que pasa.
—Él le dio a ambos una cerveza.
—Gracias, hombre. —Julio tomó su vaso y empezó a beber. La cerveza ámbar se deslizó torpemente por su barbilla. —Buena fiesta. Alguien golpeó a Gicelle en el hombro. Se dio la vuelta. Era Maria Noguera usando una apretada y descolorida remera roja dela Universidadde Iceland, una mini de vaquero desgastada, y botas rojas de cowboy John Fluevog. Su pelo negro estaba estirado en una coleta alta.
—Wow, hola, —dijo Gicelle. Ella había escuchado que Maria estaba de vuelta pero aún no la había visto. — ¿Cómo estuvo Europa?
—Increíble. —sonrió Maria. Las chicas se miraron por unos segundos. Gicelle se detuvo, queriendo decirle a Maria que estaba contenta de que ella se deshizo de falso arete para la nariz y los mechones de pelo rosado, pero sería raro hacer una referencia a su vieja amistad. Tomó un trago a su cerveza y fingió estar fascinada con los bordes del vaso.
Maria se removió nerviosamente. —Escucha, estoy feliz de que estés aquí. Estaba esperando hablar contigo.
— ¿Si?—Gicelle se encontró con sus ojos y miró atrás.
—Bueno...a ti o Yulexi.
— ¿En serio?—Gicelle sintió su pecho más apretado. ¿Yulexi?
—Así que, prométeme que no pensarás que estoy loca. He estado lejos por mucho tiempo, y…
— Maria arrugó su cara de una manera que Gicelle recordaba bien.
Significaba que ella estaba eligiendo sus palabras cuidadosamente.
— ¿Y que?—Gicelle enarcó las cejas esperando. Quizás Maria quería a todos sus viejos amigos para tener una reunión – por supuesto, estando lejos, ella no sabría hasta que punto habían crecido ellas. ¿Qué tan incómodo sería eso?
—Bueno…—Maria miró alrededor con cautela.
— ¿Hubo mas noticias sobre la desaparición de Sam mientras estuve lejos?
Gicelle se agitó bruscamente, escuchar el nombre de Sam salir de la boca de su vieja amiga. — ¿Su desaparición? ¿Qué quieres decir?
—Como, ¿descubrieron quién se lo llevó? ¿Alguna vez volverá?
—Um...no...—Gicelle masticó la uña de su pulgar incomoda.
Maria se inclinó hacia Gicelle. — ¿Crees que esté muerto?
Los ojos de Gicelle se abrieron. —Yo…no lo sé. ¿Por qué?
Maria apretó la boca. Parecía sumida en sus pensamientos.
— ¿De qué se trata esto?—preguntó Gicelle, su corazón latiendo.
—Nada.
Entonces los ojos de Maria se enfocaron en alguien detrás suyo. Apretó la boca cerrada.
—Hey, —dijo una voz grave detrás de Gicelle.
Gicelle se giró. Juan. —Hey, —ella respondió, casi tirando su vaso. —Yo…no sabía que ibas a venir.
—Yo tampoco, —dijo Juan. —Pero mi hermano quería. Él está aquí en algún lado. Gicelle se giró para presentar a Maria, pero ella se había ido.
— ¿Entonces esta es Juan?—Julio reapareció al lado de ellos.
— ¿El chico que llevó a Gicelle al lado oscuro?
— ¿Lado oscuro?—Gicelle graznó. — ¿Qué lado oscuro?
—Dejar natación, —respondió Julio. Él se giró a Juan.
—Sabes que ella lo ha abandonado, ¿no?
— ¿Si?—Juan se giró a Gicelle y sonrió emocionado.
Gicelle le lanzó a Julio una mirada. —Juan no tiene nada que ver con eso. Y no tenemos que hablar de eso ahora. Julio dio otro enorme trago a su cerveza.
—¿Por qué no? ¿No es tu gran noticia?
—No se...
—Como sea—, llevó su pesada mano a su hombro un poco brusco—. Voy por otra cerveza. ¿Quieres otra?
Gicelle asintió, a pesar de que sólo bebía una cerveza en las fiestas, máximo. Julio no le preguntó a Juan si quería una bebida. Mientras él se alejaba, notó sus vaqueros caídos. Puaj.
Juan tomó la mano de Gicelle y la apretó. — ¿Cómo se siente?
Gicelle miró sus manos entrelazadas, se sonrojó, pero siguió sosteniéndola.
— Bien. —O asustada. O, en algunos momentos, como una mala película.
—Confuso, pero bien.
—Tengo algo con lo que celebrar, —susurró Juan. Alcanzó su mochila Manhattan
Portage y le mostró a Gicelle un extremo de una botella de Jack Daniel—. La robé de la mesa de licor. ¿Vas a ayudarme a matarla?
Gicelle miró a Juan. Su pelo estaba desparramado sobre su cara, y llevaba una sencilla camiseta sin mangas y una falda de la armada cargo verde. Ella parecía efervescente y divertida – mucho más divertida que Julio en sus jeans de trasero holgado.
— ¿Por qué no?—respondió, y siguió a Juan al bosque.

Capítulo 21
Chicas calientes ¡Son igual a nosotras!

Kelimar tomó otro trago de vodka de limón y encendió otro cigarro. Ella no había visto a Raul desde que habían estacionado su carro en césped de Castro hace dos horas, y incluso Julia se había desaparecido. Ahora ella estaba atascada hablando con el mejor amigo de Ericxon, Mancio Yanez, Zelda Milings
—una hermosa chica rubia que solo utilizaba ropas y zapatos hechas de cáñamo— y un montón de chicas chillonas elitistas de Doringbell Friends, la ultima escuela cuáquera de moda en el próximo pueblo. Las chicas habían venido a la fiesta de Ericxon el año pasado y a pesar de que Kelimar se las había pasado con ellos en ese entonces, no podía recordar ninguno de sus nombres.
James apagó el Marlboro con el talón de sus Adidas y bebió un trago de cerveza. — Oí que el hermano de Ericxon tiene una tonelada de marihuana.
— ¿Eric? —preguntó Zelda. — ¿Dónde está él?
—En la cabina de fotos —Mancio respondió.
De repente, Raul se precipitó a través de los pinos. Kelimar se levantó, se ajustó el vestido de deslizamiento BCBG esperando adelgazarlo, y ató las cintas de sus sandalias nuevas de color azul pálido Christian Louboutin dándole vueltas alrededor de sus tobillos. Mientras corría para alcanzarlo, su talón se hundió en la hierba húmeda de rocío. Ella agitaba sus brazos, dejó caer su copa, y de pronto ella estaba sobre su trasero.
— ¡Y ella está abajo!— Mancio gritó borracho. Todas las chicas Doringbell se rieron.

Kelimar rápidamente se levantó, apretó su palma con su mano para mantenerse y no llorar. Esta era la fiesta más grande del año, pero se sentía muy lejos de su juego: Su vestido ceñido se caía alrededor de sus caderas, no había sido capaz de obtener una sonrisa de Raul durante el paseo en coche hasta aquí —a pesar del hecho de que él había sacado el BMW 760i de su padre para pasar la noche— y ella estaba en su tercera limonada vodka abundantes en calorías y eran sólo las nueve y media.
Raul extendió su mano para ayudarla. — ¿Estás bien?
Kelimar vaciló. Raul estaba vestido con una simple camiseta blanca que acentuaba su fuerte pecho por el fútbol y el estómago plano de buenos genes, pantalones vaqueros azul oscuro Paper Denim que hacían que su trasero tuviera un aspecto impresionante, y harapientos Pumas negro. Su pelo castaño rubio estaba estilizado desordenadamente, sus ojos castaños miraban con alma extra, y sus labios de color rosa extra besables. Por la última hora, ella había visto a Raul unido con todos los hombres allí, y evitándola con cuidado.
—Estoy bien —ella dijo, apretando sus labios en una manera Kelimar que todo el mundo conoce.
— ¿Qué es lo que pasa?
Ella trató de balancearse en sus zapatos. — ¿Podemos... ir a algún lugar privado por un rato? ¿Tal vez al bosque? ¿Para hablar?
Raul se encogió de hombros. —Bien.
Kelimar guió a Raul a un camino que los lleva hacia los bosques Manhood, los árboles alargados, con sombras oscuras alrededor de sus cuerpos. La última y única vez que Kelimar estuvo allí fue en el séptimo grado, cuando sus amigas tenían una cita secreta con Ericxon Castro y Mancio Yanez. Yulexi con Mancio, y ella, Gicelle y Maria se sentaron en los alrededores y compartieron unos cigarrillos, y miserablemente esperaron a que ellos terminaran. Esta noche, ella se prometió, sería diferente.

Se sentó en un pequeño claro de césped y empujó a Raul para que se sentara.
— ¿Te estás divirtiendo? —Le pasó su bebida a Raul.
—Sí, está bien. —Raul tomó un pequeño sorbo. — ¿Tú?
Kelimar dudó un segundo. La piel de Raul brillaba bajo la luz de la luna. Su camisa tenía una pequeña mancha de sucio por el cuello. —Supongo.
Bien, se acabó el tiempo de charlar. Kelimar tomó la bebida de la mano de Raul, tomó su dulce y cuadrada mandíbula y comenzó a besarlo. Allí. De alguna manera apestaba que el mundo estaba como girando, y que en vez de sentir el sabor de la boca a Raul, sólo sentía el sabor de la fuerte limonada de Roilan, pero como sea.
Después de un minuto de besos, ella sintió que Raul la estaba alejando.
Quizás porque estaba apresurando las cosas. Ella se levantó un poco el vestido, exponiendo sus piernas y su pequeña tanga Cosabella color lavanda. El aire del bosque estaba frío. Un mosquito se poso sobre su muslo.
—Kelimar —dijo Raul gentilmente, tratando de bajar su vestido a su lugar.
—Esto no es... —Pero él no fue lo suficientemente rápido, Kelimar ya se había sacado el vestido. Los ojos de Raul dieron un recorrido por todo su cuerpo.
Sorprendentemente esta era sólo la segunda vez que él la veía en ropa interior —al menos que cuentes la semana que ellos estuvieron en la casa de sus padres en
Avalon, Jersey Shore, cuando estaba en bikini. Pero eso era diferente.
—Realmente no quieres parar, ¿o si?
—Sí —Raul tomó su mano. —Sí quiero.
Kelimar se volvió a colocar su vestido tan bien como pudo.
Ella problamente ya había sido picada por cientos de mosquitos. Sus labios se crisparon.
—Pero... No lo entiendo. ¿No me amas?
Las palabras se sintieron muy pequeñas y débiles cuando salieron de sus labios.
Raul se tomó un largo tiempo para responder. Kelimar escuchó cerca a otra pareja de la fiesta riendo. —No lo sé —él respondió.
—Jesús —dijo Kelimar, alejándose de él. El vodka con limón revolvió su estómago.
— ¿Eres homosexual? —Las palabras le salieron un poco más odiosas de lo que ella quería.
— ¡No! —Raul sonó herido.
—Bueno, ¿entonces qué? ¿No estoy lo suficientemente buena para ti?
— ¡Claro que no! —dijo Raul, sonando perturbado. Se quedó pensativo un momento. —Tú eres una de las más hermosas chicas que conozco, Kelimar.
¿Por qué no sabes eso?
— ¿De qué estás hablando? —preguntó Kelimar, enojada.
—Yo sólo... —comenzó a decir Raul.
—Sólo pienso que si te respetaras un poco más a ti misma...
— ¡Yo me respeto lo suficiente! —Kelimar le gritó. Y se sentó sobre su trasero y se apoyó en el tronco de un pino. Raul se levantó. Él se veía decepcionado y triste. —Mírate. —Sus ojos viajaron de sus zapatos a su cabeza.
—Sólo estoy tratando de ayudarte, Kelimar. Me preocupo por ti.
Kelimar sentía lágrimas asomándose por las esquinas de sus ojos y trató de evitarlas. Ella no lloraría ahora. —Yo me respeto —ella repitió. —Sólo quería... quería... mostrarte cómo me siento.
—Sólo estoy tratando de ser selectivo acerca el sexo.
—Él no sonó amable, pero no odioso tampoco. Sólo alejado.
—Quiero que sea en el momento perfecto y con la persona adecuada. Y al parecer esa persona no vas a ser tú. —Raul suspiró y se alejó de ella.
—Lo siento. —Luego se abrió paso por los árboles y después ya se había ido.
Kelimar estaba tan avergonzada y furiosa, que no podía hablar.
Se trató de levantar para seguir a Raul, pero su tacón se atascó y ella se cayó de nuevo. Extendió sus brazos y se quedó mirando las estrellas, sosteniendo sus pulgares en sus ojos para no llorar.
—Ella parece estar a punto de vomitar.
Kelimar abrió sus ojos y vio dos chicos estudiantes del primer año —que parecían no haber sido invitados a la fiesta— la observaban como si hubiese sido una chica que crearon en sus computadoras.
—Lárguense, pervertidos —dijo mirando mal a los chicos mientras se levantaba.
Mirando a través del lugar, pudo ver a Raul corriendo detrás de Mason Byers, con un mazo de críquet. Kelimar se olió y se sonrojó para volver de nuevo a la fiesta.
¿Alguien se habría preocupado por ella? Ella pensó en la carta que había recibido ayer. ¡Ni si quiera tu papi te ama lo suficiente! Kelimar deseó, de repente, tener el número de teléfono de su papá, su mente volvía al momento en que conoció su papá a Isabel y a Katherine con Sam.
A pesar de que había sido en febrero, el clima en Annapolis era fresco y cálido, y
Kelimar, Sam y Katherine se sentaron en el pórtico, tratando de broncearse. Sam y Katherine se estaban conociendo en cuanto a sus tonos de esmalte de uñas favorito de la marca MAC, pero Kelimar no estaba atraída al tema. Se sentía pesada e incómoda. Ella había visto el alivio marcado en la cara de Katherine cuando ella y Sam salieron del tren, sorprendidas por lo atractivo que era Sam, y luego alivio cuando posó sus ojos en Kelimar. Fue como si Katherine hubiese pensado, '¡Bueno, no necesito preocuparme por ella!'
Sin darse cuenta, Kelimar se había comido un tazón entero de palomitas de maiz de queso que estaba sobre la mesa. Y seis de los profiteroles. Y algunos trocitos de queso que eran para Isabel y su papá. Se aferró a su estómago inchado, le hecho una mirada a los abdómenes planos de Sam y Katherine, y se quejó fuertemente, sin querer.
— ¿La pequeña cerdita no se siente bien? —preguntó el papá de Kelimar.

Kelimar se estremeció con el recuerdo y tocó su ahora perfecto abdomen. S —quien quiera que sea S— estaba en lo cierto. Su papá no la amaba lo suficiente.
— ¡Todos al estanque! —gritó Ericxon, sacando a Kelimar de sus pensamientos.
En el lugar, Kelimar vio a Raul quitarse la camiseta y correr hacia el estanque. Ericxon, Mancio, Mason, y algunos de los otros chicos se quitaron sus camisetas, pero a Kelimar no le importó.
De todas las noches podía ver a los chicos más calientes sin camisa...
—Todos son muy guapos —murmuró Carly McDowell, quien estaba mezclando tequila con soda de uva, justo a su lado. — ¿No crees que lo son?
—Mmm —respondió.
Kelimar frunció los labios. ¡Qué se pudra su feliz padre y su perfecta futura hijastra, y que se pudra Raul y su seltividad! Kelimar tomo una botella de Ketel One* de la mesa y tomó directamente de la botella. Puso la botella devuelta a su lugar pero al último minuto decidió llevársela con ella al estanque. Raul no se saldría con la suya por rechazarla, insultarla e ignorarla. De ninguna manera.
Se detuvo en una pila de ropa que era de Raul. Los pantalones de mezclilla estaban ordenadamente doblados, y él habia metido sus medias blancas dentro de sus pumas. Asegurándose de que nadie la mirase, tomó los pantalones y se alejó lentamente del estanque. ¿Qué dirían los del Club V si lo atrapasen conduciendo en ropa interior?
Mientras caminaba hacia los árboles con los pantalones de Raul, algo se cayó y aterrizó en sus pies. Kelimar lo tomó y se quedó mirando por un momento, esperando a que dejara de ver todo doble. Las llaves del BMW.
—Dulce —ella murmuró, presionando el botón de la alarma con su dedo. Luego lanzó los pantalones al suelo y metió las llaves dentro de su bolso. Era una hermosa noche para un paseo.

Capítulo 22
Los baños de cerveza son buenos para los poros

Chequea eso —Juan susurró excitadamente—. ¡Solían haber de estos en mi café favorito cuando estaba en Ptla Cruz! Gicelle y Juan miraban fijamente a la antigua cabina de fotografías en el perímetro del jardín de Ericxon y los bosques. Una enorme extensión de cable naranjo impedía su paso hacia la cabina desde la casa de Ericxon al otro lado del césped. Mientras ellos lo admiraban, el hermano mayor de Ericxon, Eric, y una bastante frívola Juan Ñambre cayeron fuera de la cabina, tomaron sus fotos, y se alejaron apresuradamente.
Juan miró hacia Gicelle.
— ¿Quieres intentarlo?
Gicelle asintió. Antes de que se metieran dentro, rápidamente echó una mirada hacia la fiesta. Algunos chicos estaban agrupados alrededor del barril y muchos otros sostenían sus vasos de plástico rojo en el aire mientras bailaban. Ericxon y un montón de chicos estaban nadando en el estanque para patos en bóxers. Julio no estaba a la vista.
Gicelle se sentó junto a Juan en el pequeño asiento naranjo de la cabina de fotografías y cerró la cortina. Estaban tan apretados la una contra la otra, que sus hombros y muslos se tocaban.
—Toma. —Juan le tendió una botella de Jack Daniel’s y presionó el botón de encendido. Gicelle tomó un trago, y luego la sostuvo en alto mientras la cámara sacaba la primera fotografía. Luego apretaron sus rostros y dieron enormes sonrisas. Gicelle puso los ojos en blanco, y Juan infló sus mejillas como un mono en la tercera fotografía. Luego la cámara capturo una de ellas luciendo casi normal, quizás un poco nerviosas.
—Vamos a ver como se ven —Gicelle dijo.
Pero mientras se ponía de pie, Juan la tomó por la manga.
— ¿Podemos quedarnos aquí por un segundo? Es un muy buen lugar para esconderse.
—Um, seguro. —Gicelle se sentó nuevamente. Tragó audiblemente, de forma sin querer.
—Entonces, ¿cómo has estado? —Juan preguntó, sacando el cabello de los ojos de Gicelle.
Gicelle suspiró, tratando de estar cómoda en el estrecho asiento. Confundida. Triste por mis posiblemente racistas padres. Asustada de haber tomado la decisión equivocada sobre natación. Un poco alterada porque estoy sentado tan cerca de ti.
—Estoy bien —dijo finalmente.
Juan resopló y tomó un trago de whisky.
—No creo eso ni por un segundo.
Gicelle hizo una pausa. Juan parecía la única persona que de verdad la entendía.
—Sí, supongo que no —dijo.
—Bueno, ¿qué es lo que sucede?
Pero repentinamente, Gicelle no quería hablar sobre la natación o Julio o sus padres. Quería hablar sobre… otra cosa totalmente distinta. Algo que se había estado despertando lentamente en ella. Quizás el ver a Maria lo había disparado. O quizás finalmente el tener a una verdadera amiga de nuevo había devuelto el sentimiento. Gicelle pensó que Juan entendería.
Tomó un aliento profundo.
—Así que, tú sabes de ese chico Samir, ¿El que solía vivir en tu casa?
—Sí.
—Nosotras éramos muy cercanas y yo, como que, de verdad la amaba. Como, todo sobre ella.
Escuchó a Juan respirar fuerte y nerviosamente tomó otro trago de Jack Daniel’s desde la botella.
—Éramos mejores amigos —Gicelle dijo, frotando sus dedos contra el tejido raído azul de la cortina de la cabina fotográfica—. Me preocupaba por ella muchísimo.
Así que un día de esos, cuando estaba un poco fuera de la depresión, lo hice.
— ¿Qué hiciste?
—Bueno, Sam y yo estábamos en la casa del árbol en su patio trasero, íbamos mucho ahí para hablar. Estábamos sentados ahí, hablando sobre esta chica que le gustaba, uno un poco más viejo cuyo nombre no diría, y yo sentí como que no podía aguantarlo más. Así que me incliné… y lo besé.
Juan hizo un pequeño sonido de estar olfateando.
—El no estaba interesada en eso, sin embargo. Incluso fue algo distante cuando dijo, como, —Bueno, ¡ahora sé porque te quedabas tan quieta cuando nos estábamos cambiando en el gimnasio!
—Dios —Juan dijo.
Gicelle tomó otro sorbo de whisky y se sintió mareado. Nunca había bebido tanto. Y aquí estaba uno de sus más grandes secretos, colgando al aire como la ropa interior de la abuela en un tendedero.
—Todavía pienso mucho en el. —Gicelle suspiró—. Como que había empujado ese recuerdo hacía el fondo, diciéndome que sólo era porque era mi mejor amigo pero no, ya sabes…algo más… pero no lo sé.
Se sentaron ahí por unos pocos minutos. Los sonidos de la fiesta se filtraban dentro. Cada pocos segundos, Gicelle escuchaba el áspero chispazo del Zippo de alguien encendiendo un cigarrillo. Ella no estaba tan sorprendida de lo que recién había dicho sobre Sam. Era atemorizante, por supuesto, pero era la verdad. De una forma, se sentía bien haberlo resuelto finalmente.
—Ya que estamos compartiendo —Juan dijo quedamente—. Tengo algo que decirte también. Ella giró su antebrazo para mostrarle a Gicelle la blanca y elevada cicatriz en su muñeca.
—Puede que hayas visto esto.
—Sí —Gicelle susurró, mirándola con los ojos entrecerrados en la pálida penumbra de la cabina.
—Es de una de las ocasiones en la que me corte con una hoja de afeitar. No sabía que iba a llegar tan profundo. Había mucha sangre. Mis padres me llevaron a emergencias.
— ¿Te cortaste a propósito? —Gicelle susurró.
—Um… sí. Quiero decir, yo no lo hago en verdad. Trato de no hacerlo.
— ¿Por qué lo haces?
—No lo sé —Juan dijo—. A veces sólo… siento que lo necesito. Puedes tocarla, si quieres. Emily lo hizo. Era en relieve y suave, no como piel real para nada. Tocarla se sintió como la cosa más intima que Gicelle había hecho alguna vez. Ella se estiró para abrazar a Juan.
El cuerpo de Juan convulsionó. Enterró su cabeza en el cuello de Gicelle. Como antes, olía a bananas artificiales. Gicelle se presionó a sí misma contra el pecho de Juan. ¿Cómo era cortarte a ti mismo de esa forma, verte sangrar así?
Gicelle tenía su pequeña carga de equipaje, pero incluso en el despertar de sus más horribles recuerdos—como cuando Sam la rechazó, oLa Cosade Gabriela—ella se había sentido culpable, horrible y extraña, pero nunca había querido dañarse a sí misma.
Juan elevó su cabeza y encontró los ojos de Gicelle. Luego sonrió un poco triste, y besó los labios de Gicelle. Gicelle pestañeó, sorprendida.
—A veces los mejores amigos si se besan —Juan dijo—. ¿Ves?
Ellos se apartaron, la nariz de una prácticamente tocando la otra. Fuera, los grillos resonaban furiosamente. Luego Juan se acercó a ella. Gieclle se fundió en sus labios. Sus bocas estaban abiertas y sintió la lengua suave de Juan. El pecho de Gicelle se apretó emocionado mientras pasaba sus manos por el tosco cabello de Jaun, luego hacia sus hombros y finalmente a su espalda. Juan metió sus manos bajo el polo de Gicelle y presionó sus dedos contra el estómago de el. Gicelle inconscientemente dio un respingo pero luego se relajó. Se sentía un millón de veces diferente a ser besada por julio. Las manos de Juan viajaron hacia arriba por su cuerpo hacia su camisa. Gicelle cerró sus ojos. La boca de Juan sabia delicioso, como a Jack Daniel’s y regaliz. Después, Juan besó el pecho de Gicelle, sus hombros. Gicelle inclinó su cabeza hacia atrás. Alguien había pintado una luna y un montón de estrellas en el cielo de la cabina fotográfica.

Repentinamente, la cortina comenzó a abrirse. Gicelle saltó, pero era muy tarde, alguien había lanzado la cortina hacia atrás completamente. Luego Gicelle vio quién era.
—Oh Dios mío —farfulló.
—No Puede ser —Juan hizo eco. La botella de Jack Daniel’s salpicó el piso.
Julio sostenía dos vasos de cerveza, uno en cada mano.
—Bien. Esto explica las cosas.
—Julio… yo… —Gicelle dijo, saliendo de la cabina, golpeándose la cabeza con la puerta. —No te levantes por mí —Julio dijo en un tono de voz horrible, burlesco y aun así enojado que Gicelle nunca le había escuchado antes.
—No… —Gicelle chilló—. Tú no entiendes. —Salió de la cabina completamente.
También lo hizo Juan. Por el rabillo del ojo, Gicelle notó que Juan tomaba su montón de fotos y las metía en su bolsillo.
—Ni siquiera hables —Julio escupió. Luego se giró y le lanzó uno de los vasos de cerveza. Salpicó tibiamente sobre las piernas, zapatos y los pantalones cortos de
Gicelle. El vaso golpeteó contra los arbustos.
— ¡Julio! —Gicelle gritó.
Julio dudo, y luego lanzó la otra más directamente hacia Juan. Salpicó su rostro y cabello. Juan gritó.
— ¡Detente! —Gicelle jadeó.
—Me traicionaste —Julio dijo. Ella escuchó las lágrimas aflorando en la voz de él. Luego él se giró y corrió zigzagueante hacia la oscuridad.

Capítulo 23
La Maria Australiana obtiene lo que quiere

¡Australia! ¡He estado buscándote por todas partes!
Eso fue una hora después, y Maria estaba saliendo de la cabina de fotos. Ericxon Castro se paró frente a ella, desnudo excepto por sus bóxers Calvin Klein, que estaban mojados y ceñidos. Estaba sosteniendo un vaso plástico amarillo de cerveza y su tira de fotos recién creadas. Ericxon sacudió su cabello un poco, y el agua cayó sobre la minifalda APC de ella.
— ¿Por qué estás tan mojado? —preguntó Maria
—Estábamos jugando water polo.
Maria miró hacia el estanque. Los chicos estaban golpeándose entre ellos en las cabezas con unos divertidos tallarines rosados. En los bancos, las chicas en casi idénticos mini-vestidos Alberta Ferrari estaban apiñadas juntas, chismorreando.
Junto a las esquinas, no tan lejos de ellos, vio a su hermano, Roilan. Estaba con una chica pequeña con una micro-mini a cuadros y tacones de plataforma.
Ericxon siguió su mirada. —Esa es una de esas chicas de la escuela Quaker — murmuró. —Esas chicas son excéntricas. Roilan levantó la vista y vio a Maria y a Ericxon juntos. Él dio un asentimiento a Maria de aprobación.
Ericxon tocó la tira de fotos de Maria con el pulgar. —Estas son magníficas.

Maria las miró. Aburrida de su cráneo, había estado tomando fotos de ella misma en la cabina por veinte minutos. En esa ronda, ella había hecho expresiones apasionadas y de gatita sexual. Suspiró. Ella había venido aquí pensando que Jorge, celoso y lujurioso, iría y se la llevaría. Pero, duh, él era un profesor, y un profesor no iría a una fiesta de estudiantes.
— ¡Ericxonl! —Mancio Yanez lo llamó a través del campo.
— ¡Keg se ha aprovechado!
—¡Dios! —dijo Ericxon. Le dio a Maria un húmedo beso en la mejilla.
—Esta cerveza es para ti. No te vayas.
—Uh-huh —dijo Maria graciosamente, mirándolo irse corriendo, sus bóxers levemente deslizándose hasta revelar su trasero pálido y definido-por-correr.
—De verdad le gustas, ya sabes. Maria se giró. Julia Ñambre sentada en el césped a unos cuantos pies. Su cabello rubio estaba en espirales alrededor de su rostro y sus gafas de sol con montura dorada se habían deslizado de su nariz. El hermano mayor de Ericxon, Eric, tenía su cabeza en el regazo de ella.
Julia parpadeó lentamente. —Ericxon es genial. Sería un buen amigo.
Eric estalló en risas. — ¿Qué? —Julia se inclinó sobre él.
— ¿Qué es tan gracioso?
—Está muy borracha —dijo Eric a Maria.
Mientras Maria estrujaba su cerebro para decir algo, su Treo vibró. Lo tomó de su bolso y miró el número. Jorge. ¡Oh Dios mío, Oh Dios mío!
—Um, ¿hola? —contestó tranquilamente.
—Hey. Um ¿Maria?
— ¡Oh, hey! ¿Qué pasa? —trató de sonar lo más controlada y fresca como fuera posible.
—Estoy en casa, tomando una Scotch, pensando en ti.
Maria se detuvo, cerró los ojos, y un ardor pasó a través de ella.
— ¿De verdad?
—Sip. ¿Estás en la gran fiesta?
—Uh-huh
— ¿Estás aburrida?
Ella rió. —Un poco.
— ¿Quieres venir?
—Bueno— Jorge empezó a darle instrucciones, pero Maria ya conocía en dónde era. Ella había buscado la dirección en MapQuest y Google Earth, pero no podía exactamente decirle eso.
—Genial— dijo. —Te veo pronto.
Maria regresó su teléfono a su bolso todo lo calmadamente que pudo, y entonces golpeó las suelas de goma de sus botas al tiempo. ¡¡¡Síííí!!!
—Hey, ya sé de dónde te conozco.
Maria miró alrededor. El hermano de Ericxon, Eric, estaba mirándola mientras Julia besaba su cuello. —Eres la amiga de ese chico desaparecido, ¿verdad?
Maria lo miró y puso su cabello fuera de sus ojos.
—No sé de quién estás hablando
—dijo, alejándose.
Una gran parte de Valle Guanape eran fincas cerradas y granjas de caballos remodeladas de cincuenta acres, pero cerca de la universidad había una serie de calles laberínticas de adoquines con casas victorianas cayéndose a pedazos. Las casas en Old Hollis estaban pintadas de colores locos como púrpura, rosado, y usualmente estaban divididas en apartamentos arrendados a estudiantes. La familia de Maria había vivido en una casa de Old Hollis hasta que Maria tenía cinco años, que fue cuando su padre obtuvo su primer trabajo enseñando en la
Universidad. Mientras Maria conducía lentamente por la calle de Jorge, notó una casa con letras griegas grabadas en el revestimiento. Papel higiénico lanzado a través de sus árboles. Otra casa tenía una medio terminada pintura en un caballete en el patio delantero.
Se detuvo en la casa de Jorge. Después de aparcar, subió los escalones de piedra del frente y pulsó el timbre. La puerta se abrió de golpe, y allí estaba él.
—Wow —dijo. —Hey —en su boca se extendió una sonrisa ondulante.
—Hola —Maria contestó, sonriéndole de vuelta de la misma manera.
Jorge rió. —Yo… um, estás aquí. Wow.
—Ya dijiste wow —apuntó Maria.
Entraron en el vestíbulo. Delante de ella, una chirriante escalera con una muestra diferente de la alfombra en cada escalón que se abría hacia arriba. A la derecha, una puerta estaba entreabierta. —Este apartamento es mío.
Maria caminó dentro y notó una bañera de patas en el medio de la sala de Jorge. Ella la señaló
—Es demasiado pesada para moverla —dijo Jorge tímidamente. —Así que guardo mis libros en ella. —Genial. —Maria miró alrededor, notando la gigantesca ventana de Jorge, el polvoriento mueble de libros, y un sofá de terciopelo amarillo aplastado. Olía débilmente a macarrones con queso y al menos había una araña de cristal colgando del techo, un extraño mosaico de azulejos cubría la repisa de la chimenea, y leños reales estaban en ella. Esto era mucho más el estilo de Maria que el estanque de patos de millones de dólares y la propiedad de veintisiete habitaciones de los Castro.
—De verdad quiero vivir aquí —dijo Maria.
—No puedo parar de pensar en ti —dijo Jorge al mismo tiempo.
Maria miró sobre su hombro. — ¿De verdad?
Jorge se acercó detrás de ella y puso su mano sobre su cintura. Maria se inclinó levemente hacia él. Se quedaron allí por un momento, y luego Maria se giró. Miró fijamente su cara afeitada, la protuberancia en el borde de su nariz, las motas verdes en sus ojos. Tocó un lunar en el lóbulo de su oreja y lo sintió estremecerse.
—Yo sólo… no podía ignorarte en clase —susurró. —Fue una tortura. Cuando estabas dando ese reporte…
—Tocaste mi mano hoy —bromeó Maria. —Estabas mirando mi cuaderno.
—Besaste a Ericxon —contestó Jorge. —Estaba muy celoso.
—Entonces eso funcionó —susurró Maria.
Jorge suspiró y envolvió sus manos alrededor de ella. Encontró su boca con la de ella y se besaron febrilmente, con sus manos recorriendo la espalda del otro.
Retrocedieron por un segundo, sin aliento mirándose a los ojos.
—No más hablar sobre clases —dijo Jorge.
—Trato hecho.
Él la guió dentro de una pequeña habitación que tenía ropa sobre el suelo y un bolso abierto de Lay’ s sobre la mesa de noche. Se sentaron en la cama. El colchón era apenas más grande que un twin, e incluso a pesar de que el edredón era de mezclilla rígida y el colchón tenía migajas de papas fritas en las grietas, Maria nunca había sentido algo tan perfecto en su vida.
Maria estaba aún en la cama, mirando una grieta en el techo. La luz de la calle afuera de la ventana emitía grandes sombras a través de todo, volviendo la desnuda piel de Maria en un extraño tono de rosado. Una leve y fría brisa de la ventana abierta apagó la vela de sándalo al lado de la cama. Escuchó a Jorge abrir el grifo del baño.

Wow, wow, ¡wow!
Se sentía viva. Ella y Jorge casi habían tenido sexo… pero entonces, exactamente al mismo momento, habían acordado que debían esperar. Así que se habían acurrucado uno al lado del otro, desnudos, y empezaron a hablar. Jorge habló sobre una vez cuando tenía seis años y esculpió una ardilla roja en arcilla, solo para que su hermano la aplastara. Cómo solía fumar mucha marihuana después de que sus padres se divorciaran. Sobre la vez que él tuvo que llevar al fox terrier de la familia al veterinario para que ella pudiera dormir. Maria le dijo sobre cómo cuando ella era pequeña, guardaba una lata de sopa de guisantes llamada Pee como mascota y lloró cuando su mamá trató de cocinar a Pee para la cena. Le habló sobre su costumbre furiosa de tejer y le prometió hacerle un suéter.
Era fácil hablar con Jorge —tan fácil que ella podía imaginar haciendo eso para siempre. Ellos podrían viajar juntos a lugares lejanos. Brasil sería sorprendente…
Podrían dormir en un árbol y comer nada más que plátanos y escribir obras por el resto de sus vidas…
Su Treo vibró. Ugh. Probablemente era Ericxon, preguntando qué le había sucedido. Abrazó una de las almohadas de Jorge cerca a ella
—mmm, olía como él— y esperaba a que saliera del baño y que la besara un poco más. Entonces el móvil vibró de nuevo. Y de nuevo y de nuevo.
—Jesús —gimió Maria, inclinando su desnudo cuerpo fuera de la cama y sacándolo de su bolso. Siete mensajes de texto. Y la vibración aún se mantenía.
Abrió la bandeja de entrada, Maria frunció el ceño. Todos los mensajes tenían el mismo título: ¡CONFERENCIA ESTUDIANTE-PROFESOR! Su estómago se revolvió y abrió el primero.

Maria,
¡Eso es como una clase de crédito extra!
Te quiere, S.

P.D. Me pregunto qué pensaría tu mamá si averiguara sobre la pequeña, uh, amiga de estudio de tu papá… ¡y que tú lo sabes!

Maria leyó el siguiente mensaje y el siguiente y el siguiente. Todos decían lo mismo. Dejó caer el Treo sobre el suelo. Tenía que sentarse.
No. Ella tenía que salir de allí.
— ¿Jorge? —frenéticamente miró fuera de las ventanas de Jorge.
¿Estaba observándola, en ese mismo momento? ¿Qué quería?
¿Era realmente el? —Jorge, tengo que irme. Es una emergencia.
— ¿Qué? —Jorge dijo detrás de la puerta del baño. — ¿Te vas?
Maria no lo podía creer tampoco. Tiró su camiseta sobre su cabeza.
—Te llamaré, ¿vale? Sólo tengo que ir a hacer algo.
—Espera. ¿Qué? —preguntó, abriendo la puerta del baño.
Maria agarró su bolso y salió disparada por la puerta y cruzó el patio. Tenía que escapar. Ahora.

Capítulo 24
Hay mas que solo zapatos y pantalones vaqueros en el armario de Yulexi

El límite de x es… —Murmuró para sí misma Yulexi. Se apoyó en un codo sobre su cama y miró fijamente el último modelo de su libro de cálculo cubierto solo con una bolsa marrón. La parte inferior de su espalda todavía ardía con Icy Hot.
Consulto su reloj: Era después de medianoche. ¿Estaba loca por estresarse por sus deberes de cálculo el primer viernes por la noche del año escolar?La Yulexidel año pasado habría pasado zumbando por el Mercedes de los Castro, bebido cerveza de barril mala, y tal vez besuquearse con Mason Byers o algún otro chico descuidado y mono. Pero nola Yulexide ahora. Era la estrella, y la estrella que tenía que hacer los deberes. Mañana,la Estrellaiba a visitar las tiendas de diseño del hogar con su mamá para adornar adecuadamente su granero. Incluso podría golpear la línea principal de bicis con su papá en el por la tarde, se había enfrascado en la lectura de algunos catálogos de ciclismo con ella durante la cena, preguntándole que forma de Orbea* le gustaba más. Nunca le había pedido su opinión acerca de bicicletas antes.
Ladeó su cabeza. ¿Fue eso un pequeño, tentativo golpe en la puerta? Soltando mecánicamente su lápiz, Yulexi miró afuera de la gran ventana delantera del granero. La luna estaba plateada y llena, y las ventanas de la casa principal emitían una caliente e intensa luz amarilla. Hubo un golpe de nuevo. Acolcho la pesada puerta de madera y la abrió una rendija.
—Hey —susurró Nelson. — ¿Estoy interrumpiendo?
—Por supuesto que no. —Yulexi abrió la puerta ampliamente. Nelson estaba descalzo, con una ajustada camiseta blanca que decía: UNIVERSIDAD DE
MEDICINA DE PENNSYLVANIA, y un corto y holgado pantalón caqui. Miró hacia abajo a su camiseta negra de French Connection*, a sus cortos pantalones de chándal con huellas de estrellas gris de Villanova, y a sus piernas desnudas. Su pelo estaba echado hacia atrás en una baja, desarreglada coleta, con mechones colgando alrededor de su cara. Era un aspecto completamente diferente del de todos los días, una camisa abotonada a rayas de Thomas Pink y pantalones vaqueros de Citizens. Ese aspecto decía, soy sofisticada y sexy, este aspecto decía, estoy estudiando. . . pero aun así sexy.
Muy bien, tal vez había previsto que esta oportunidad fuera de lugar pasaría. Pero sirve para demostrarte que no deberías solo ponerte tu ropa interior de talle alto y viejo, o la raída camiseta de gatos persas y corazones.
— ¿Cómo te va? —Preguntó. Una cálida brisa levantó las puntas de su pelo. Un cono de pino se cayó en un árbol cercano con un golpe fuerte.
Nelson se cernió al umbral de la puerta. — ¿No deberías estar fuera de fiesta?
Escuché que había una enorme fiesta en el campo en alguna parte.
Yulexi se encogió de hombros. —No es allí.
Nelson se encontró con sus ojos. — ¿No?
La boca de Yulexi se sentía algodonosa. —Um. . . ¿dónde está Karen?
—Está durmiendo. Demasiada renovación, supongo. Así que pensé que tal vez me podrías dar un tour por este fabuloso granero que donde no consigo vivir.
¡Ni nunca conseguí verlo!
Yulexi frunció el ceño. — ¿Tienes un regalo de inauguración de la casa?
Nelson palideció. —Oh yo...
—Estoy bromeando. —Abrió la puerta. —Entra al granero de Yulexi Gonzales.
Había pasado parte de la noche soñando despierta con todos los posibles escenarios para estar a solas con Nelson, pero nada comparado con tenerlo realmente aquí mismo, a su lado.

Nelson vagó sobre su poster de Pretty Little Liars y estiró sus manos detrás de su cabeza.
— ¿Te gusta Pretty Little Liars?
—Lo amo.
La cara de Nelson se iluminó. —Los he visto como veinte veces en Londres. Cada espectáculo se vuelve mejor.
Alisó el edredón de su cama. —Afortunado. Nunca los he visto en directo.
—Tenemos que remediar eso —dijo, apoyándose contra su sofá.
—Si vienen a Filadelfia, vamos.
Yulexi hizo una pausa. —Pero no creo…. — Entonces se detuvo. Estaba a punto de decir que no creo que a Karen le gusten, pero… quizás Karen no era invitada.
Lo guió hasta el armario del vestíbulo. —Este es mi, um, armario, —dijo, accidentalmente chocando contra la manija de la puerta.
—Solía ser una estación de ordeño.
— ¿Ah, sí?
—Sí. Esto es donde los granjeros oprimían los pezones de las vacas o lo que sea.
Se rió. — ¿No quieres decir las ubres?
—Uh, sí. —Yulexi se ruborizó. Uy.
—No tienes que mirar allí adentro para ser educado.
Quiero decir, sé que los armarios no son tan interesantes para los chicos.
—Oh no. —Nelson sonrió.
—He venido hasta aquí, quiero ver absolutamente lo que Yulexi Gonzales tiene en su armario.
—Como quieras. —Yulexi dio un golpecito a la luz del armario. El armario olía como a cuero, bolas de naftalina, y Clinique Happy* Había escondido toda su ropa interior, sujetadores, camisones, y la mugrienta ropa de hockey en cestas de mimbre separadas, y sus camisas limpias colgadas en filas, ordenadas según el color. Nelson se rió entre dientes. — ¡Es como estar en una tienda!
—Sí —dijo Yulexi tímidamente, pasando sus manos contra sus camisas.
—Nunca he oído hablar de una ventana en un armario.
—Nelson señaló a la ventana abierta de la pared del fondo. —Parece divertido.
—Era parte del granero original, —explicó Yulexi.
— ¿Te gusta que la gente te estén mirando desnuda?
—Hay persianas, — dijo Yulexi.
—Lastima, —Nelson dijo en voz baja.
—Parecías tan hermosa en el cuarto de baño... Esperaba que consiguiera verte... así... de nuevo.
Cuando Yulexi se dio la vuelta, ¿qué acababa de decir? Nelson la estaba mirando fijamente. Rozó sus dedos sobre el puño de un par de pantalones Joseph colgados. Deslizó su anillo de corazón Tiffany Elsa Peretti arriba y abajo de su dedo, con miedo de hablar. Nelson dio un paso adelante, luego otro, hasta que estuvo justo al lado de ella. Yulexi podía ver con la ligera luz las pecas sobre su nariz.La Yulexicon buenos modales en un universo paralelo lo habría eludido y mostrado el resto del granero. Pero Nelson seguía mirándola fijamente con sus enormes, magníficos ojos marrones.La Yulexi, que estaba aquí ahora se frotó sus labios juntos, temerosa de hablar, pero muriéndose por hacer... algo. Así que lo hizo. Cerró sus ojos, se estiró, y lo beso justo en los labios.
Nelson no vaciló. Le devolvió el beso, y luego se aferró a la parte de atrás de su cuello y la besó más duro. Su boca era suave, y sabia un poquito como a cigarrillos. Yulexi se hundió de nuevo en su pared de camisas. Nelson la siguió. Algunas se resbalaron de las perchas, pero a Yulexi no le importo.

Se echaron sobre el suave alfombrado del suelo. Yulexi pateó su listón de campo de hockey fuera del camino. Nelson rodó encima de ella, gimiendo levemente.
Yulexi agarró de un puñado su camiseta puesta con sus manos y tiró de ella sobre su cabeza. Él le quito la suya después y recorrió con su pie sus piernas arriba y abajo. Se dieron la vuelta y ahora Yulexi estaba encima de él. Un enorme, aumento abrumador de, bueno, no sabía que, la sobrecogió. Lo que sea que fuera eso, era tan intenso que no se le ocurrió sentirse culpable. Hizo una pausa encima de él, respirando con dificultad. Se estiró y la besó de nuevo, después besó su nariz y su cuello. Entonces se levantó.
—Volveré enseguida.
— ¿Por qué?
Señaló con sus ojos a su izquierda, la dirección de su cuarto de baño.
Tan pronto como oyó que Nelson cerró la puerta, Yulexi echó hacia atrás su cabeza sobre el suelo y se quedó mirando aturdidamente a su ropa. Luego se levantó y se examino en el espejo de tres formas. Su pelo se había salido de su coleta y caía en cascada sobre sus hombros. Su piel desnuda parecía luminosa, y su rostro estaba ligeramente sonrojado. Sonrió a las tres Yulexi del espejo. Esto. Era. Increíble. Eso fue cuando el reflejo de la pantalla de su ordenador, justo enfrente de su armario, atrapó su atención.
Estaba brillando intermitentemente. Se dio la vuelta y entrecerró los ojos. Parecía como si tuviera cientos de mensajes instantáneos, apilados uno encima del otro.
Otro mensaje instantáneo apareció de pronto en la pantalla, esta vez escrito con un tipo de letra de 72 puntos. Yulexi parpadeó.

SSSSSS: Ya te dije que: besar al novio de tu hermana está mal.

Yulexi se acerco corriendo a la pantalla de su ordenador y leyó el mensaje instantáneo de nuevo. Se volvió y miró hacia el cuarto de baño, una pequeña franja de luz brilló por debajo de la puerta.
Definitivamente no era Andres Campbell.


Cuando besó a Leo de nuevo en séptimo grado, le dijo a Samir sobre eso, esperando algún consejo. Sam examinó la manicura francesa de las uñas de los pies de Yulexi durante un buen rato antes de que finalmente dijera:
—Sabes, he estado en tu lugar cuando se trata de Karen.
Pero esto es diferente. Creo que deberías decírselo.
— ¿Decírselo? —Yulexi replicó. —De ninguna manera. Me mataría.
— ¿Qué, crees que Leo va a salir contigo? —Sam dijo malignamente.
—No lo sé, —dijo Yulexi. — ¿Por qué no?
Sam bufo. —Si no se lo dices, tal vez yo lo haré.
— ¡No, no lo harás!
— ¿Ah, sí?
—Si se lo dices a Karen, —dijo Yulexi después de un momento, su corazón latiendo salvajemente, —Le diré a todo el mundo acerca deLa Cosade Gabriela.
Sam profirió una carcajada. —Eres simplemente tan culpable como yo.
Yulexi miró fijamente a Sam larga y duramente. —Pero nadie me vio.
Se volvió hacia Yulexi y le dio una mirada feroz y enojado, más aterradora que cualquier mirada que hubiera dado alguna vez a cualquiera de las chicas antes.
— Sabes que tuve cuidado de eso.
Luego hubo esa fiesta de pijamas en el granero el último día de séptimo grado.
Cuando Sam dijo como de monos eran Leo y Karen juntos, Yulexi se dio cuenta de que Sam realmente podría decírselo. Entonces, curiosamente, una luz, una sensación de libertad la invadió. Déjala, Yulexi pensó. De repente no le importaba ya más. E incluso aunque sonaba horrible decirlo ahora, la verdad era que, Yulexi quería ser libre de Sam, en ese mismo momento.
Ahora Yulexi sentía náuseas. Oyó el agua del inodoro. Nelson anduvo a zancadas y se quedó de pie en el umbral de la puerta del armario. —Ahora,
¿Dónde estábamos? —susurró.

Pero Yulexi todavía tenía sus ojos fijos en la pantalla de su ordenador.
Algo en ella, un destello rojo, se acaba de mover. Parecía como... un reflejo.
— ¿Qué pasa? —Nelson preguntó.
—Shh, —dijo Yulexi. Sus ojos se centraron. Fue un reflejo. Se dio la vuelta. Había alguien fuera de su ventana.
—Santo, —dijo Yulexi. Mantuvo firme su camiseta contra su pecho desnudo.
— ¿Qué es? —Nelson preguntó.
Yulexi dio un paso atrás. Su garganta estaba seca. —Oh, —graznó.
—Ah —Nelson repitió.
Karen estaba de pie afuera de la ventana, su pelo desordenado y como Medusa, su rostro absolutamente inexpresivo. Un cigarrillo se meneaba entre sus pequeños, y generalmente estables dedos.
—No sabía que fumabas, — finalmente dijo Yulexi.
Karen no respondió. En su lugar, tomó una calada más, tiró la colilla en la hierba húmeda de rocío, y se volvió de nuevo hacia la casa principal.
— ¿Vienes, Nelson?— Karen llamo fríamente sobre su hombro.

Capítulo 25
¡Estudiantes de manejo en estos dias!

Julia se quedó boquiabierta cuando dobló la esquina del césped delantero de Ericxon. ¡Oh Por Dios!
Kelimar se asomó a la ventana del BMW del padre de Raul y sonrió a Julia.
— ¿Tú lo amas?
Los ojos de Julia se iluminaron. —Estoy sin palabras.
Kelimar sonrió agradecida y tomó un trago de la botella de Ketel One que había birlado de la mesa de alcohol. Hace dos minutos, había enviado a Julia una imagen del BMW, con el mensaje, estoy lubricada y al frente. Vamos de paseo.
Julia abrió la pesada puerta de servicio y se deslizó en el asiento. Ella se inclinó y miró intensamente la insignia de BMW en el volante.
—Es tan hermoso… —Ella trazó los triángulos azules y blancos con su dedo meñique.
Kelimar sacudió la mano fuera. — ¿Te impresiona mucho?
Julia levantó la barbilla y valoró el pelo sucio de Kelimar, su vestido torcido y la cara llena de lágrimas. — ¿Las cosas no van bien con Raul?
Kelimar miró hacia abajo y atascó la llave de ignición.
Julia se trasladó a abrazarla. —Oh Keli, lo siento… ¿Qué pasó?
—Nada. Lo que sea. —Kelimar se apartó y se puso sus gafas de sol, lo la que hizo un poco difícil de ver, ¿pero a quién le importaba? Arrncó el coche. Se echó a la acción, todas las luces de tablero de mandos del BMW estaban puestas en marcha.
— ¡Lindo! —Julia gritó—. ¡Es como las luces en el Club Shampoo!
Kelimar golpeó el tren de marcha atrás y los neumáticos rodaron por la hierba espesa. Luego tiró la palanca, volteó la rueda, y se fueron. Kelimar estaba demasiado excitada para preocuparse por el hecho de que las dos líneas en la carretera se cuadruplicaban en su visión.
—Yee Haw, —gritó Julia. Ella bajó la ventanilla para dejar aletear su largo, pelo rubio detrás de ella. Kelimar encendió un parlante y giró el dial de la radio Sirius hasta que encontró una estación de radio que tocaba rap retro “Baby got back” Ella subió el volumen y la cabina latía, por supuesto, el coche tenía el dinero que podía comprar los mejores bajos.
—Eso está mejor —dijo Julia.
—A que sí, —Kelimar respondió.
A medida que navegaba un giro brusco un poco demasiado rápido, algo en el fondo de su mente hizo ping.
No vas a ser tú.
Ouch.
¡Incluso papá no te ama tanto!

Doble ouch.
Bueno. Kelimar presionó el acelerador y casi sacó el buzón con forma de perro de alguien. —Tenemos que ir a alguna parte y mostrar.
Julia llevó su tacones Miu Miu para arriba en el tablero de instrumentos, manchas briznas de hierba y suciedad se salpicaron. — ¿Qué tal Wawa? Estoy muriendo por algunos Tastykake.
Kelimar se rió y bebió otro trago de Ketel One.
—Debe estar súper-cocida al horno.
—Yo no sólo estoy en el horno, ¡estoy asada a la parrilla!
Se metieron torcidamente en el estacionamiento de Wawa y cantaron: “¡Me gusta los traseros grandes y no puedo mentir!”, —Ya que tropezaron en la tienda.
Un par de chicos mandaderos sucios, que estaban sosteniendo tazas de64 onzasde café y apoyados en sus camiones, se quedaron con la boca abierta.
— ¿Puedes darme tu sombrero? —Julia preguntó al más flaco de los dos, señalando a su gorra de malla que decía WAWA GRANJAS.
Sin decir una palabra, el hombre se la dio.
—EW, —Kelimar dijo en voz baja
—. ¡Esa cosa está llenas de gérmenes! —
Pero Julia ya se la había puesto en la cabeza.
En la tienda, Julia compró dieciséis Tastykake Krimpets de caramelo, una copia de la revista Seeventeen, y una enorme botella de Tahitian; Kelimar compró unos
Tootsie Pop por diez centavos. Cuando Julia no estaba mirando, se metió un Snickers y un paquete de M & M's en su bolso.
—Puedo oír el coche —dijo Julia soñadora y cuando pagaron. —Está gritando.
Era cierto. En su bruma borracha, Kelimar había activado la alarma en el llavero. — Vaya. —Ella se rió.
Ululando de risa, corrieron hacia el coche y se deslizó en el interior. Se detuvieron en un semáforo en rojo, sus cabezas flotando. El centro comercial del supermercado a su izquierda estaba vacío a excepción de algunos carros de compra sueltos. Los signos de la tienda de neón brillaban ausentes, e incluso el
Dejavu bar estaba muerto.

—La gente de Valle Guanape son unos perdedores. —Kelimar hizo un gesto a la oscuridad. La carretera era estéril también, así que Kelimar dejó escapar un sobresalto, —Eep!
—Cuando un coche sigilosamente se enrollaba en el carril junto a ella.
Era un plateado, de nariz puntiaguda Porsche con vidrios polarizados y unos faros azules espeluznantes.
—Mira eso afuera, —dijo Julia, migajas de Krimpet cayendo de su boca.
Mientras miraban, el coche aceleró su motor.
—Quiere competir, —Julia dijo en voz baja.
—Mentira, —respondió Kelimar. Ella no podía ver quien estaba dentro del coche, sólo la punta roja de un brillante cigarrillo. Un sentimiento de inquietud se apoderó de ella. El coche aceleró el motor otra vez con impaciencia, esta vez, y por fin pudo ver un vago contorno del conductor. Él aceleró el motor de nuevo.
Kelimar levantó una ceja a Julia, con sensación de embriaguez, exagerada, e invencible por completo.
—Hazlo —Julia susurró, bajando el ala del sombrero de Wawa.
Kelimar tragó saliva. El semáforo se puso verde. Cuando Kelimar golpeó el gas, el coche en marcha hacia adelante. El Porsche gruñó delante de ella.
— ¡Kelimar, no dejes que te gane! —Julia gritó.
Kelimar retiró el pie del acelerador y el motor rugió. Ella se detuvo al lado del
Porsche. Hacían 80, luego 90, luego 100. Conducir esto se sentía mejor que robar.
— ¡Patéale! —Julia gritó.
Latidos cardíacos fuertes, Kelimar presionaba el pedal hasta el suelo. Casi no podía oír lo que Julia estaba diciendo sobre el ruido del motor. Al doblar una curva, un ciervo entró en su carril.
Salió de la nada.
— ¡Dios Santo! —Kelimar gritó. El venado estaba mudo todavía. Ella se aferró al volante con fuerza, los frenos, y la derecha se desvió, y el venado saltó fuera del camino. Rápidamente, se arrancó la rueda para arreglar todo eso, pero el coche empezó a patinar. Los neumáticos atrapados en un parche de grava en el lado de la carretera, y de repente, giraban.
El coche dio vueltas y vueltas, y luego se dieron contra algo.
De repente, hubo una crisis, vidrios fragmentándose y. . . oscuridad.
Una décima de segundo más tarde, el único sonido en el coche era el ruido de un fuerte silbido de debajo de la campana.
Poco a poco, Hanna sintió su cara. Estaba bien, nada la había golpeado. Y las piernas las podía mover. Se incorporó a través de un grupo de cruzadas, e hinchadas telas—la bolsa de aire. Ella registró la de Julia. Sus largas piernas pateaban violentamente por detrás de su bolsa de aire.
Kelimar se limpió las lágrimas de las esquinas de sus ojos. — ¿Estás bien?
— ¡Sácame esta cosa de encima!
Kelimar se bajó del coche y después retiró la de Julia. Se quedaron en el lado de la carretera, respirando con dificultad. Cruzando la calle estaban los temas SEPTA y la oscuridad de la estación de Valle Guanape.
Podían ver a lo lejos por la carretera: No había ni rastro del Porsche, o el venado que habían perdido. Delante de ellos, los semáforos se balanceaban, pasando de amarillo a rojo.
—Eso fue algo —dijo Julia, con la voz temblorosa.
Kelimar asintió con la cabeza. — ¿Seguro que estás bien? —Miró el coche.
El extremo delantero entero se había arrugado en un poste de teléfono.
El parachoques colgaba del coche, tocando el suelo. Uno de los faros se había enredado en un ángulo torcido, y el otro brillaba locamente. Vapor mal oliente salía de la campana.
—No crees que valla a volar, ¿verdad? —Julia preguntó.
Kelimar se rió. Esto no debería haber sido divertido, pero lo era.
— ¿Qué debemos hacer?
—Debemos huir, —dijo Julia—. Podemos caminar a casa desde aquí.
Kelimar se tragó más risas. —Oh, Dios mío. ¡Raul se irá a la… Lo Odio!
Entonces las chicas se echaron a reír. Hipando, Kelimar se dio la vuelta en la carretera vacía y extendió sus brazos.
Había algo acerca de estar de pie en medio de una carretera de cuatro carriles
vacía. Se sentía que como ella era dueña de Valle Guanape. Ella también se sentía como si estuviera dando vueltas, pero tal vez eso era porque estaba perdida todavía. Arrojó el llavero junto al coche, golpeó el pavimento duro, y la alarma comenzó a llorar otra vez.
Kelimar se inclinó rápidamente y golpeó el botón de desactivación.
La alarma se detuvo. — ¿Tiene que sonar tan fuerte? —Se quejó.
—Totalmente. —Julia puso sus gafas de sol de nuevo—. El Padre de Raul realmente debería conseguir arreglar eso.

Capítulo 26
¿Me Amas? ¿Si o No?

El reloj de pie en el pasillo sonó a las9 a.m. el sábado por la mañana cuando
Gicelle bajó suavemente las escaleras de la cocina. Nunca se levantaba tan temprano los fines de semana, pero esta mañana, no podía dormir.
Alguien había hecho café, y había unos panecillos pegajosos colocados en un plato con estampado de pollos sobre la mesa. Lucía como si sus padres se hubieran ido a su caminata del sábado que nunca se suspende, llueva-o-haya-sol antes del amanecer. Si hacían sus dos vueltas por el vecindario, Gicelle podría salir de ahí sin que nadie se diera cuenta.
La noche pasada, después de que Julia la descubriera a ella y a Juan en la cabina de fotografía, Gicelle había huido de la fiesta —sin decirle adiós a Juan. Gicelle había llamado a Marielys —quien estaba en Applebee’s— y le pidió que la recogiera, inmediatamente. Marielys y Rafael, su novio, vinieron, sin hacer preguntas, a pesar de que su hermana le dio a Gicelle —que apestaba a whisky—una severa mirada paternal cuando se subió al asiento trasero. En casa, se había escondido bajo sus frazadas así no tendría que hablar con Marielys y había caído en un profundo sueño. Pero esta mañana, se sentía peor que nunca.
No sabía que pensar sobre lo que había sucedido en la fiesta. Todo era borroso.
Quería creer que besarse con Juan había sido un error, y que podría explicarle todo a Julio y estaría bien. Pero Gicelle seguía regresando a como se sentía todo. Era como si... antes de esa noche, nunca hubiera sido besada antes.
Pero no había nada, nada sobre Gicelle que dijera que Juan era drogadicto. Compraba tratamientos para chicas de aceite caliente para su cabello dañado por el cloro. Tenía un póster del ardiente nadador australiano Ian Thorpe sobre su pared. Se reía tontamente con las otras nadadoras sobre los chicos en sus Speedos*. Sólo había besado a otra chica, años atrás, y eso no contaba. Incluso si lo hacía, eso no quería decir nada, ¿cierto?
Rompió una Danish* por la mitad y se metió un pedazo en la boca. Su cabeza latía. Quería que las cosas volvieran a ser de la manera en que eran antes. Para tirar una toalla fresca en su bolso de lona y dirigirse hacia la práctica, felizmente haciendo caras de cerdo tonto en la cámara digital de alguien en el autobús de acercamiento. De estar contenta con sí misma y su vida y no ser un yo-yo emocional. Entonces ahí estaba. Juan era increíble y todo, pero sólo estaban confundidos —y tristes, por sus propias razones. Pero no eran drogadictos. ¿Cierto? Necesitaba algo de aire.
Afuera estaba desierto. Los pájaros estaban gorjeando ruidosamente, y el perro de alguien seguía ladrando, pero todo estaba quieto. Los periódicos recientemente entregados seguían esperando en los patios delanteros, envueltos en un plástico azul. Su vieja bicicleta de montaña roja Yeidi estaba apoyada contra el costado del cobertizo. Gicelle se subió, esperando ser lo suficientemente coordinada para andar en bicicleta después del whisky de la noche pasada. Se fue por la calle, pero la rueda delantera de su bici hizo un sonido de aleteo.
Gicelle se bajó. Había algo atrapado en la rueda. Un pedazo de una hoja de cuaderno fue calado por los radios. La sacó y leyó algunas líneas. Espera. Esta era su propia letra.

...Adoro mirar la parte de atrás de tu cabeza en clases. Adoro cómo comes goma de mascar siempre que hablamos por teléfono, y adoro que cuando zarandeas tus Skechers en clases cuandola Sra. Guauracomienza a hablar sobre famosos casos de juicios venezolanos, sé que estás totalmente aburrido.

Los ojos de Gicelle recorrieron alrededor de su patio delantero vacío. ¿Era esto lo que pensaba que era? Nerviosamente examinó rápidamente el final, con la boca seca.

...y he pensado mucho sobre por qué te besé el otro día. Me di cuenta de que: No fue una broma, Sam. Creo que te amo. Puedo entender si no quieres hablarme otra vez, pero simplemente tenía que decírtelo. – Gicell.

Había algo más escrito en el otro lado del papel. Le dio la vuelta.

Pensé que querrías esto de vuelta.
Con amor, S.

Gicelle dejó que su bicicleta cayera con un estrépito al piso.
Esta eralacarta para Sam, la que le había enviado justo después del beso. La que se preguntaba si Sam había tenido alguna vez.
Cálmate, se dijo Gicelle, notando que sus manos estaban temblando.Hay una explicación lógica para esto. Tenía que ser Juan. Vivía enla Antiguahabitación de
Sam. Gicelle le había contado a Juan sobre Samir y la carta la noche pasada.
¿Tal vez sólo se la estaba regresando?
Pero entonces...Con amor, S. Juan no escribiría eso. Gicelle no sabía qué hacer o con quién hablar sobre eso. Repentinamente, pensó en Maria. Había sucedido mucho anoche después de que Gicelle corriera hacia ella, había olvidado su conversación. ¿Qué extrañas preguntas sobre Samir había hecho Maria? Y había algo sobre su expresión la noche pasada. Maria lucía... nerviosa.
Gicelle se sentó sobre la tierra y miró hacia el mensaje de —Pensé que querrías esto de vuelta— otra vez. Si Gicelle recordaba correctamente, Maria tenía una letra puntiaguda que se parecía un montón a esta.
En los últimos días antes de que Sam hubiera desaparecido, ella le había dado un beso sobre la cabeza de Gicelle, forzando a Gicelle a seguir con lo que sea que quería hacer. No se le había ocurrido a Gicelle que tal vez Sam les había contado al resto de sus amigas. Pero quizás...
— ¿Cariño?
Gicelle saltó. Sus padres estaban de pie ante ella, vestidos con cómodas y prácticas zapatillas de lona, pantalones cortos de cintura alta, y pijas camisetas de golf color pastel. Su padre tenía un banano rojo para las emergencias*, y su madre movía las pesas para mano color turquesa hacia delante y hacia atrás.
—Hey —graznó Gicelle.
— ¿Yendo por un paseo en bicicleta? —preguntó su madre.
—Uh-huh.
—Se supone que estás castigada. —Su padre se puso sus lentes, como si necesitara ver a Gicelle para regañarla. —Sólo te dejamos salir anoche porque ibas a ir con Julio. Esperábamos que te hiciera entrar en razón. Pero los paseos en bicicleta están fuera de los límites.
—Bueno —graznó Gicelle, levantándose. Si sólo no tuviera que explicarles las cosas a sus padres. Pero entonces... lo que sea. No lo haría. No ahora. Pasó la pierna por sobre la barra y se sentó en su asiento.
—Tengo que ir a una parte —murmuró, pedaleando por su camino de entrada.
—Gicelle, vuelve aquí —gritó bruscamente su padre.
Pero Gicelle, por primera vez en su vida, simplemente siguió pedaleando.

Capítulo 27
¡No me hagas caso, estoy muerto!

Maria despertó con el timbre de su puerta. Excepto que no era el familiar timbre de su puerta, era “American Idiot” de Green Day. Huh, ¿cuándo sus padres lo habían cambiado? Tiró hacia atrás su edredón, se deslizó en las flores azules, se calzó sus suecos forrados de piel que había comprado en Amsterdam, y bajó por la escalera de caracol para ver quién era. Cuando abrió la puerta, se quedo sin aliento. Era Samir. El era más alto y su cabello negro había sido cortado tipo militar como siempre. Su rostro parecía más glamoroso y angular que como había sido en séptimo grado.
— ¡Taa-Daa! —Sam sonrió y extendió sus brazos—. ¡Estoy de vuelta!
—Santo... —Maria estaba ahogada en sus palabras, parpadeando furiosamente un par de veces—. ¿Do…Dónde has estado?
Sam rodó sus ojos.
—Mis estúpidos padres —dijo—. ¿Recuerdas a mi tía Carmen, la realmente genial, que nació en Francia y se casó con mi tío Hernei, cuando estábamos en séptimo? Fui a visitarla a Miami este verano. Entonces, me gustó tanto que sólo me quede allí. Les conté a mis padres acerca de esto, pero creo que se olvidaron de decirles a todos los demás.
Maria se froto los ojos.
—Así que, espera... ¿Tú has estado en Miami? ¿Estás bien?
Sam giró un poco.
—Yo estoy más que bien, ¿no? Oye, ¿te gustaron mis mensajes?
La sonrisa de Maria se desvaneció.
—Um... No, realmente.
Sam la miro herido.
— ¿Por qué no? Ese acerca de tu madre fue muy divertido.
Maria la miro fijamente.
—Dios que bueno que eres sensible. —Sam entrecerró los ojos—.
¿Vas a hacerme volar de nuevo?
—Espera, ¿qué? —Maria balbuceó.
Samir le dio a Maria una larga mirada, y una negra sustancia gelatinosa comenzó a gotear de su nariz.
—Les dije a los demás, ya sabes. Acerca de tu padre. Yo les dije todo.
—Tu… nariz. —Señaló Maria. De repente empezó a salir fuera de los ojos de Sam. Como si estuviera llorando petróleo, empezó a gotear de sus uñas también.
—Oh, sólo me estoy pudriendo —Sam sonrió.
Maria se irguió en su cama, el sudor empapó la parte posterior de su cuello, el Sol entraba a través de su ventana y ella escuchó “American Idiot” en el estero de su hermano, al lado. Revisó sus manos para ver si había rastro de aquello negro, pero estaban absolutamente limpias.
WOW
—Buenos días, cielo.
Maria se tambaleó por la escalera de caracol al ver a su padre, vestido solamente con delgados bóxer y una camiseta sin mangas, leyendo el “Philadelphia Inquirer”.
—Hey —murmuró bajo, arrastrándose hacia la maquina de café expresso. Se quedó mirando por mucho tiempo a su pálido padre, al azar los hombros peludos, movía sus pies y hacia ruidos “hmmm” en el papel.
— ¿Papá? —su voz se quebró ligeramente.
— ¿Mmmm?
Maria se apoyó en la isla tallada de piedra.
— ¿Pueden los fantasmas enviar mensajes de texto?
Su padre levantó la vista, sorprendido y confuso.
— ¿Qué es un mensaje de texto?
Metió la mano en una caja abierta de “Frosted Mini Wheats” y sacó un puñado.
—No importa.
— ¿Estás segura? —preguntó Ramon.
Se mordió el labio nerviosamente. ¿Qué es lo que quería preguntar?
¿Está un fantasma enviándome mensajes? Pero vamos, lo sabía.
De todos modos, no sabía porque el fantasma de Sam volvería a hacerle esto a ella. Era como si quisiera venganza, ¿pero eso era posible?
Sam había sido genial el día que descubrieron a su padre en el coche, Maria había huido de vuelta a la esquina y corrió hasta que tuvo que volver a caminar, ella siguió caminando hacia su casa, sin saber que hacer consigo misma. Sam la abrazo por un largo tiempo.
—No lo diré —le susurró.
Pero al día siguiente, las preguntas comenzaron. ¿Tú conoces a esa chica? ¿Es una estudiante? ¿Tu padre se lo diría a tu mamá? ¿Crees que lo está haciendo con muchos estudiantes? Por lo general Maria podría tener la curiosidad de Sam e incluso burlarse del “chico raro” del grupo. Pero esto era diferente. Esto DOLÍA.
Así que los últimos días de escuela, antes de su desaparición, Maria evitaba a
Samir. Ella no había enviado su mensaje de “estoy aburrida” durantela Clasede
Salud o ayudarla a limpiar su casillero. Y ciertamente no había hablado de lo sucedido, estaba loca de que Sam fuera indiscreto como si fuera un chisme de celebridad y no su vida, estaba loca porque Sam sabía. Periodo.
Ahora 3 años más tarde, Maria se preguntó quién debía realmente enloquecer con esto. En realidad no era Sam. Era su padre.
—Realmente no importa —Maria respondió a su padre, quien había estado esperando pacientemente, bebiendo su café—. Sólo estaba durmiendo.
—Ok —respondió Ramon incrédulamente.
Sonó el timbre. No era la canción de Green Day, era el típico bong bong, su timbre. Su padre levantó la vista.
—Me preguntó si es para Roilan —dijo—.
¿Sabias que una chica del Quaker School vino aquí a las 8:30 en busca de él?
—Ya yo voy —dijo Maria. Ella abrió la puerta de la entrada lentamente, pero era solamente Gicelle Tiapa del otro lado, su cabello negro desordenado y sus ojos hinchados.
—Hey —graznó Gicelle
—Hey —contestó Maria.
Gicelle hinchó sus mejillas con aire, su viejo hábito cuando estaba nerviosa. Se quedó allí por un momento, entonces, dijo. —Debería irme. —Y empezó a girar.
—Espera —Maria la tomó por el brazo—. ¿Qué? ¿Qué está pasando?
Gicelle se detuvo.
—Umm... está bien… pero esto va a sonar extraño.
—Está bien. —El corazón de Maria empezó a latir con fuerza.
—Yo estaba pensando en lo que decías ayer en la fiesta. Acerca de Sam. Me estaba preguntando... ¿Sam nunca les contó algo sobre mí? —dijo Gicelle en voz baja. Maria se apartó el cabello de sus ojos.
— ¿Qué? —Dijo Maria en voz baja—. ¿Recientemente?
Gicelle puso los ojos como platos.
— ¿Qué quieres decir con recientemente?
—Yo…
—En séptimo grado —interrumpió Gicelle—. Ella dijo… algo de gustos… ¿algo sobre mí en séptimo grado? ¿Lo estaba diciendo a todo el mundo?
Maria parpadeo. En la fiesta de ayer cuando vio a Gicelle, había querido más que nada decirle acerca de los mensajes de texto.
—No —respondió lentamente Maria—. El nunca habló a tus espaldas.
—Oh —Gicelle se quedó mirando al suelo—. Pero yo... —comenzó.
—Eh estado recibiendo esto… —dijo Maria al mismo tiempo.
Entonces, Gicelle miró más allá de ella y sus ojos acabaron por callarse.
—La señorita Gicelle Tiapa. ¡Hola!
Maria se volvió. En la sala estaba Ramon. Por lo menos traía una bata de baño a rayas. —No te he visto en años —dijo Ramon.
—Sí —Gicelle hinchó sus mejillas de nuevo—. ¿Cómo está Sr. Noguera?
Frunció el ceño.
—Por favor. Ya tienes edad suficiente para llamarme Ramon. —Se rascó la barbilla con el borde superior de la taza de café—. ¿Cómo es tu vida? ¿Buena?
—Absolutamente —Gicelle parecía que estaba a punto de llorar.
— ¿Necesitas algo de comer? —Preguntó Ramon—. Te ves con hambre.
—Oh no, gracias, yo… yo creo que en realidad no dormí bien.
—Ustedes chicas —negó con la cabeza—. ¡Nunca duermen! ¡Siempre le digo a Maria que necesita 11 horas, necesitara todo un banco de sueño, para cuando llegue ala Universidady tenga todas esas fiestas toda la noche! —Empezó a subir las escaleras del segundo piso.
Tan pronto como él se perdió de vista, Maria se volvió de nuevo alrededor.
—Es tan… —empezó. Pero, entonces, se dio cuenta de que Gicelle estaba en medio de su jardín, en camino a su bicicleta—. ¡Hey! —la llamó—. ¿Adónde vas?
Gicelle levantó su bicicleta de la tierra.
—No debería haber venido.
— ¡Espera! ¡Vuelve! Yo… ¡Yo necesito hablar contigo! —Maria gritó.
Gicelle se detuvo y levantó la vista. Maria sentía sus palabras como un enjambre de abejas en su boca. Gicelle parecía aterrorizada.

Pero de repente Maria estaba demasiado asustada para preguntar. ¿Cómo iba a hablar acerca de los mensajes de “S” sin mencionar su secreto? Todavía no quería que nadie lo supiera. Especialmente con su mamá sólo a un piso arriba.
Entonces, pensó en Ramon con su bata de baño y lo incomoda que Gicelle parecía a su alrededor en este momento. Gicelle había preguntado.
¿Te dijo Samir algo sobre mí en séptimo grado? ¿Por qué preguntaría algo así?
A menos que...
Maria se mordió la uña del meñique.
¿Qué pasa si Gicelle ya sabía el secreto de Maria?
Maria apretó su boca, paralizada.
Gicelle sacudió la cabeza.
—Nos vemos después —murmuró, y antes de que Maria pudiera recuperar su compostura, Gicelle estaba pedaleando furiosa lejos del camino.

Capítulo 28
Brad y Angelina realmente se conocieron en la estacion de policia de Valle Guanape

¡Señoras, descúbranlo por ustedes mismas!
La audiencia de Oprah aplaudió salvajemente, Kelimar se hundió en los cojines de su sofá café de cuero, observando el TiVo a distancia, sobre su vientre desnudo. Se podría utilizar un poco de auto-descubrimiento en esta fría mañana de sábado. La noche de ayer era bastante borrosa –como si hubiera pasado la noche sin su atención en ella– y tenía la cabeza palpitante.
¿Y si se trataba de algún tipo de animal? Ella había encontrado algunos envoltorios de dulces vacíos en su bolso. ¿Los había comido? ¿Todos ellos? Le dolía el estómago, después de todo, y parecía un poco hinchada. ¿Y por qué tenía un recuerdo de un camión de lácteos Wawa? Se sentía como un rompecabezas, excepto que Kelimar estaba demasiado impaciente para puzzles – siempre atascada con piezas que en realidad no encajan.
Sonó el timbre. Kelimar se quejó, a continuación, salió del sofá, sin molestarse en arreglar su camiseta de color verde del ejército, a la cual había dado vuelta y prácticamente se le veía un seno.
Abrió la puerta de roble y luego la cerró de nuevo.
Whoa. Era la policía, el Sr. de abril. Er, Anthony Wilden.
—Abre, Kelimar.
Ella lo observó a través de la mirilla. Se quedó con los brazos cruzados, pareciendo lista para los negocios, pero tenía el pelo un desastre y no vio el arma en ningún lugar. ¿Y qué clase de policía trabaja a las10 A. M. en un sábado por la mañana, tan despejada como ésta?
Kelimar miró su reflejo en el espejo redondo en la habitación. Jesús. ¿El sueño deja marcas de la almohada? Sí. Ojos hinchados, ¿labios necesitando brillo?
Absolutamente. Rápidamente pasó las manos por su cara, se apartó el pelo en una coleta, y se colocó las gafas de sol Channel. Luego abrió la puerta.
— ¡Hey! —ella dijo brillante. — ¿Cómo estás?
— ¿Está en casa tu madre? —preguntó.
—No, —dijo Kelimar coqueta. —Ella está fuera toda la mañana.
Anthony frunció los labios, subrayándola con la mirada. Kelimar notó que Anthony tenía una clara curita por encima de su ceja derecha. —Qué, ¿tu novia se enfadó contigo? — preguntó ella, apuntando a la misma.
—No… —Anthony tocó la curita. —Me golpee con el botiquín cuando me estaba lavando la cara. —Él puso los ojos. —Yo no soy la persona más graciosa en la mañana.
Kelimar sonrió. —Únete al club. Caí sobre mi trasero anoche. Fue tan casual.
La expresión de Anthony fue repentinamente sombría. — ¿Fue eso antes o después de robar el coche?
Kelimar se apartó. — ¿Qué?
¿Por qué Anthony estaba mirándola como si ella fuera la hija amorosa de unos extraterrestres?
—Hubo una denuncia anónima de que tu habías robado un coche —enunció lentamente.
La boca de Kelimar se abrió. —Yo… ¿Qué?
— ¿Un BMW negro? ¿Que pertenencia a un señor Edwin Ackard?
¿Tú te estrellaste contra un poste de teléfono? ¿Después de beber una botella de Ketel One? ¿Algo te suena familiar?
Kelimar empujó sus gafas de sol hasta la nariz. Espera, ¿qué estaba pasando?
—Yo no estaba borracha la noche anterior, —ella mintió.
—Hemos encontrado una botella de vodka en el piso del lado del conductor en el coche — dijo Anthony. —Por lo tanto, alguien estaba borracho.
—Pero…—Kelimar comenzó.
—Tengo que llevarte a la estación, —Anthony interrumpió, sonando un poco decepcionado.
—Yo no lo robé, —chilló Kelimar.
—Raul -su hijo- ¡dijo que podía tomarlo!
Anthony enarcó una ceja.
— ¿Así que admites que lo estabas conduciendo?
—Yo —Kelimar comenzó. Dios. Dio un paso atrás en la casa.
—Pero mi mamá ni siquiera está aquí. Ella no sabrá que me pasó.
—Vergonzosamente, las lágrimas corrieron de sus ojos.
Ella se dio la vuelta, tratando de no insultar. Anthony cambió su peso incómodo. Parecía que no sabía qué hacer con las manos – en primer lugar las puso en los bolsillos, entonces se movió cerca de Kelimar, a continuación, las retorcía juntas. —Oye, puedes llamar a tu madre desde la estación, ¿bien? —dijo.
 —Y yo no te pondré las esposas. Puedes subir al auto conmigo.
—Volvió a su coche y abrió la puerta del pasajero para ella.
Una hora más tarde, se sentó en la estación de policía en el mismo asiento amarillo con forma de plásticos, mirando el mismo póster Chester County’Most Wanted, la mayoría del cartel de se busca, luchando contra la tentación de empezar a llorar otra vez. Ella acababa de dar un examen de sangre para ver si todavía estaba borracha de la noche anterior. Kelimar no estaba seguro si lo estaba – ¿el alcohol permanecía en su cuerpo por tanto tiempo? Ahora Anthony estaba encorvado sobre su escritorio, que tenía las plumas Bic y un Slinky metálico. Se pellizcó palma de su mano con las uñas Por desgracia, los acontecimientos de la noche anterior se habían fundido en su cabeza. El Porsche, el venado, la bolsa de aire. ¿Si Raul dijo que podía coger el coche? Lo dudaba, lo último que podía recordar es su pequeña autoestima por el discurso antes de que él la abandonara en el bosque.
— ¿Hey, estabas en la batalla de las bandas de Swarthmore la última noche?
Un chico en edad de la universidad con un corte de pelo se sentó al lado de ella.
Llevaba arrancada una camisa de franela surfista, unos vaqueros salpicados de pintura, y estaba sin zapatos. Tenía las manos esposadas.
—Um, no, —Kelimar murmuró.
Se inclinó hacia ella, y Kelimar podría oler su respiración.
—Oh. Pensé que te vi allí.
Era yo y bebí demasiado y empecé a aterrorizar a las vacas de alguien.
¡Es por eso que estoy aquí! ¡Yo estaba invadiendo!
—Me alegro por ti —respondió ella con frialdad.
— ¿Cómo te llamas? —Él sonó sus puños.
—Um, Angelina. —Como que le iba a decir su verdadero nombre.
—Hey, Angelina, —él dijo. — ¡Soy Brad!
Kelimar esbozó una sonrisa por la forma en que esa línea era divertida.
En ese momento, la puerta delantera de la estación se abrió. Kelimar lo tiró de vuelta en su asiento y empujó sus gafas de sol hasta la nariz.
Genial. Era su mamá.
—He venido en cuanto lo oí, —la Sra. Hernandezle decía a Anthony.
Esta mañana,la Sra. Hernandezllevaba un simple suéter blanco con cuello te, unos vaqueros de talle pequeño James, zapatillas abiertas Gucci y los exactos mismos tonos de Channel que Kelimar estaba usando. Su piel radiante.
—Había estado en el spa durante toda la mañana —y su color rojo-oro en el pelo recogido, que estaba recogido en una coleta sencilla. Kelimarentrecerró los ojos.
¿Su mamá había rellenado su sostén? Sus pechos parecían que pertenecían a otra persona.
—Voy a hablar con ella, —la Sra. Hernandezle dijo a Anthony en voz baja.
Luego se acercó a Kelimar. Olía a Envoltura Corporal de algas. Kelimar, sintió el
Ketel One que olía a certezas y waffles Eggo, trató de encogerse en su asiento.
—Lo siento —chilló Kelimar.
— ¿Te hicieron la prueba de sangre? —siseó.
Ella asintió con la cabeza tristemente.
— ¿Qué otra cosa les dijiste?
—Nn-nada —balbuceó ella.
La Sra. Hernandezenlazó sus cuidadas manos juntas.
—Muy bien. Yo me encargaré de esto. Sólo silencio.
— ¿Qué vas a hacer? —Ella susurró—. ¿Está vez vas a llamar al padre de Raul?
—Dije que lo voy a manejar, Kelimar.
Su madre se levantó del asiento de cubo de plástico y se inclinó sobre el escritorio de Anthony. Kelimar arrancó de la cartera su paquete de emergencia de Twizzlers n- Peel. Tenía un par, no el paquete entero. Tenían que estar aquí, en alguna parte. Cuando ella sacó los Twizzlers, sintió que su BlackBerry zumbaba. Kelimar vaciló. ¿Y si era Raul, dejando un mensaje a través del correo de voz? ¿Y si era Julia? ¿Dónde estaba Julia? ¿Y si la hubiesen dejado ir al torneo de golf? Ella no había robado el coche, pero había venido adelante para el paseo. Que había que contarlo para algo. Su BlackBerry mostraba algunas llamadas perdidas. Raul. . . seis veces. Julia, dos veces, a las 8 y 8:03 A. M. Había también algunos de los nuevos mensajes de texto: un montón de niños en la fiesta, sin relación, y luego otro de una cantidad de números que no reconocía. El estómago de Kelimar se anudó.

Kelimar: ¿Recuerdas el cepillo de dientes KATHERINE? ¡Me lo imaginaba!—S

Kelimar parpadeó. S, un húmedo sudor frío se reunió en la parte de atrás de su cuello. Se sintió mareada. ¿El cepillo de dientes Katherine?
—Vamos —dijo ella con voz temblorosa, tratando de reír. Ella levantó la vista a su madre, pero ella todavía estaba inclinada sobre el escritorio de Anthony, hablando.
Cuando estaba en Annapolis, después de que su padre le dijo a Kelimar que era, en esencia, un cerdo, Kelimar se disparó de la cena y corrió hacia el baño. Ella se metió en la sala, cerró la puerta, y se sentó en el inodoro.
Ella respiró hondo, tratando de calmarse. ¿Por qué no podía ser bella y graciosa y perfecta como Sam o Katherine? ¿Por qué tenía que ser quien era, rechoncha, torpe y un caso perdido? Y ella no estaba segura de con quién estaba más enojada con su padre, Katherine, ella misma, o... Samir. Cuando se atragantó Kelimar, enojada con ardientes lágrimas, se dio cuenta de la tres fotografías enmarcadas en la pared al otro lado de la taza del baño. Todos eran primeros planos de los ojos de alguien. Reconoció a su padre bizco, los ojos expresivos de inmediato. Y había es pequeña ‘v’, entre las cejas. El tercer par de ojos eran grandes, embriagadores. Los miró como si fueran salidos de un anuncio de rimel Channel. Era evidente que era Katherine. Todos la estaban mirando.
Kelimar se quedó mirándose en el espejo. Una carcajada flotaba desde el exterior. Su estómago se sentía como si hubiera roto por todas las palomitas de maíz que había comido. Se sintió tan enferma, ella sólo quería salir de allí, pero cuando ella se inclinó sobre el inodoro, no pasó nada. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Se dio cuenta de un cepillo de dientes verde colocado en una taza de porcelana. Tuvo una idea. Tardó diez minutos en obtener el valor suficiente para ponerlo en su garganta, pero cuando lo hizo, se sintió mal – pero también mejor.
Ella empezó a llorar aún más difícil, pero también quería hacerlo otra vez. A medida que disminuyó el cepillo de dientes atrás en su boca, la puerta del baño se abrió. Era Samir. Sus ojos recorrieron a Kelimar arrodillada en el suelo, el cepillo de dientes en la mano. —Whoa, —ella dijo.
—Por favor, vete, —Kelimar en voz baja.
Samir dio un paso en el baño. — ¿Quieres hablar de ello?
Kelimar la miró con desesperación. — ¡Por lo menos cierra la puerta!
Sam cerró la puerta y se sentó en el borde de la bañera.
— ¿Cuánto tiempo has estado haciendo esto?
Los labios de Kelimar temblaban. — ¿Haciendo qué?
Sam hizo una pausa, mirando al cepillo de dientes. Sus ojos se abrieron.
Kelimar lo miró también. Ella no lo había visto antes, pero Katherine estaba impresa en la superficie en letras blancas.
Sonó un teléfono en voz alta en la estación de policía y Kelimar se estremeció.
¿Recuerdas el cepillo de dientes Katherine? Alguien más se habría enterado del problema alimenticio de Kelimar, o podría haberla visto entrar en la estación de policía, o incluso podría saber acerca de Katherine. ¿Pero el cepillo de dientes verde? Sólo había una persona que sabía de eso.
A Kelimar le había gustado creer que si Sam estuviera vivo, estaría estupefacto con ella, ahora que su vida era tan perfecta. Esa fue la escena que repite en su mente constantemente – Sam impresionado por su tamaño de pantalones vaqueros. Sam sorprendido por los labios con brillo Channel. Ali felicitando a Kelimar sobre la forma en que había planeado la fiesta en la piscina perfecta.
Con las manos temblorosas, Kelimar escribió:¿Es éste Samir?
—Anthony, —gritó un policía. —Te necesitamos en la retaguardia.
Kelimar levantó la vista. Anthony Wilden se levantó de su escritorio, excusándose de la madre de Kelimar. En cuestión de segundos, el lugar entro en plena acción. Un coche de policía salió volando del estacionamiento, tres más seguidos. Los teléfonos sonaron como maníacos; cuatro policías corrían por la habitación.
—Parece que algo grande, —dijo Brad, el delincuente borracho sentado a su lado.
Kelimar se estremeció –se había olvidado que él estaba allí.
— ¿La escasez de esposas? —preguntó ella, tratando de reír.
—Más grande. —Movió las manos esposadas con entusiasmo.
—Parece como algo muy grande.

Capítulo 29
Buenos dias, te odiamos

El sol se derramó a través de la ventana del granero, y por primera vez en la vida de Yulexi, fue despertada por los trinos llenos de vida de los gorriones en lugar del atemorizante tecno-mix de los 90’s de su padre maldiciendo desde la sala de ejercicios de la casa principal. Pero ¿Podía disfrutar eso? No.
Aunque no había bebido una gota anoche, su cuerpo se sentía adolorido, frío y con resaca. No había nada de descanso en su estanque. Después de que Nelson se fuera, ella había tratado de dormir, pero su mente daba vueltas.
La forma en que Nelson la había cogido se sintió tan... diferente. Yulexi nunca antes había sentido algo ni remotamente como eso. Pero entonces ese IM. Y la expresión calmada, misteriosa de Karen.
Y...A medida que la noche avanzaba, el granero tembló y crujió, y Yulexi se tapó conlas mantas hasta la nariz, temblando. Se reprendió a sí misma por sentirseparanoica e inmadura, pero no podía evitarlo. Se mantuvo pensando en lasposibilidades.Eventualmente, se había levantado y reiniciado su computador. Por unas pocashoras, buscó en Internet. Primero miró en sitios técnicos, buscando respuestasacerca de cómo rastrear mensajes instantáneos. Sin suerte. Entonces trató deencontrar de dónde ese primer e-mail-el titulado —codicia— había venido. Buscó,desesperadamente, un camino que terminara en Andres Campbell.

Ella encontró que Andres tenía un Blog, pero después de limpiar todo el lugar, no encontró nada. Todas las entradas eran acerca de los libros que a Andres le gustaba leer, un estúpido chico filosofando, unos pocos pasajes melancólicos sobre una fijación no correspondida por una chica que nunca nombra. Ella pensó que podría dejarse llevar y delatarse a sí mismo, pero él no lo hizo. Finalmente, tipeó las palabras clave Personas perdidas y Samir Combs. Encontró las mismas cosas desde hace años atrás-los reportes en CNN y el Philadelphia Inquirer, grupos de búsqueda y extraños sitios, como uno que proyectaba como podría verse Maria con diferentes peinados. Yulexi miró a la foto de escuela que ellos habían usado; ella no había visto una foto de Sam en un largo tiempo.
¿Podría reconocer a Sam si el tenía, por ejemplo, el pelo corto y negro? El ciertamente lucía diferente en la fotografía que habían creado. La puerta protectora del edificio principal chirrió cuando ella la empujó nerviosamente. Dentro, ella olió el café recién preparado, lo cual era extraño, porque por lo general su mamá ya estaba en los establos a esta hora y su papá estaba montando o en el campo de golf. Se preguntó que habría pasado entre Karen y Nelson después de la noche pasada, rezando para no tener que enfrentarlos.
—Te hemos estado esperando.
Yulexi saltó. En la mesa de la cocina estaban sus padres y Karen. La cara de su madre estaba pálida y agotada y las mejillas de su padre estaban rojo remolacha.
Los ojos de Karen estaban enrojecidos e hinchados. Incluso los dos perros no saltaban a darle la bienvenida como normalmente lo hacían.
Yulexi tragó fuerte. Demasiado para rezar.
—Siéntate, por favor, —dijo su padre tranquilamente.
Yulexi arrastró la silla de madera y se sentó junto a su madre. La habitación estaba tan quieta y en silencio que podía oír su estomago, nerviosamente en ciclo de centrifugado.
—Ni siquiera sé que decir, —Graznó su madre. — ¿Cómo pudiste?
El estómago de Yulexi cayó. Abrió su boca, pero su madre levantó su mano.
—Tú no tienes derecho a hablar en este momento.
Yulexi cerró su boca y bajó los ojos.
—Honestamente, —dijo su padre, —Estoy muy avergonzado de que seas mi hija ahora. Pensé que te había criado mejor.
Yulexi recogió una áspera cutícula de su pulgar y trató de detener el temblor de su barbilla. — ¿En que estabas pensando? —preguntó su madre. —Era el novio de ella. Estaban planeando mudarse juntos. ¿Te das cuenta de lo que has hecho?
—Yo... —Comenzó Yulexi.
—Quiero decir... —interrumpió su madre, entonces escurrió sus manos y miró abajo. —Tú eres menor de edad, lo que significa que somos legalmente responsables por ti. —Dijo su padre. —Pero si fuese por mí, te hubiese echado fuera de esta casa ahora mismo.
—Desearía no tener que verte nunca más, —escupió Karen.
Yulexi se sintió desfallecer. Ella medio había esperaba que ellos dejaran sus tazas de café y le dijeran que sólo estaban bromeando, que todo estaba bien. Pero ellos ni siquiera podían mirarla. Las palabras de su padre picaban sus oídos: Estoy tan avergonzado de que seas mi hija. Ninguna persona nunca habría le había dicho nada como esto antes.
—Una cosa es segura; Karen se mudará al granero, —Su madre continuó. —
Quiero todas tus cosas de vuelta a tu antigua habitación. Y una vez que su casa en la ciudad esté lista, voy a convertir el granero en un estudio de cerámica.
Yulexi enrolló sus puños bajo la mesa, disponiéndose a sí misma para no llorar.
Ella no se preocupaba por el granero, no en realidad. Era lo que iban a hacer con el granero lo que importaba. Era que su papá iba a construir estantes para ella. Su madre iba a ayudarla a elegir cortinas nuevas. Ellos habían dicho que podría tener un gatito e incluso habían gastado varios minutos pensando en nombres divertidos para él. Ellos estaban emocionados por ella. Ellos se preocupaban.
Alargó la mano al brazo de su madre. —Lo siento.
Su madre deslizó su cuerpo lejos. —Yulexi, no.
Yulexi no logró tragarse el sollozo. Lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas.
—No es conmigo con quién necesitas disculparte, de todas maneras, —dijo su madre en voz baja.
Yulexi miró a Karen lloriqueando, a través de la mesa. Se limpió la nariz. Por mucho que odiara a Karen, nunca la había visto así de miserable, no desde que
Ian rompió con ella en el Instituto. Estuvo mal coquetear con Nelson, pero Yulexi no había pensado que pudiera ir tan lejos como fue. Trató de ponerse en el lugar de Karen, si ella hubiese conocido a Nelson primero, y Karen lo hubiese besado, estaría destrozada también. Su corazón se ablandó. —Lo siento, —Susurró.
Karen se estremeció. —Púdrete. —escupió.
Yulexi se mordió dentro de la boca tan fuerte que saboreó sangre.
—Sólo pon tus cosas fuera del granero —su madre suspiró.
—Entonces sal de nuestra vista.
Los ojos de Yulexi se ampliaron. —Pero... —chirrió.
Su padre le dio una mirada en blanco.
—Es sólo que es tan despreciable, —murmuró su madre.
—Eres una golfa —arrojó Karen.
Yulexi asintió, tal vez si estaba de acuerdo, ellos pararían. Ella quería encogerse en una pequeña pelotita y evaporarse. En lugar de eso, murmuró,
—Voy a hacerlo ahora.
—Bien —Su padre tomo otro sorbo de café y dejó la mesa.
Karen hizo un pequeño chirrido y empujó su silla
Ella lloriqueó todo el camino subiendo las escaleras hasta tirar la puerta de su dormitorio. —Nelson nos dejó anoche. —Dijo el Sr. Gonzales parando en la puerta. —No vamos a escuchar de él de nuevo, y si sabes lo que te conviene, no vas a hablar de él nunca más.
—Por supuesto —murmuró Yulexi, y apoyó su cabeza en la fresca mesa de roble.
—Bien.
Yulexi mantuvo su cabeza firmemente en la mesa, haciendo la respiración de
fuego1 del yoga y esperando a que alguien viniera y le dijera que todo estaría bien.
Nadie lo hizo. Fuera, escuchó la sirena de una ambulancia chillando a la distancia.
Sonaba como si estuviera viniendo hacia la casa.
Yulexi se paró. Oh Dios. ¿Y si Karen se había... dañado a sí misma? Ella no,
¿Podría hacerlo? Las sirenas aullaban, acercándose. Yulexi empujó su silla.
— Dios — ¿Qué había hecho? — ¡Karen! —Gritó, corriendo a las escaleras.
— ¡Eres una golfa! —Llegó una voz. — ¡Eres una zorra!
Yulexi se dejó caer contra la barandilla. Bien entonces. Parecía que Karen estaba muy bien, después de todo.

Capítulo 30
El circo esta de vuelta en la ciudad

Gicelle se alejó furiosamente en bicicleta de la casa de Maria, casi sin ver a un corredor en el lado de la carretera. — ¡Cuidado! —gritó él.
Cuando ella pasó a un vecino con dos Gran Daneses, Gicelle tomó una decisión.
Tenía que ir a lo de Juan. Era la única respuesta. Quizás Juan lo había querido decir en un buen sentido, como si ella le estuviera regresando la nota después que
Gicelle le contara sobre Samir la noche pasada. Tal vez Juan quiso mencionar la carta anoche pero, por la razón que sea, no lo hizo.
¿Tal vezla Sera en realidad una J?
Además, ella y Juan tenían montones de cosas sobre las que hablar, además de la nota. Tratar con todo lo que pasó en la fiesta. Gicelle cerró los ojos, recordando.
Prácticamente podía oler el chicle de banana de Juan y sentir los suaves contornos de su boca. Abriendo los ojos, se desvió de la acera.
Bien, ellas definitivamente necesitaban trabajar en eso.
¿Pero qué quería decir Gicelle?
Me encantó.
No. Por supuesto que ella no podía decir eso. Ella diría, deberíamos ser sólo amigos. Ella iba a volver con Julio, después de todo. Si él quería. Quería retroceder el tiempo, volver a serla Gicelleque era feliz con su vida, con quien sus padres eran felices.La Gicellequién sólo se preocupaba por alcanzar su braza* y la tarea de álgebra.

Gicelle pasó pedaleando Myer Park, donde ella y Sam se columpiaban por horas.
Trataban de hacerlo al mismo tiempo juntas, y cuando lo hacían completamente,
Sam siempre decía, — ¡Estamos casadas! —entonces ellas gritaban y saltaban al mismo tiempo. Pero, ¿y si Juan puesto esa nota en su bicicleta? Cuando Gicelle le preguntó a Maria si Sam le había contado su secreto, Maria había respondido,
— ¿Qué, recientemente?
— ¿Por qué Maria diría eso? A menos… a menos que Maria supiera algo. A menos que Sam hubiera vuelto.
¿Era posible?
Gicelle se deslizó sobre la grava. No, era una locura. Su madre todavía intercambiaba tarjetas navideñas conla Sra. Combs; ella habría escuchado si
Sam hubiera regresado. Cuando desapareció Sam, había salido en las noticias las veinticuatro horas. Estos días, sus padres usualmente veían CNN mientras comían el desayuno. Seguramente sería una noticia importante nuevamente.
Aún así, era emocionante considerarlo. Cada noche por casi un año después de la desaparición de Sam, Gicelle le había preguntado a su Magic 8 Ball* si Samir volvería. Aunque a veces decía, Espera y ve, nunca decía, No. Ella también apostaba consigo misma, también: Si dos chicos subían al autobús escolar hoy usando remeras rojas, ella se susurraba a sí misma, Sam está bien. Si servían pizza en el almuerzo, Sam no está muerto. Si el entrenador nos hace practicar empezar y girar, Sam volvería. Nueve veces de diez, de acuerdo a las pequeñas supersticiones de Gicelle, Sam estaba volviendo a ellas.
Tal vez había estado en lo cierto.
Ella subió y rodeó una curva cerrada, evitando por poco un signo conmemorativo de piedra a la batalla dela Guerra Revolucionaria.Si Sam estaba de vuelta,
¿Qué significaría la amistad de Gicelle con Juan? Ella dudaba que pudiera tener dos mejores amigos... dos mejores amigos con las que se sentía de manera similar. Se preguntaba que pensaría Sam de Juan. ¿Y si se odiaban el uno al otro? Me encantó.
Deberíamos ser solo amigos.
Pasó junto a los hermosos caseríos, posadas de piedra desmoronándose, y camionetas de jardineros estacionadas en el bordillo de la calle. Ella solía pedalear en esta misma ruta a la casa de Sam; la última vez, de hecho, había sido antes del beso. Gicelle no había planeado en besar a Sam antes de venir; algo se había apoderado de ella en el calor del momento. Nunca olvidaría cómo eran los suaves labios de Sam o la mirada atónita en el rostro de Sam cuando ella se alejó. — ¿Por qué hiciste eso? —había preguntado ella.
Repentinamente, una sirena chilló detrás de ella. Gicelle apenas tuvo tiempo de moverse al bode de la calle antes de que una ambulancia de valle Guanape pasara gritando. Una ráfaga de viento se levantó, soplándole polvo en la cara. Se secó los ojos y observó cómo la ambulancia llegaba a la cima de la colina y se detenía en la calle de Samir.
Ahora estaba girando en la calle de Samir. El miedo paralizó a Gicelle. La calle de
Sam era… la calle de Juan. Se agarró de los manubrios de goma de su bicicleta. Con toda la locura, se había olvidado del secreto que Juan le había contado la noche pasada. El corte. El hospital. Esa enorme y dentada cicatriz. A veces siento como si fuera necesario, había dicho Juan.
—Oh Dios mío. —susurró Gicelle.
Pedaleó furiosamente y patinó en la esquina. Si las sirenas de la ambulancia se detienen en el momento en que doble la esquina, pensó ella, Juan estará bien.
Pero entonces la ambulancia se detuvo en frente de la casa de Juan. Las sirenas todavía estaban chillando. Autos de la policía estaban por todos lados.
—No. —susurró Gicelle. Médicos de bata blanca salían de los vehículos y corrían a la casa. Un montón de personas llenaban el patio de Juan, algunos con cámara.
Gicelle arrojó su bicicleta en la acera y corrió torcidamente hacia la casa.
— ¡Gicelle!
Juan irrumpió a través de la multitud. Gicelle se sobresaltó y corrió a los brazos de
Juan, lágrimas corriendo desordenadamente por su rostro.
—Estás bien. —Sollozó Gicelle—. Tenía miedo de…
—Estoy bien. —dijo Juan.
Pero había algo en su voz que claramente no estaba bien. Gicelle dio un paso atrás. Los ojos de Juan estaban rojos y mojados. Su boca estaba abierta nerviosamente.
— ¿Qué es? —Preguntó Gicelle—. ¿Qué pasa?
Juan tragó. —Hallaron a tu amigo.
— ¿Qué? —Gicelle lo miró, luego a la escena en el césped de Juan. Era todo tan inquietantemente familiar: la ambulancia, los autos de la policía, la multitud de personas, las cámaras de largo alcance. Un helicóptero de noticias sobrevolaba la zona. Esta era exactamente la misma escena que hace tres años, cuando Sam desapareció. Gicelle retrocedió de los brazos de Juan, sonriendo aliviada.
¡Ella había estado en lo correcto!
Samir estaba de vuelta en su casa, como si nada hubiera pasado.
— ¡Lo sabía! — susurró ella.
Juan tomó la mano de Gicelle.
—Estaban cavando para nuestra cancha de tenis. Mi mamá estaba ahí. Ella… lo vio. Escuché su grito desde mi cuarto. Gicelle soltó su mano. —Espera. ¿Qué?
—Traté de llamarte. —agregó Juan.
Gicelle arrugó el caño y le devolvió la mirada a Juan. Entonces miró al equipo de veinte efectivos de la policía. Ala Sra. Chafardethsollozando por el columpio. En la cinta LÍNEA POLICIAL, NO CRUCE curvándose alrededor del patio trasero. Y después en la furgoneta aparcada en la entrada. Decía, MORGUE VALLE GUANAPE PD. Lo había leído seis veces para darle sentido. Su corazón se aceleró y de repente no pudo respirar.
—No… entiendo. —Gicelle soltó, dando otro pasó atrás—. ¿Qué hallaron?
Juan la miró compasivamente, sus ojos brillando por las lágrimas.
—Tú amigo Samir, —susurró—. Acaban de encontrar su cuerpo.

Capítulo 31
Hell is other People*

Ramon Noguera tomó un sorbo de su café y encendió flojamente su pipa.
—La encontraron cuando estaban excavando el bloque de concreto en el patio trasero de Combs para hacer una cancha de tenis.
—Estaba debajo del concreto —saltó Ella. —Supieron que era ella por el anillo que estaba usando. Pero están haciendo pruebas de ADN para asegurarse.
Maria sentía como si un puño le hubiera golpeado en el estómago. Recordaba el anillo de Sam firmado con sus iniciales en oro blanco. Los padres de Sam lo habían conseguido para ella en Tiffany’s cuando tenía diez después de que le sacaran las amígdalas. A Sam le gustaba usarlo en el meñique.
— ¿Por qué tienen que hacerle pruebas de ADN? —preguntó Roilan.
— ¿Estaba toda descompuesta?
— ¡Michelangelo! —Ramon frunció el ceño.
—Esa no fue una cosa muy sensible de decir en frente de tu hermana.
Roilan se encogió de hombros y se metió un pedazo de ácida manzana verde Bubble Tape en su boca. Maria estaba sentada en frente de él, las lágrimas silenciosamente caían por sus mejillas, desenredando distraídamente la orilla de un individual roto. Eran las 2 p.m., y estaban sentados en la mesa de la cocina.
—Puedo manejarlo —la garganta de Maria se cerró. — ¿Estaba descompuesta?
Sus padres se miraron mutuamente. —Bueno, si —dijo su padre, rascándose el pecho a través de un pequeño agujero en su camiseta.
—Los cuerpos se desintegran bastante rápido.
—Enfermo —susurró Roilan.
Maria cerró sus ojos. Samir estaba muerto. Su cuerpo estaba podrido. Alguien probablemente lo había asesinado.
— ¿Cariño? —preguntó Emma calladamente, poniendo sus manos sobre las de Maria. —Cariño, ¿estás bien?
—No lo sé —murmuró Maria, intentando no comenzar a berrear de nuevo.
— ¿Te gustaría un Xanax*? —preguntó Ramon.
Maria negó con la cabeza.
—Tomaré un Xanax —dijo Roilan rápidamente.
Maria mordió nerviosamente el lado de su pulgar. Su cuerpo se sentía caliente y luego frío. No sabía qué hacer o qué pensar. La única persona que pensaba que podría hacerla sentir mejor era Jorge; pensaba que podría explicarle todos sus sentimientos a él. Al menos, la dejaría acurrucarse en su futón de tela de jeans y llorar. Echando su silla para atrás, se levantó para ir a su habitación. Ramon y Emma intercambiaron miradas y la siguieron a la escalera en espiral.
— ¿Querida? —preguntó Emma. — ¿Qué podemos hacer?
Pero Maria los ignoró y se dirigió hacia la puerta de su cuarto. Su habitación era un desastre. Maria no había limpiado desde que habían regresado de Australia, y para empezar no era la chica más ordenada del mundo. Su ropa estaba toda tirada sobre el piso en montones desorganizados. Sobre su cama había CDs, las lentejuelas que había usado para hacer un sombrero bordeado con cuentas, pinturas al agua, naipes, Pigtunia, líneas de dibujo del perfil de Jorge, varias madejas de hilo. La alfombra tenía una gran mancha de cera de vela roja sobre ella. Buscó entre las cobijas de su cama y en la superficie de su escritorio por su Theo —lo necesitaba para llamar a Jorge. Pero no estaba ahí. Revisó el bolso verde que había llevado a la fiesta la noche pasada, pero su teléfono no estaba en el tampoco. Entonces lo recordó. Después de que había recibido ese mensaje, había dejado caer el teléfono como si fuera venenoso. Debió haberlo dejado atrás.
Bajó rápidamente por las escaleras. Sus padres todavía estaban en el descanso de las escaleras.
—Voy a tomar el coche —masculló, agarrando las llaves por la argolla de la mesa del recibidor.
—Está bien —dijo su padre.
—Tómate tu tiempo —añadió su madre.
Alguien había mantenido abierta la puerta principal de la casa Jorge con una larga escultura de metal de un terrier. Maria dio un paso alrededor de eso y caminó por el pasillo. Golpeó la puerta de Jorge. Tenía la misma sensación que tenía cuando tenía que ir al baño urgentemente —quizás sea una tortura, pero sabes que muy pronto, vas a sentirte todo un infierno mejor.
Jorge abrió de un empujón la puerta. Tan pronto como la vio, intentó cerrarla otra vez. —Espera —chilló Maria, su voz todavía llena de lágrimas. Jorge retrocedió hacia su cocina, de espaldas a ella. Lo siguió dentro, Jorge se dio la vuelta para encararla. Estaba sin afeitar y lucía exhausto. — ¿Qué estás haciendo aquí?
Maria mordió su labio. —Estoy aquí para verte. Tengo algunas noticias... —Su Theo estaba en el aparador. Lo recogió. —Gracias. Lo encontraste. Jorge miró encolerizadamente hacia el Theo. —Bueno, lo tienes. ¿Ahora puedes irte?
— ¿Qué pasa? —Caminó hacia él. —Tengo esta noticia. Tengo que ver...
—Si, yo también tengo algunas noticias —la interrumpió. Jorge se alejó de ella.
— De verdad, Maria. No puedo... ni siquiera puedo mirarte.
Lágrimas brotaban de sus ojos. — ¿Qué? —Maria lo miró fijamente, confundida.
Jorge bajó la vista. —Descubrí lo que decías sobre mí en tu teléfono.
Maria arrugó las cejas. — ¿Mi teléfono?
Jorge levantó la cabeza. Sus ojos brillaban de rabia. — ¿Crees que soy estúpido?
¿Qué todo esto es un juego? ¿Un reto? — ¿Qué estás...?
Jorge suspiró enfadadamente. —Bueno, ¿sabes qué? Me tienes. ¿Está bien? Soy el peso de tu gran broma. ¿Estás feliz? Ahora vete.
—No entiendo —dijo estrepitosamente Maria.
Jorge golpeó la pared con la palma de su mano. La fuerza de esto hizo saltar a Maria. —¡No te hagas la tonta! ¡No soy algún chico, Maria!
Todo el cuerpo de Aria empezó a temblar. —Lo juro por Dios, no sé de lo que estás hablando. Puedes explicarme, ¿por favor? ¡Estoy un poco desmoronándome aquí! Jorge despegó su mano de la pared y comenzó a pasearse por la pequeña habitación. —Bien. Después de que te fuiste, intenté dormir. Había este... este pitido. ¿Sabes qué era? —Señaló hacia su Theo. —Tú teléfono. La única forma de callarlo era abriendo tus mensajes de texto.
Maria se secó los ojos. Jorge cruzó los brazos sobre su pecho.
— ¿Puedo citártelos?
Entonces Maria comprendió. Los mensajes. — ¡Espera! ¡No! ¡No entiendes!
Jorge tembló.
— ¿Conferencia alumno-profesor? ¿Créditos extra? ¿Eso te suena familiar?
—No, Jorge —balbuceó Maria. —No entiendes. —El mundo estaba girando. Maria se agarró del borde de la mesa de la cocina de Jorge.
—Estoy esperando —dijo Jorge.
—Ese amigo mío fue asesinada —comenzó. —Acaban de encontrar su cuerpo. —
Maria abrió la boca para decir más, pero no pudo encontrar las palabras. Jorge se paró en el punto de la habitación más alejado a ella, detrás de la bañera.
—Todo esto es tan tonto —dijo Maria. — ¿Puedes venir aquí por favor?
¿Al menos puedes abrazarme?
Jorge cruzó los brazos sobre su pecho y bajó la vista. Se quedó de esa manera por lo que se sintió como un largo tiempo. —De verdad me gustas —dijo finalmente, con la voz ronca.
Maria contuvo un sollozo. —De verdad me gustas, también... —Caminó hacia él.
Pero Jorge se alejó. —No. Tienes que irte de aquí.
—Pero...
Jorge puso la mano sobre su boca. —Por favor —dijo un poco desesperado.
—Por favor, vete.
Maria amplió sus ojos y su corazón comenzó golpear con fuerza. Las alarmas se dispararon en su cabeza. Eso se sentía... mal. En un impulso, mordió la mano de
Jorge.
— ¿Qué te pasa? —chilló, alejándose.
Maria retrocedió, aturdida. Sangre goteaba de la mano de Jorge hacia el piso.
— ¡Estás demente! —gritó Jorge.

Maria respiró pesadamente. No podía hablar aún si quisiera. Entonces se dio la vuelta y corrió hacia la puerta. Cuando su mano giró el picaporte, algo chilló delante de ella, rebotando de la pared, y aterrizando al lado de su pie. Era una copia de El ser y la nada de Jean-Paul Sartre. Maria se volvió hacia Jorge, con la boca abierta por la sorpresa.
— ¡Vete! —tronó Jorge.
Maria cerró de golpe la puerta detrás de ella. Se precipitó a través del césped tan rápido como la podían llevar sus piernas.

Capítulo 32
Una estrella caida

Al día siguiente, Yulexi estaba en su vieja habitación, junto a su ventana fumando un Marlboro y mirando a través del césped en el viejo dormitorio de Samir. Era oscuro y vacío. Entonces, sus ojos se movieron hacia la yarda de los Combs. Las luces intermitentes no se habían parado ya que ellos la habían encontraron.
La policía había puesto una cinta de NO CRUCE alrededor del patio trasero de
Samir, aún cuando ellos ya hubieran quitado su cuerpo del suelo. Ellos habían puesto enormes tiendas alrededor del área y mientras lo hacían Yulexi no lograba verlo muy bien. Ella no hubiera querido esto. Era horrible pensar que el cuerpo de
Sam que había estado siempre a su lado, se pudriera en el suelo durante tres años. Yulexi recordó la construcción antes de que Sam desapareciera. Cavaron en el agujero muy profundo la noche que desapareció. Sabía, también, que lo habían llenado después de que Sam desapareciera, pero no estaba segura de cuándo.
Alguien debió de meterla allí. Apagó el Marlboro en el apartado ladrillo de su casa y se volvió hacia la revista Lucky. Ella apenas había intercambiado unas palabras con su familia desde el enfrentamiento de ayer y había estado tratando de calmarse por lo que había pasado con ella y marcar todo lo que quería comprar de la revista con unas pocas pegatinas. Al mirar la pagina sobre las chaquetas tweed, su mirada se volvió ausente. Ni siquiera podía hablar con sus padres acerca de esto. Ayer, después de que la enfrentaran en el desayuno, Yulexi había estado vagando fuera para ver de lo que se trataba el ruido de las sirenas, las ambulancias todavía la ponían nerviosa, tanto acerca de lo Gabriela como también la desaparición de Sam. Mientras caminaba a través de su jardín a la casa de los Combs, sintió algo y se dio la vuelta. Sus padres habían salido a ver lo que estaba pasando. Cuando se vieron, desvió la mirada. La policía le dijo que diera un paso atrás, que esta área estaba fuera de sus límites. Entonces, Yulexi vio la camioneta de la morgue. Uno de los wokitoki de los policías crujió, “Samir”. Su cuerpo se volvió muy frío. El mundo giraba. Yulexi se dejó caer sobre la hierba. Alguien habló con ella, pero no podía entenderlo.
—Estás en estado de shock —logró escuchar—. Sólo trata de calmarte.
—La visión de Yulexi estaba tan borrosa, que no estaba segura de quién era, sólo que no era su mamá ni su papá. El chico volvió con una manta y le dijo que se sentara allí por un tiempo y que se mantuviera caliente.
Una vez que Yulexi se sintió lo suficientemente bien como para levantarse, quien la había ayudado había desaparecido. Sus padres habían desaparecido también.
No se habían molestado en ver si estaba bien. Había pasado el resto del sábado y gran parte del domingo en su cuarto, sólo salía del cuarto hasta el baño cuando sabía que no había nadie alrededor. Esperaba que alguien se acercara y tomara el control sobre ella, pero cuando oyó que alguien tocaba la pequeña y provisional puerta esta tarde, Yulexi no respondió. No estaba segura de por qué. Escuchó el suspiro de quienquiera que fuese y dio la espalda, oyendo sus pasos en el pasillo.
Y entonces, hace apenas media hora, Yulexi había visto el auto de su padre salir del camino y girar hacia la carretera principal. Su mamá estaba en el asiento del pasajero; Karen estaba en la parte de atrás. No tenía idea de hacia dónde se dirigían. Se dejó caer en su silla frente a la computadora y se sobresalto al ver que el primer e-mail era de "S", hablaba de codiciar cosas que no podía tener. Después de leer un par de veces, se dejó hacer clic en RESPONDER. Poco a poco empezó a escribir, ¿Eres Samir?
Vaciló antes de dar clic en ENVIAR. ¿Las luces de la policía hacían que alucinara?
Los muertos no tienen cuentas de Hotmail. Tampoco tenían nombres en la pantalla instantánea Messenger.             Yulexi tuvo que darse un pellizco, alguien fingía ser Sam. Pero, ¿quién? Se quedó mirando el Mondrian móvil que había comprado el año pasado en el Museo de Arte de Caracas. Entonces, oyó un sonido. Plink. Ahí estaba de nuevo. Plink.
Sonaba muy cerca, en realidad. En su ventana. Yulexi se incorporó cuando una piedra golpeó la ventana. Alguien estaba tirando piedras.
Podría ser… ¿Samir?
Golpeó otra piedra de nuevo, fue hacia la ventana y se quedó sin aliento. En el césped estaba Nelson. Las luces azules y rojas de los coches de la policía hacían sombras rayadas en sus mejillas. Cuando la vio, lanzó una enorme sonrisa. Inmediatamente, ella bajó las escaleras, sin importarle qué tan horrible estaba su cabello o que llevaba manchada la marinera de Kate Spade. Nelson corrió hacia ella en cuanto salió por la puerta. Puso sus brazos alrededor de ella y le dio un beso en la frente.
—No se supone que estarías aquí —murmuró.
—Ya lo sé. —Se puso algo rígido—. Pero me di cuenta de que el coche de tus padres se había ido, así que… Ella le pasó la mano por su suave cabello. Parecía agotado. ¿Y si tuvo que dormir en su pequeña camioneta anoche?
— ¿Cómo sabías que estaría de vuelta en mi antigua habitación?
Se encogió de hombros.
—Un presentimiento. También observé tu cara en la ventana. Quería venir antes, pero estaba allí... todo eso. —Hizo un gesto a los coches y las furgonetas de la policía—. ¿Estás bien?
—Sí —respondió Yulexi. Inclinó la cabeza hasta la boca de Nelson y se mordió el labio para no llorar—. ¿Y tú? ¿Estás bien?
— ¿Yo? Claro que sí.
— ¿Tienes lugar para vivir?
—Me puedo quedar en el sofá de un amigo hasta que encuentre algo. No es gran cosa. Si sólo Yulexi pudiera quedarse en el sofá de un amigo también. Entonces, ocurrió algo con ella. — ¿Tú y Karen terminaron?
Nelson tomó su rostro en sus manos y suspiró.
—Por supuesto —dijo en voz baja—. Fue algo evidente. Con Karen, no fue como… Él calló, pero Yulexi pensó que sabía lo que iba a decir. Ella sonrió con una tímida sonrisa y apoyó la cabeza contra su pecho. Oía el latido de su corazón.
Miró a la casa de los Combs. Alguien había iniciado un pequeño santuario a
Samir sobre un auto, con fotos y velas dela Virgen María.En el centro eran pequeñas cartas de imán del alfabeto que decían Samir. Yulexi vio una imagen sonriente de Samir en un cuadro pequeño con una camisa azul muy apretada con una camiseta holandesa encima y jeans Sevens nuevo. Recordó cuando ella había tomado esa foto: Estaban en sexto grado, y fue la noche de invierno formal. Cinco de ellos habían espiado a Karen al ver como Ian la recogió. Yulexi había conseguido un hipo de la risa cuando Karen, tratando de hacer una entrada triunfal, se cayó por la acera haciala Hummer. Probablementefue su última noche de diversión, en ese momento estaba libre de preocupaciones. Lo de Gabriela pasó mucho tiempo después. Yulexi miró hacia a la casa de Gabriela. No había nadie en casa, como de costumbre, pero aún así algo la hizo estremecerse.
A medida que secó los ojos con el dorso de su pálida y delgada mano, una de las camionetas condujo lentamente, y un tipo con una gorra roja de los Phillies la miró fijamente. Ella la esquivó. Ahora no sería el momento para captar algún mensaje acerca de la tragedia.
—Es mejor que te vayas. —Ella olfateó algo y se volvió hacia Nelson
—. Acá todo está muy confuso. Y no sé cuando mis padres estarán de regreso.
—Está bien. —Él inclinó la cabeza hacia arriba—. Pero, ¿podemos vernos?
Yulexi tragó, y trató de sonreír. Mientras lo hacía, Nelson se inclinó y la besó, envolviendo una mano alrededor de la parte de atrás de su cuello y el otro alrededor del mismo lugar en su espalda que, el mismísimo viernes, dolía como un infierno. Yulexi se apartó de él.
—Yo ni siquiera tengo tu número.
—No te preocupes —murmuró Nelson—. Yo te llamo.
Yulexi se volvió hacia su amplio patio por un momento, mirando el camino de
Nelson hasta su coche. Como él se fue, sus ojos volvieron a estar tristes de nuevo. Si hubiera alguien con quien hablar, alguien que no hubiese sido expulsado de su casa. Miró hacia atrás al santuario de Sam y se preguntó cómo sus viejos amigos se trataban con esto.
El coche de Nelson ya estaba al final de la calle, pero, Yulexi notó luces de otro coche. Ella se congeló. ¿Eran sus padres? ¿Habrían visto el coche de Nelson?
Las luces se acercaron más y más. De pronto, Yulexi se dio cuenta de quién era. El cielo era de un color púrpura oscuro, pero apenas podía distinguir el pelo largo de Andres Campbell.
Contuvo la respiración, agachándose detrás de los rosales de su madre. Andres lentamente sacó un sobre hasta el buzón, lo abrió y lo deslizó y cuidadosamente lo cerró. Él se fue alejando.
Esperó hasta que él se hubiera ido antes para salir corriendo a la acera y abrir el buzón. Andres le había dejado un trozo doblado de papel.

Hey, Yulexi. Yo no sabía si estabas tomando alguna de mis llamadas. Siento mucho lo de Samir. Espero que mi manta te haya ayudado ayer. –Andres.

Yulexi volvió hacia la entrada, leyendo y releyendo la nota. Se quedó mirando la letra de Andres. ¿Manta? ¿Qué manta?
Entonces, se dio cuenta. ¿Fue Andres quien la ayudó?
Arrugó la nota en sus manos y comenzó a sollozar otra vez.

Capítulo 33
Lo Mejor de Valle Guanape

La policía ha reabierto el caso Combs, y se encuentran en el proceso de interrogar a los testigos, —un presentador de noticias a las once lo informó.
—La familia Combs, que ahora vive en Margarita, tendrá que enfrentarse a algo que han tratado de dejar atrás. Sólo que ahora, es el final.
Los noticieros eran las reinas de drama, pensó Kelimar enojada empujando a otro puñado de Cheez-it* en la boca. Sólo las noticias encontraban la forma de hacer una historia horrible, peor. La cámara se enfocó en el santuario de Sam, como ellos lo llamaban, las velas, los Beanie Babies*, las flores marchitas, sin duda acababan de recogerlas a los jardines de los vecinos, píos melcocha* -el dulce favorito de Sam y por supuesto fotos.
La cámara mostró a la madre de Samir, a quién Kelimar no había visto en un tiempo. A pesar de su rostro lleno de lágrimas, la señora Combs sonrió a las cámaras, con un corte de cabello muy corto y aretes de araña.
—Hemos decidido realizar un servicio a Samir en Valle Guanape, que era el único hogar de Sam conocía, —la señora Combs dijo con voz controlada. —Queremos agradecer a todos aquellos que ayudaron a la búsqueda de nuestro hijo hace tres años por su apoyo permanente. El noticiero volvió a la pantalla. —Un monumento conmemorativo se celebrará mañana enla Abadíade Valle Guanape y estará abierta al público. Kelimar apagó el televisor. Era domingo por la noche. Se sentó en su sofá de la sala, vestida con su camiseta blanca y un par de calzoncillos Calvin Klein que había robado del cajón superior de Raul. Su largo cabello castaño estaba desaliñado y apareció algo alrededor de su cara y ella estaba casi segura de que tenía una espinilla en la frente. Un enorme plato de Cheez-it descansaba en su regazo, un envoltorio vacío Klondike lo arrugó en la mesa de café, y una botella de pinot noir fue puesta cómodamente a su lado. Había estado toda la noche tratando de no comer así, pero, bueno, su fuerza de voluntad hoy no era muy fuerte. Volvió a encender el televisor, deseando tener alguien con quien hablar sobre. . . sobre Samir, todo acerca de Samir. Raul estaba fuera, por razones obvias. Su madre -que estaba en una cita ahora mismo- tenía su inútil costumbre. Después del problema en la comisaría de ayer, Anthony le dijo a Kelimar y a su madre que ellos hablarían con ella más tarde, ya que la policía tenía cosas más importantes que atender en ese momento. Ni su madre ni Kelimar sabía lo que estaba pasando en la estación, sólo que se trataba de un asesinato.
De regreso a casa en el auto, en lugar de reprenderla Sra. Hernandeza kelimar, por robar un coche y conducir borracha, le dijo “que cuidaría de ella”. Kelimar no tenía ni idea de lo que eso significaba. El año pasado, un policía había hablado en una asamblea de Valle Guanape acerca de cómo en Anzoategui había una "regla de tolerancia cero” para los conductores ebrios menores de veintiuno. En ese momento, Kelimar había prestado atención sólo porque pensaba que el policía era excitante, pero ahora sus palabras la atormentaban. Kelimar no podía confiar en Julia, ya que: ella se encontraba todavía en el torneo de golf enla Florida. Habíanhablado brevemente por teléfono, y Julia había admitido que la policía la había llamado acerca del auto de Raul, pero ella se hizo la tonta, diciendo que había estado en la fiesta todo el tiempo y Kelimar también había estado. Por mala suerte: ellos habían conseguido la parte de atrás de su cabeza en la cinta de vigilancia de la policía, pero no su cara, ya que usaba ese viejo y aballestado sombrero de la entrega. Eso fue ayer, sin embargo, después de que Kelimar regresara de la estación de policía. Ella y Julia no habían hablado hoy, y no habían hablado de Samir todavía.
Pero.... Puede ser que, Samir, ¿no hubiera desaparecido? Pero la policía dijo que
Samir había muerto hace años. . .
Kelimar leyó una guía que estaban pasando enla TV¿para que otra cosa estaba encendida?, tenia los párpados hinchados por las lágrimas, ella pensó en llamar a su padre - esta historia podría estar en las noticias de Annapolis de la zona. ¿O tal vez él la había llamado? Cogió el teléfono en silencio para asegurarse de que seguía trabajando. Ella suspiró. El problema de ser la mejor amiga de Julia era que no tenía ningún otro amigo. Viendo los recuerdos de Sam le hizo pensar en la cantidad de amigos que ella tenía. Habían tenido sus problemas, horribles momentos juntos, pero se divertían mucho, también. En un universo paralelo, estaríamos todos juntos ahora, recordando a Sam y riendo a pesar de que estaban llorando también. Pero en esta dimensión, habían crecido muy separados.
Se habían dividido por muchas razones, por supuesto- las cosas habían empezado a cambiar mucho antes de que Samir desapareciera. Al principio, cuando estaban haciendo caridad juntos, fue maravilloso. Pero entonces, después de lo sucedido con Gabriela, las cosas se pusieron algo tensas. Todas estaban tan asustadas que lo que le pasó a Gabriela podría estar relacionado con ellas. Kelimar recordó haber estado nerviosa incluso cuando estaba en el autobús y un coche de policías pasaba junto a su lado, aunque fuera en dirección contraria. Entonces, en el próximo invierno y en la siguiente primavera, algunos temas de repente fueron, prohibidos. Siempre había alguien diciendo: "¡Shhh!" Y luego todas caían en un incómodo silencio. Los presentadores de noticias de las once terminaron y adelantaron Los Simpson.
Kelimar tomó su BlackBerry. Ella sabía todavía el número de Yulexi de memoria, y probablemente no sería demasiado tarde para llamar. A medida que marcó el segundo dígito, jadeó, sus pendientes de Tiffany tintineaban. Oyó a alguien arañar la puerta. Volvio a jadear, pensó que sus pies le estaban mintiendo, pero levanto la cabeza y gruño. Kelimar quito el tazón de Cheez-It de su regazo y se levantó.
¿Era. . . S? Las rodillas le temblaban, Kelimar se dejo arrastrar por el vestíbulo. Habian sombras largas y oscuras en la puerta de atrás, y el ruido de los rasguños se volvían cada vez más fuertes.
—Oh, Dios mío, —susurró Kelimar, con la con las manos temblando.
¡Alguien estaba tratando de entrar!

Kelimar hecho una mirada a su alrededor. Había un pisapapeles de jade en la mesa del vestíbulo. Tenía que pesan por lo menos veinte libras. Ella lo agarro y dio tres pasos largos hacia la puerta de la cocina.
De repente, la puerta se abrió. Kelimar dio un salto. Una mujer tropezó por la puerta de entrada. La falda tenia un buen estilo, con pliegues gris alrededor de su cintura. Kelimar se preparo con el pisapapeles, si había la necesidad de lanzarlo.
Entonces se dio cuenta. Era su mamá.La Sra. Hernandez chocó contra la mesa como si estuviera perdida. Un tipo estaba detrás de ella, tratando de subirle la falda y darle un beso al mismo tiempo. Kelimar abrió los ojos como platos.
Anthony Wilden. Así que eso era lo que su mamá entiende por “cuidar de ella”
A Kelimar se le revolvió el estómago. No hay duda de que ella debía de parecer algo loca, fuertemente aferrada al pisapapeles.La Sra. Hernandezle dio a Kelimar una larga mirada, sin molestarse siquiera en dar la espalda a Anthony.
Los ojos de su madre decían: “Hago esto por ti”.

Capítulo 34
Estrafalario encontrarlas aqui

En la mañana del lunes, en vez de sentarse en el primer período de bio, Gicelle estaba junto a sus padres en el monasterio de techo alto, con suelo de mármol de Valle Guanape. Tiró incómodamente de la falda plisada negra, Gap, demasiado corta que había encontrado en la parte posterior de su armario y trataba de sonreír.La Sra. Combsestaba parada en la puerta, usaba un vestido negro de cuello bobo*, tacones, y pequeñas perlas de agua dulce. Se acercó a Gicelle y la envolvió en un abrazo.
—Oh, Gicelle, —sollozó la señora Combs.
—Lo siento mucho, —Gicelle dijo en voz baja, sus ojos estaban llorosos. La señora Combs aún llevaba el mismo perfumeCoco Chanel. Instantáneamente vinieron todo tipo de recuerdos: Un millón de viajes hacia y desde el centro comercial en el Infiniti* de la señora de Combs, colándose furtivamente en su cuarto de baño para robarse tabletas TrimSpa* y experimentar en su cara con el maquillajeLa Prairie, pasar por su enorme, closet y probarse todos los vestidos de cóctel Dior negros y sexys, de talla dos. Otros chicos de Valle Guanape fluían a su alrededor, tratando de encontrar asientos en las bancas de madera con respaldo alto. Gicelle no sabía a qué atenerse en el funeral de Samir. El monasterio olía a incienso y madera. Las simples lámparas con forma de cilindro colgaban del techo, y el altar estaba cubierto por millones de tulipanes blancos. Los tulipanes eran la flor favorita de Samir. Gicelle recordaba que Sam ayudaba a su madre a plantar hileras de ellos en su patio cada año.
La madre de Samir, finalmente se apartó y se secó los ojos.
—Yo quiero que te sientes al frente, con todos los amigos de Sam. ¿Está bien, Zamira? La madre de Gicelle asintió con la cabeza. —Por supuesto—. Gicelle escuchó todos los clics de los tacones de la señora Combs y el arrastre de sus propios mocasines gruesos mientras caminaban por el pasillo. De repente Gicelle recordó por qué estaba aquí otra vez. Sam había muerto.
Gicelle aferró el brazo de la señora de Combs. —Oh mi Dios. —Su campo de visión se redujo, escuchó un ruido de waaaah en sus orejas, señal de que estaba a punto de desmayarse.
La señora Combs la ayudo a mantenerse de pie. —Está bien. Vamos. Siéntate aquí abajo. Vertiginosamente, Gicelle se deslizó en el banco. —Pon tu cabeza entre tus piernas, —oyó una voz conocida decir.
Luego, otra voz familiar soltó un bufido. —Dilo más fuerte, para que todos los chicos te puedan oír. Emily miró hacia arriba. Junto a ella estaban Maria y Kelimar. Maria llevaba una blusa azul, púrpura y fucsia a rayas de algodón con cuello de marinera, una chaqueta azul marino de terciopelo y botas de vaquero. Eso era tan Maria, ella era el tipo que pensaba que llevar algo de color a los funerales era celebrar a los vivos. Kelimar, por el contrario, Llevaba un vestido negro corto con escote en V y medias color negro.
—Querida, ¿puedes moverte de nuevo?
Por encima de ella, la señora Combs estaba con Yulexi Gonzales, que llevaba un traje oscuro y zapatillas de ballet.
—Hey, chicas —dijo Yulexi a todas ellas, en ese mantecoso tono de voz que Gicelle había extrañado. Ella se sentó junto a Gicelle.
—Así que, nos encontramos de nuevo —dijo Maria, sonriendo.
Silencio. Gicelle se asomó para ver a todas ellas por el rabillo del ojo. Maria estaba jugueteando con un anillo de plata en su pulgar, Kelimar estaba buscando algo en su bolso, y Yulexi estaba sentada muy quieta, mirando al altar.
— ¡Pobre Sam! —murmuró Yulexi.
Las muchachas se sentaron en silencio durante unos minutos. Gicelle sacudió su cerebro por algo que decir. Sus oídos se llenaron con el sonido waaaah de nuevo.
Ella se volvió a escanear a la multitud para encontrar a Juan, y sus ojos aterrizaron cuadrados en Julio. Estaba sentado en la segunda fila con el resto de los nadadores. Gicelle levantó la mano en un pequeño saludo. Junto a esto, la cosa en la fiesta parecía poca cosa.
Pero en lugar de saludar de vuelta, Julio la fulminó con la mirada, su fina boca en una línea terca, recta. Luego miró hacia otro lado. Ok.
Gicelle se volvió.La Rabiallenó su cuerpo.
Mi antiguo mejor amigo acababa de ser encontrado asesinado, quería gritar.Y estamos en una iglesia, ¡por el amor de Dios! ¿Qué hay con el perdón?
Entonces la golpeó. Ella no quería que la llevara de vuelta. Ni un poco.
Maria le dio un golpecito en la pierna. — ¿Estabas bien después del sábado en la mañana? Quiero decir, ni siquiera sabias todavía, ¿verdad?
—No, era otra cosa, pero estoy bien, —contestó Gicelle, a pesar de que no era cierto.
—Yulexi. —Kelimar levantó la cabeza—. Yo, um, yo te vi en el centro comercial recientemente.
Yulexi miró a Kelimar. — ¿Huh?
—Tú estabas… ibas a Kate Spade. —Kelimar miró hacia abajo—. No lo sé. Yo iba a decir hola. Pero, eh. Me alegro de que no tengas que ordenar aquellos bolsos de
Nueva York nunca más.
—Ella bajó la cabeza y se sonrojó, como si hubiera dicho demasiado. Gicelle se sorprendió, no había visto a Kelimar hacer esa expresión en años.
Yulexi arrugo la frente. A continuación, una mirada triste, tierna vino sobre su rostro. Ella tragó saliva y miró hacia abajo.
—Gracias —murmuró. Sus hombros empezaron a temblar ella cerró los ojos. Gicelle sintió su propia garganta asfixiante. Nunca había visto llorar a Yulexi.
Maria le puso la mano sobre el hombro a Yulexi. —Está bien, —ella, dijo.
—Lo siento —dijo Yulexi, enjugándose las lágrimas con la manga. —Yo solo…
— Miró a su alrededor a todas ellas y luego comenzó a llorar aún más fuerte.
Gicelle la abrazó. Se sentía un poco incómodo, pero por la forma que Yulexi le apretó la mano, Gicelle podría decir ella lo apreciaba.
Cuando se sentaron, Kelimar sacó un frasco de plata diminuto de su bolso y se lo paso a Gicelle para transmitírselo a Yulexi.
—Aquí —susurró.
Sin ni siquiera oler o preguntar lo que era, Yulexi bebió un trago enorme. Ella dio un respingo, pero dijo, —Gracias.
Pasó el frasco de nuevo a Kelimar, que bebió y se lo entregó a Gicelle. Gicelle tomó un sorbo, que ardía en su pecho, luego lo pasó a Maria. Antes de beber, Maria tiro de la manga de Yulexi.
—Esto te hará sentir mejor también. —Maria tiró abajo el hombro de su vestido para revelar un sujetador blanco tejido.
Gicelle inmediatamente lo reconoció, Maria había tejido fuertes sujetadores de lana para todas las chicas en séptimo grado. —Yo lo use para bendecir los viejos tiempos, —Maria dijo en voz baja—. Esta picando como el infierno.
Yulexi farfulló una carcajada. — ¡Oh mi Dios!
—Eres una loca, —añadió Kelimar, sonriendo
—Yo nunca pude usar el mío, ¿te acuerdas? —Gicelle intervino.
— ¡Mi mamá pensaba que era demasiado sexy para la escuela!
—Sí. —Rió Yulexi—. Si puedes llamar sexy a rascarte la tetas todo el día.
Las chicas se rieron. De repente, el teléfono celular de Maria zumbo. Metió la mano en su bolso y miró a la pantalla del teléfono.
— ¿Qué? —Maria miró para arriba, dándose cuenta de que todas la estaban mirando a ella. Hanna jugueteó con su pulsera.
— ¿Tú, eh, recibiste un mensaje de texto?
—Sí. ¿Y qué?
— ¿Quién fue?
—Fue mi madre —respondió lentamente Maria—. ¿Por qué?
La música de los tubos del órgano empezó a sonar cadente a través de la iglesia.
Detrás de ellos, más chicos murmuraban en voz baja. Yulexi miró nerviosamente a Gicelle. El corazón de Gicelle comenzó a latir con fuerza.
—No importa —dijo Kelimar—. Eso fue curioso.
Maria se lamió los labios. —Espera. En serio. ¿Por qué? la manzana de Adán de
Kelimar se levantó como una golondrina nerviosa. —Yo…
Pensé que tal vez cosas extrañas les ocurrían a ustedes, también. La boca de Maria se abrió. —Extrañas es quedarse corto—. Gicelle apretó sus brazos alrededor de sí misma.
—Espera. ¿A ustedes también? —Yulexi dijo en voz baja.
Kelimar asintió con la cabeza. — ¿Textos?
—E-mails, —dijo Yulexi.
— ¿Acerca de… cosas del séptimo? —Maria dijo en voz baja.
— ¿Chicas están hablando en serio? —Gicelle chirrió.
Las amigas se miraron. Pero antes de que nadie dijera otra cosa, el órgano de tubos sonó sombríamente llenando la habitación. Gicelle se dio la vuelta. Un grupo de personas caminaban lentamente por el pasillo central. Era la madre de Sam y su padre, su hermano, sus abuelos, y algunos otros que deben de haber sido familiares. Dos chicos pelirrojos fueron los últimos en llegar por el pasillo; Gicelle reconocido a Aureliana y Griselles, primas de Sam. Ellos solían visitar a la familia de Sam cada verano. Gicelle no las había visto en años, y se preguntó si seguían siendo tan crédulos como solían ser.
Los miembros de la familia cayeron en la primera fila y esperaron a que la música se detuviera. Cuando Gicelle miraba, se dio cuenta del movimiento. Uno de los dos primos, el de granitos, pelirrojo las miraba. Gicelle estaba bastante segura de que era el que se llamaba Aureliana -que había sido la más Nerd de las dos. Miró a todas las chicas y luego lentamente con odio levantó una ceja. Emily miró rápidamente a lo lejos.
Sintió el llamado de Kelimar en las costillas. —No voy —Kelimar susurró a las chicas. Gicelle miró, desconcertada, pero luego Kelimar indicó con los ojos a las dos primas desgarbadas.
Todas las chicas atrapadas, al mismo tiempo dijeron. —No voy—, Gicelle, Yulexi, y Maria, a la vez. Todas se rieron. Pero Gicelle se detuvo, considerando lo que
 —No voy— quería decir en realidad. Nunca había pensado en ello antes, pero era algo malvado. Cuando miró a su alrededor, se dio cuenta que sus amigas habían dejado de reír también. Todas ellas intercambiaron una mirada.
—Supongo que era más divertido en ese entonces, —dijo Kelimar en voz baja.

Gicelle se sentó. Tal vez Sam no lo sabía todo. Sí, esto podría haber sido el peor día de su vida, y ella estaba terriblemente devastada acerca de Sam, y completamente asustada acerca de S. Pero por un momento, ella se sentía bien. Sentada aquí con sus viejas amigas, parecía el pequeño comienzo de algo.

Capítulo 35
Solo Espera

El órgano empezó a sonar nuevamente con su música lúgubre, y el amigo de Sam y los otros llenaron la iglesia. Yulexi, achispada por unos cuantos tragos de whisky, notó que sus tres viejas amigas se habían levantado y estaban saliendo ordenadamente del banco, y ella pensó que debería ir también. Todos de Juan de Urpin estaban en la parte posterior de la iglesia, desde los chicos de lacrosse boys a los geeks obsesionados a los video-games de los que Sam sin duda se habría burlado en séptimo. El viejo Sr. Yew –el encargado de la unidad de caridad de Juan de Urpin– parado en la esquina, hablando en voz baja al Sr. Kaplan, quien enseñaba arte. Incluso los viejos amigos JV de hockey sobre césped de Sam habían regresado de sus respectivas universidades; ellos estaban parados en un grupo lloroso cercano a la puerta. Yulexi analizó los rostros conocidos, recordando a todas las personas que solía conocer pero ya no más. Y entonces, vio un perro
–un perro lazarillo.
— ¡Oh Dios mío!
Yulexi agarró el brazo de Maria. —Por la salida —dijo ella entre dientes.
Maria entrecerró los ojos—. ¿Es ese…?
—Gabriela —murmuró Kelimar.
—Y Jeremy —agregó Yulexi.
Gicelle se puso pálida. — ¿Qué están haciendo aquí?
Yulexi estaba demasiado aturdida para responder. Ellos parecían iguales pero totalmente diferentes. El cabello de él estaba más largo ahora, y ella estaba... grandiosa, con largo pelo negro y usando unos grandes lentes de sol Gucci.
Jeremy, el hermano de Gabriela, capturó a Yulexi mirándolos. Una mirada ácida y disgustada se apoderó de su cara. Yulexi rápidamente apartó sus ojos.
—No puedo creer él haya aparecido —susurró ella, demasiado bajo para los otros oídos. Para el momento en que las chicas alcanzaron las pesadas puertas de madera que conducían a los peldaños ruinosos de la iglesia, Jeremy y Gabriela se habían ido. Yulexi entrecerró los ojos bajo la luz del sol del cielo brillante y perfectamente azul. Era uno de esos encantadores días de otoño sin humedad, donde uno se moría por faltar a la escuela, acostarse en un campo, y no pensar en las responsabilidades de uno.
¿Por qué era siempre en días como este que algo horrible ocurría?
Alguien tocó su hombro y Spencer dio un brinco. Era un corpulento policía rubio.
Hizo una seña para kelimar, Maria, y Gicelle para que siguieran sin ella.
— ¿Es usted Yulexi Gonzales? —preguntó él.
Ella asintió sin decir nada.
El policía se retorcía sus enormes manos juntas. —Siento mucho su pérdida —dijo él—. Usted era una vieja amiga del Srto. Combs, ¿verdad?
—Gracias. Si, lo era.
—Voy a necesitar hablar con usted.
—El policía buscó dentro de su bolsillo—. Aquí
Está mi tarjeta. Vamos a reabrir el caso. Como ustedes eran amigas, podría ser capaz de ayudarnos. ¿Está bien si vengo en un par de días?
—Um, seguro —balbuceó Yulexi—. Cualquier cosa que pueda hacer.
Como zombie, se encontró con sus viejas amigas, que se había reunido bajo un sauce llorón. — ¿Qué quería? —preguntó Maria.
—Quieren hablar conmigo, también. — dijo Gicelle en voz baja
—. No es la gran cosa, ¿no?
—Estoy segura que es lo mismo de siempre. —dijo Kelimar.
—Él no podía estar preguntando sobre… —empezó Maria. Miró nerviosamente a la puerta del frente de la iglesia, donde Jeremy, Gabriela, y su perro estaban parados. —No —dijo Gicelle rápidamente
—. No podemos meternos en problemas por eso ahora, ¿no?
Se miraron entre sí preocupadas.
—Por supuesto que no —dijo Kelimar finalmente.
Yulexi miró alrededor donde todo el mundo estaba hablando en voz baja sobre el césped. Se sintió enferma después de ver a Jeremy, y no había visto a Gabriela desde el accidente. Pero era una coincidencia que el policía le haya hablado justo después de haberlos vistos, ¿verdad? Yulexi sacó con rapidez sus cigarrillos de emergencia y lo encendió. Necesitaba hacer algo con sus manos. Le contaré a todo el mundo sobre el asunto de Gabriela.
Eres tan culpable como yo.
Pero nadie me vio.
Yulexi exhaló nerviosamente y observó a la multitud. No hay ninguna prueba.
Fin de la historia. A menos…
—Esta ha sido la peor semana de mi vida —dijo Maria repentinamente.
—La mía también. —estuvo de acuerdo Kelimar.
—Supongo que podemos mirar el lado positivo —dijo Gicelle, su voz aguda y nerviosa—. No podemos tener una peor que ésta. Cuando seguían el cortejo al estacionamiento de grava, Yulexi se detuvo. Sus viejas amigas también se detuvieron. Yulexi quería decirles algo –no sobre Sam o S o Gabriela o Jeremy o la policía, en vez de eso, más que nada, quería decirles que las había extrañado todos esos años. Pero antes de que pudiera decirlo, el teléfono de Maria sonó.
—Espera… —pronunció Maria, hurgando en su bolso por el teléfono
—. Probablemente es mi mamá otra vez.
Entonces, el Sidekick de Yulexi vibró. Y sonó. Y chilló. No era solo su teléfono, sino los teléfonos de sus amigas también. Los sonidos repentinos y de tonos altos sonaron incluso más fuertes contra la formal y silenciosa procesión funeraria. Los otros dolientes les lanzaron miradas desagradables. Maria levantó el suyo para silenciarlo; Gicelle luchó por operar su Nokia. Yulexi arrancó su teléfono del bolsillo de su bolso.
Kelimar leyó su pantalla. —Tengo un nuevo mensaje.
—Yo también —susurró Maria.
—Lo mismo —repitió Gicelle.
Yulexi vio que ella también. Todas golpearon en LEER. Un momento de silencio helado pasó.
—Oh Dios mío —susurró Maria.
—Es de… —chilló Kelimar.
Maria murmuró, — ¿Creen que el quiere decir…
Yulexi tragó saliva. A la vez, las chicas leyeron sus textos en voz alta. Cada una dijo exactamente lo mismo:

Aun estoy aquí  y se todo lo que ocurrio. —S

Epilogo
Que Sucede Despues

Apuesto a que pensaban que yo era Samir, ¿no? Bueno, lo siento, pero yo no lo soy. Duh. Está muerto.
No, yo estoy muy vivo… y estoy muy, muy cerca.
Y para una pandilla de cuatro ciertas muchachas bonitas, la diversión acaba de comenzar. ¿Por qué? Porque yo lo digo.

El comportamiento travieso merece castigo, después de todo. Y los mejores de
Valle Guanape se merecen saber que Maria ha estado haciendo algunos créditos extras besándose con su profesor de inglés, ¿verdad? Por no hablar del desagradable secreto de la familia que ha estado escondiendo durante años. La chica es un choque de trenes.

Mientras estoy en ello, realmente debería informar a los padres de Gicelle respecto a la razón por la que ha estado actuando de manera extraña últimamente. —Hola, señor y señora Tiapa, hay buen tiempo, ¿eh? Y, por cierto, su hija sale con un drogadicto.

Luego está Kelimar. Pobre Kelimar. Sóla en caída libre a la impopularidad. Ella puede tratar de lograr su regreso a la cima, pero no se preocupen —Voy a estar allí esperando para golpearla con rapidez cada vez detrás de la espalda de los par de jeans desteñidos de su mamá.

Oh Dios mío, se me olvidaba Yulexi. ¡Ella es un desastre total!
Después de todo, su familia piensa que es una completa vulgar inútil.
Eso va a apestar. Y sólo entre nosotros, está a punto de ser mucho peor. Yulexi guarda un secreto profundo y oscuro que podría muy bien arruinar la vida de las cuatro. Pero — ¿A quién podría decirle un secreto tan terrible? Oh, no lo sé.
Adivinen lo más salvaje.

Bingo.

La vida es tan divertida cuando lo sabes todo. Solo que ¿cómo puedo saber tanto?
Probablemente se estén muriendo por saber, ¿no? Bueno, relájense.
Todo a su debido tiempo.
Créanme, me gustaría decirles. Pero ¿cuál es la gracia?

Las estaré vigilando. —S

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